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LOURDES PÉREZ
Lunes, 17 de octubre 2011, 03:52
La paz, la idea de la paz, es un imán irresistible. Resulta muy difícil sustraerse a ella, cuando se ha estado anhelándola durante décadas y por genéricos, inconcretos y brumosos que puedan parecer su consecución y su contenido definitivos; incluso aunque pueda acabar teniendo contornos indecorosos y poco ejemplares para los que más han sufrido a causa del terror. Con ETA amortizada desde que su continuidad delictiva condenaba a la clandestinidad a la izquierda abertzale y con su final sellado desde que esa misma izquierda abertzale, articulada en Bildu, descubrió el 22-M su potencial electoral, la conferencia internacional de San Sebastián se asemeja tanto a una pista de aterrizaje como a los lazos que se usan para adornar. Pista de aterrizaje, porque arropará un movimiento que se espera decisorio de la organización terrorista y que ésta no parecía dispuesta a dar aún por sí misma y sin escenografía. Y lazo, porque la señorial presencia de Kofi Annan en el Palacio de Aiete confiere un empaque al final de ETA que dicho final no podría tener jamás bajo el escrutinio inclemente de medio siglo de violencia. La de hoy tiene mucho de conferencia eutanásica: acelerar la desaparición de ETA de tal manera que no parezca un penoso e irremediable desahucio. Aunque se corra el riesgo paralelo de edulcorar el relato de lo que ha supuesto para esta sociedad la intolerable pervivencia del terrorismo.
El imán de la paz ha atraído a la capital donostiarra un cartel internacional que supera los manoseados márgenes del modelo irlandés y que ha expandido las expectativas sobre la celebración de la conferencia. Hasta el punto de que lo más significativo no es, por paradójico que resulte, el ramillete de exaltos cargos extranjeros reunido en Aiete, sino que se hayan sumado a la cita quienes, hoy por hoy, representan al primer partido de Euskadi y quienes ostentan la Presidencia del Gobierno autonómico. El activismo que ha mostrado el PNV a lo largo de toda la semana a favor de la conferencia y la decisión final del PSE de sumarse a la misma no solo corroboran que las fuerzas políticas vascas se han situado ya en el contexto post-ETA; incluso lo está haciendo el PP de Antonio Basagoiti, más allá de que no participe en la reunión y del severo lenguaje con que se empleó ayer Esteban González Pons. También evidencian que, a falta de apenas un mes para unas elecciones generales que pueden volver a dejar patas arriba el mapa político de Euskadi, el vértigo a no salir en la 'foto de Aiete' y el coste que ello podría acarrear en términos de opinión pública -o de una parte amplia de la opinión pública- han pesado más en el ánimo de socialistas y jeltzales que los recelos, de distinto cariz y grado, hacia una convocatoria que no controlan. Y en la que necesariamente figurarán con un papel minimizado ante el carácter 'asambleario' de la conferencia, el relumbrón de los participantes extranjeros y el hecho mismo de que la asistencia o no al foro se ha convertido en ingrediente añadido en la pugna electoral. El PNV ha utilizado la ausencia del lehendakari para tratar de desgastar su figura institucional y una de las razones por las que el PSE ha acabado por ir a Aiete es, precisamente, para que los peneuvistas no sigan haciendo supurar la herida por este flanco.
Es probable que ni unos ni otros tuvieran mejor alternativa que estar donde van a estar hoy, coadyuvando a ese «nuevo tiempo» cuyo protagonismo el lehendakari atribuyó ayer, en la Zona Cero de Nueva York, a los resistentes contra el terror y al conjunto de los demócratas vascos. Pero que Patxi López haya tenido que recordarlo tan enfáticamente y en un marco tan simbólico para la libertad pone de manifiesto los peligros, colectivos y partidarios, que acechan tras el final coreografiado de ETA. Peligros de incurrir en la desmemoria que todo lo iguala, frente a la cual no existe un relato compartido y articulado entre los dos socios del actual Gobierno Vasco y el PNV, más allá de los principios éticos comunes. Y peligros evidentes para las opciones de socialistas y jeltzales de que, en la vertiginosa readecuación que está experimentando el puzzle político vasco por efecto del parón terrorista y el empuje de Bildu, sigan siendo los supuestos 'vencidos' quienes rentabilicen en las urnas el finiquito de ETA. Desde hoy, el final de la organización terrorista ha entrado en la agenda electoral. De hecho, la celebración de la conferencia internacional y el esperado gesto concatenado de ETA prefiguran un horizonte en el que Amaiur vería apuntaladas sus perspectivas de hacerse fuerte con grupo propio en el Congreso. En esta tesitura, a PNV y PSE les queda aguardar a que la ciudadanía valore sus buenas intenciones, o no las penalice en demasía. Es inevitable contraponer el eco que tendrá la reunión no-oficial de Aiete a la atonía que mantiene el Parlamento Vasco sobre el modo de encarar la desaparición del terrorismo. Un Parlamento al que la refundada izquierda abertzale, que aspira a reproducir la efervescencia de la Transición, pretende trasladar en la próxima legislatura el debate de la autodeterminación aupada sobre los votos del epílogo etarra.
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