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JAVIER GUILLENEA
Domingo, 23 de octubre 2011, 13:34
Que cada vez se escribe con más faltas de ortografía es una de las muchas creencias que permanecen arraigadas en la sociedad a la hora de hablar del sistema educativo. Puede que sea cierto, pero lo sorprendente es que los expertos y educadores del País Vasco no se muestran demasiado preocupados. Lejos de inquietarse ante el presunto panorama de una generación de escolares sin ningún respeto por las haches o las uves, insisten en que lo importante es «escribir bien». Y para ello, sostienen, «la ortografía es una cuestión secundaria». Suena a herejía, pero no es la primera vez que se plantea.
Sobre Gabriel García Márquez llovieron académicos y lingüistas con puñales entre los dientes el día en que abogó por simplificar la gramática «antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros». «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos», dijo el Premio Nobel de Literatura en su discurso en la apertura del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas.
Sucedió en 1997, cuando aún no habían nacido los alumnos que hoy tratan de aprender las normas ortográficas con desigual éxito sin que sus profesores se preocupen más de la cuenta por una hache ausente o suplementaria en sus textos. Es como si de alguna manera todos ellos hubieran leído otra de las frases del polémico discurso de García Márquez. «Mi ortografía me la corrigen los correctores de pruebas», confesó.
Han pasado catorce años desde aquella profética tormenta y los estudiantes de hoy cada vez escriben más pero lo hacen en sus ordenadores para desconcierto de la caligrafía. En cuanto a las faltas ortográficas, tienen en la informática sus propios correctores de pruebas. Es algo que ya ha sucedido en la asignatura de matemáticas, donde no es indispensable saber dividir bien porque para eso están las calculadoras. Lo importante es comprender los problemas y conocer las herramientas adecuadas para llegar a una solución.
Los alumnos ya no necesitan rellenar largas listas de palabras o completar los huecos de frases sin sentido para memorizar las normas del lenguaje. Para sus profesores la ortografía no es prioritaria, por eso sus discípulos pueden permitirse el lujo de escribir a veces 'habeces' sin que se les caiga el mundo encima. Al parecer, hay cosas peores.
«Sí que damos importancia a las faltas porque sabemos que la norma ortográfica tiene un peso, pero es una parte más del conjunto de la expresión escrita». Por los ojos de Jesús Grisaleña han pasado cientos de miles de faltas de ortografía cometidas por jóvenes vascos. Es coordinador del equipo de organización escolar del Instituto Vasco de Evaluación (ISEI-IVEI) y responsable de las 36.000 pruebas que desde hace tres años realizan alumnos de 4º de Primaria y 2º de ESO para mostrar su capacitación lingüística. Se puede decir de él que conoce todas las combinaciones posibles perpetradas en una misma palabra a la hora de escribirla.
Los exámenes, que sirven para elaborar la Evaluación Diagnóstica que realiza el ISEI cada año, analizan en los alumnos factores como la adecuación textual, la coherencia y cohesión, la gramática, el léxico y la ortografía. «Esto da una idea del peso que tiene la ortografía en el conjunto de la producción textual», explica Grisaleña.
En la evaluación de 2010, la mayor parte de los niños de 4º de Primaria se situó en un nivel medio en competencia lingüística en euskera (43,6%) y en castellano (46,4%). Lo mismo ocurrió en 2º de ESO, donde los porcentajes fueron del 42,4% y del 59,3%, respectivamente.
Exámenes prácticos
Para dar una idea de qué significa estar en la zona media de la tabla, nada mejor que tres ejemplos de exámenes reales, en los que se pedía un texto argumentativo sobre el tema 'Marcas sí, marcas no'.
En el nivel más bajo de ESO, el inicial (12,1% de alumnos en castellano y el 33,5% en euskera), un joven escribió: «Por un lado esta bien tener alguna ropa de marca pero todo tampoco porque si no tienes dinero para comprarla que haces tienes que comprarte de no marca pero porque hay que llevar ropa de marca si habeces es peor que de no marca para mi tener algo de marca no esta mal pero todo es mucho».
El siguiente fragmento quedó incluido en el nivel medio: «A beces cuando compras ropa de marca, suele estar en el armario después de bestir trés o cuatro beces, por eso és mejor comprar ropas más asequibles, porque ahún que no las uses, gastas menos dinero».
Y al nivel avanzado corresponde el siguiente texto: «Desde siempre ha sido motivo de discusión el tema de las marcas. En lo que a mí respecta, no me resulta imprescindible llevar ropa de marca...»
El primer escrito no se entiende nada, el segundo está plagado de faltas pero se entiende y el tercero es impecable. ¿Qué ocurre enconces para que el texto con más errores ortográficos se sitúe en la tabla media y no haya sido arrojado al abismo del nivel más bajo?
La explicación la da Jesús Grisañela: «La ortografía tiene un peso y hay que trabajarla en el aula, pero es mucho más importante que el texto sea coherente y tenga sentido». El coordinador del ISEI no es el único en pensar así. Mari Mar Pérez, responsable de lengua castellana y literatura del berritzegune (centro de apoyo de la red de enseñanza) central de Bilbao asegura que «la ortografía es una parte importante de la lengua escrita, pero muchas veces se ha magnificado en las aulas y se le ha dedicado un tiempo excesivo».
Una tercera opinión, que en realidad es la misma, la ofrece Ainhoa Ezeiza, profesora del departamento de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Escuela de Magisterio de San Sebastián. «Entre los educadores hay preocupación, pero quizá sea mayor en relación con la comprensión o la expresión en general más que por los errores ortográficos», afirma.
«La piel del lenguaje»
Todo esto conduce a una nueva manera de enseñar en las aulas. «Mis alumnos sí hacen faltas y por supuesto que intentamos trabajarlas y corregirlas, pero no es lo más importante», explica Amaia Boneta, profesora de euskera y literatura del instituto donostiarra Antigua Luberri. «Cuando hacen redacciones -indica- les hacemos copiar bien las faltas que cometen, pero a la hora de poner la nota la parte más importante no es la ortografía, sino la expresión».
El cambio en la manera de enseñar refleja la transformación de una sociedad en la que la ortografía ha dejado de ser un símbolo de distinción. «Entre los alumnos hay mayor tolerancia a las faltas, pero es algo que también ocurre socialmente. Es probable que te encuentres con textos con errores ortográficos y que la gente no se lo tome a mal», afirma Ainhoa Ezeiza, que conoce «a un montón de ingenieros que cometen faltas y no son precisamente jóvenes».
La ortografía es el elemento más visible de un texto. Es lo que Amaia Boneta denomina «la piel del lenguaje», en la que tantos y tantos sistemas educativos se han detenido sin mirar lo que hay debajo. «El alumno estudia de una manera diferente. Ya no hacemos dictados, lo importante es que sepan escribir como es debido, con una introducción, unas consecuencias, que los argumentos que utilicen valgan para lo que quieren decir».
Nada que ver con la enseñanza que se impartía hace años, cuando la 'piel del lenguaje' era lo único que contaba. «Cuando nosotros íbamos al colegio si no escribías con total corrección suspendías», recuerda Ezeiza. En clase se sucedían tediosas las horas de dictados y lo más fácil de recordar, al menos en castellano, era que antes de be y pe hay que poner eme. La lección se complicaba cuando llegaban las tildes en los diptongos y triptongos, pero aún así algunos llegaban a aprenderse las normas. «Desde luego -dice Mari Mar Pérez- lo que no asegura para nada una buena ortografía es el conocimiento de sus reglas. Están plagadas de excepciones y puedes recitarlas de memoria para un examen pero seguir teniendo problemas. Lo que más favorece es el contacto visual con la lengua, la lectura, de forma que se automaticen las normas ortográficas».
Los ríos de la Península
De aquellos alumnos surge la vieja idea de que antes se escribía mejor que ahora. «Al igual que en la lengua, habrá quien diga que los niños no se saben de memoria los ríos de la Península», asegura Mari Mar Pérez. Lo que no se dice es que hace cuarenta años, por ejemplo, los que alcanzaban el Bachillerato eran muchos menos que los que llegan ahora y eran ellos quienes se aupaban al escaparate del nivel educativo. «¿Qué pasaba con los demás?», se pregunta la responsable del berritzegune.
«Nos hallamos en un momento en el que estamos alfabetizando al cien por cien de la población, algo que antes no existía», explica Mari Mar Pérez. «Se intenta conseguir que el nivel sea lo más alto posible para el mayor número de población -añade-, pero lo que vemos normalmente son siempre las excepciones por lo bajo».
Cambian las exigencias, la sociedad y también los medios de expresión. Ahora «es mucho más importante saber expresarse bien porque las faltas de ortografía te las puede corregir el corrector», insiste Amaia Boneta. Son otros tiempos, para desazón de los puristas, que quizá deban hacer lo mismo que Igor, un alumno de 4º de Primaria que al escribir su biografía para el examen del ISEI dijo: «Cuando empezó en el cole le costo mas hacer amigos pero al final lo consiguio. Al final cada vez mas se estaba acostumbrando al mundo que tenia por delante».
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