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Debate. Maider González, de Cruz Roja, se dirige a los alumnos del instituto Koldo Mitxelena de Errenteria que participaron en la reunión. :: ARIZMENDI
«Cuando mi padre dice algo me callo porque la razón siempre la tiene él»
JUVENTUD

«Cuando mi padre dice algo me callo porque la razón siempre la tiene él»

Adolescentes reunidos por Cruz Roja hablan sobre un mundo dominado por los adultos

JAVIER GUILLENEA

Lunes, 31 de octubre 2011, 08:48

Varias mujeres mayores entran en un autobús con todos los asientos ocupados. Tras unos momentos de espera, y al ver que nadie se levanta para cederles una plaza, se dirigen a dos adolescentes que viajan sentadas y en voz alta empiezan a afearles su mala educación por no haberse levantado. Pero las chicas no se mueven. Conclusión: «los jóvenes son unos bordes».

Una de las dos chicas criticadas describe días después la misma escena desde su punto de vista.

«Unas señoras mayores nos empezaron a decir de todo porque íbamos sentadas. Les habríamos dejado el sitio, pero no nos habíamos dado cuenta de que habían subido al autobús». La chica se queja amargamente de la actitud de unas mujeres que «piensan que tienen en propiedad una plaza para sentarse». Y no es así porque «una cosa es por educación y otra por obligación, y si me faltas al respeto no te dejo sitio». En resumen: «los adultos son unos bordes»

Si diéramos crédito a ambas versiones, llegaríamos a la conclusión de que aquí nadie se salva y todo el mundo «es un borde». Y tampoco es eso. Puede que lo que sucedió en el autobús fue una falta de comunicación entre dos generaciones que desconfían la una de la otra. Quizá no basta con hablar para expresar algo y más importante que las palabras es saber escuchar y ponerse en el lugar del otro.

En ello están 13 alumnas y 6 alumnos de 4º de ESO -entre 15 y 16 años- del instituto Koldo Mitxelena de Errenteria. Participan en un programa piloto puesto en marcha por la asamblea local de Cruz Roja con el nombre 'Promotor de salud comunitaria y portal solidario', que en una primera fase se ampliará al instituto Don Bosco hasta alcanzar a 143 jóvenes. Posteriormente se extenderá a centros de Lezo, Oiartzun, Beasain, Eibar, Elgoibar, Soraluze y los barrios donostiarras de Altza y Larratxo.

«Lo primero que les sorprende es que venga alguien a preguntarles su opinión», afirma Maider González, responsable de Desarrollo local y salud de la Cruz Roja de Gipuzkoa, y encargada de conducir el encuentro con los adolescentes del Koldo Mitxelena, que se celebra en un aula del instituto.

Los jóvenes relatan anécdotas como la de las señoras del autobús, y hablan de sus vecinos, a los que apenas conocen, de la situación de su barrio y de sus relaciones con los adultos. «Yo tenía una vecina que vivía en el último piso y nunca salía de casa. Estaba 'supersola', solo tenía una hija que le llevaba la comida», explica un alumno.

Los buenos vecinos

El proyecto trata de desarrollar el concepto de buena vecindad en los portales e instaurar una cultura de relaciones de ayuda entre los vecinos. «La convivencia es como el aire, que no se ve, pero si está contaminada afecta a nuestra salud», explica Maider a un auditorio que, cuando comenzaron las reuniones, no sabía muy bien para qué servía un portal.

«Los chavales no sabían cuántos vecinos había en su portal, ni quiénes son, ni la vida que llevan. Para ellos el portal es un portero automático y un ascensor», dice Maider. A veces, no obstante, es más que todo eso y se convierte en un auténtico problema desde el punto de vista de unos jóvenes acostumbrados a que cuando un adulto se dirige a ellos es para llamarles la atención. Para evitar malos ratos, explica Maider, «hacen tiempo en la calle para no coincidir con los vecinos en el ascensor porque les incomoda el silencio».

Al igual que en el autobús del principio, en este caso parece que existe otro punto de vista. Al parecer, los adultos hacen lo mismo que los jóvenes para no coincidir con ellos en los portales, lo que significa que hacen lo que pueden. Al menos eso es lo que se deduce de las quejas de los adolescentes, que lamentan «la falta de respeto de unos mayores que no les sujetan la puerta del portal ni les esperan para entrar en el ascensor». Al menos desde fuera, la sensación que da es que todos huyen de todos y que las bombillas que más miradas han recibido en la historia de la humanidad han sido y siguen siendo las de los ascensores.

Es un problema de comunicación, que diría un psicólogo. Cuando Maider pregunta a los alumnos del Koldo Mitxelena si sus padres tienen en cuenta su opinión, la respuesta es unánime y podría resumirse en un escueto «para nada» envuelto en una cierta aceptación de la cruda realidad.

- Cuando mi padre dice algo procuro callarme aunque yo piense de forma diferente porque él cree que siempre tiene la razón -se lamenta una chica.

Una de sus compañeras reconoce que tiene menos suerte porque en las conversaciones familiares ni siquiera se le plantea la opción de cerrar o no la boca.

- Mi madre me dice 'cállate'.

Y una tercera, quizá con más experiencia que el resto, pone en común la conclusión a la que ha llegado después de ver tantas veces a sus padres cargados de razón.

- Pues yo ni me callo porque ya no hablo -afirma.

Maider expone ejemplos de situaciones concretas recogidas en entrevistas a pie de calle que voluntarios de Cruz Roja han mantenido con centenares de personas. Recuerda que cuando comenzó a hablar con un hombre mayor que estaba sentado en el banco de un parque este le dijo que era la primera persona que se había acercado a saludarle en cuatro años. «El hombre -dice Maider- se estaba quedando ciego y no muy lejos paseaban sus amigos de toda la vida, que le dirigían la palabra cuando estaba bien y ahora no le hacían caso».

La reacción de los alumnos es contundente.

- ¡Qué cabrones! -exclama un adolescente.

- ¿Y nadie hacía nada? -pregunta una chica con rostro de incredulidad.

Mi mejor amiga

Maider continúa y explica que los voluntarios llegaron a la conclusión de que «sus amigos no se paraban a charlar con él porque creían que les iba a contar sus penas y a esas edades prefieren no hablar de estas cosas para que no se les contagie el estado de ánimo».

La incredulidad se extiende por los rostros de los estudiantes, que no terminan de comprender qué clase de amistad es esa que se rompe cuando llegan los malos tiempos.

- Si tú eres amigo de alguien y se echa a llorar, el que necesita ayuda es él.

- Si es mi amiga la ayudaría en vez de ponerme a llorar con ella.

De la amistad se llega al Estado del Bienestar, que redobla el interés de los alumnos y ofrece un atisbo de aquella vieja rebeldía social que se le achaca a la juventud. Maider recuerda que existen países que no tienen garantizada la atención médica gratuita y pone como ejemplo a Estados Unidos.

La indignación es inmediata y da pie a tímidas consignas revolucionarias.

- Eso no lo pueden hacer los médicos.

- Pues que se rebelen.

Maider aprovecha el momento para recalcar que la Seguridad Social «sale de nuestros bolsillos a través de los impuestos» y recordar que «cada vez que hay que borrar una pintada ese trabajo se paga con el dinero de los ciudadanos».

Como todo hay que decirlo, este último ejemplo enfría un poco el ambiente y no genera ninguna pregunta entre los alumnos, que prefieren hablar de otras cuestiones como, por ejemplo, los espacios libres y de reunión.

Hay quejas que no cambian con el tiempo. Hace treinta años las paredes reclamaban gaztetxes y demás lugares donde los jóvenes pudieran reunirse para hacer actividades en vez de depender de los horarios de los bares. Aquellos que antaño protestaban se han hecho mayores, algunos incluso concejales, y son sus hijos los que han recogido el testigo de su vieja reivindicación, señal de que las cosas se han hecho mal. O no se ha hecho nada. O no hay remedio.

José Antonio Fernández, responsable provincial del proyecto, ha estado escuchando el debate y no puede evitar intervenir para pedir a los jóvenes que reclamen zonas para ellos en vez de «jugar al balón en lugares por donde pasean personas mayores y niños pequeños». «Está claro que necesitáis un espacio. Por ejemplo, cerca de aquí hay un frontón que permanece cerrado todo el día. Os debéis unir para reclamar espacios».

La arenga surte efecto y obtiene un unánime «eso es». Pero pronto cunde el desaliento entre las filas de unos adolescentes que no saben muy bien cómo actuar en un mundo donde demasiadas veces son más un problema que un futuro.

- ¿Qué vamos a hacer? -pregunta uno de ellos.

- Pensar -responde José Antonio.

- ¿Una huelga?

- ¿Una manifestación?

- Sois ciudadanos con plenos derechos -les recuerda el responsable de Cruz Roja.

- Eso lo dice porque usted es mayor. A nosotros no nos hacen ni caso -contesta un joven.

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