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Agua fuera. Nagore pasa una vez más la escoba en su piso recién reformado en Virgen del Pilar, en Martutene. :: LUSA
«Es una sensación de impotencia total, una ruina para el barrio»
INUNDACIONES

«Es una sensación de impotencia total, una ruina para el barrio»

En Martutene y Txomin pocos negocios y casas se libraron del agua. El agua entró en la ikastola Arantzazuko Ama y 300 niños estarán sin colegio al menos una semana

JUANMA VELASCO jmvelasco@diariovasco.com

Martes, 8 de noviembre 2011, 20:01

«Habíamos abierto el bar hace cinco meses. Estábamos sin trabajo y decidimos montar un negocio»... Ni en sus peores pesadillas, Ana y Lucas, una joven pareja donostiarra, pensaron lo que el destino les deparaba cuando abrieron con «una ilusión tremenda» el bar Goizuetarra, en el paseo de Antzieta de Txomin Enea. «El río se lo ha llevado por delante», se lamentaban con una mezcla de «sensación de impotencia y rabia». Con la luz del día, los jóvenes regresaron ayer al local para confirmar sus peores temores: barro por todas partes, mesas y bancos hinchados, maquinaria inservible... «Lo que ha ocurrido es la ruina para el barrio. Esperamos que los seguros respondan».

La crecida del Urumea, ocasionada por las lluvias del domingo y el sábado, devoró centenares de garajes, viviendas y negocios, pero también se llevó por delante ilusiones y proyectos vitales. Algunos, como el de Ana y Lucas, apenas habían echado a andar -«nos había costado un montón sacarlo adelante»-. Otros, como el de Iñaki del Orden -tercera generación al frente de un negocio de comestibles en Martutene que fundó su abuelo en 1950-, echarán la persiana después de décadas de servicio al barrio. «Ha quedado inservible. No creo que podamos volver a abrir».

Ayer por la mañana, todo era desolación en las calles de Txomin Enea y en Martutene, dos barrios «humildes y de trabajadores» que trataban de despertar de la pesadilla de unas inundaciones devastadoras. Muchos habían pasado la noche en casa de algún familiar, otros aislados en su hogar a la luz de las velas -no había electricidad- y un puñado en el albergue improvisado en el polideportivo Gasca.

Las imágenes hablaban por sí solas: a quien no le había entrado agua en la casa, le había estropeado el negocio o el coche. En la retina, todos tenían el recuerdo de la crecida del agua, pero también el de la solidaridad de los vecinos achicando agua aquí y allá. «La carretera se convirtió en un río. Nos sentíamos impotentes porque no podíamos hacer nada», recuerda Ana, la joven hostelera del Goizuetarra.

Eso sí, si con la luz del día en Martutene el río había vuelto a su cauce y permitía la limpieza de viviendas y bajos comerciales, en Txomin Enea ayer todavía era momento de rescate de personas aisladas.

Más rescates en zódiac

De hecho, la zódiac de los bomberos siguió ayer haciendo viajes por zonas como el grupo de viviendas Aranzazu, en Antzieta 34. Allí, el agua seguía cubriendo los bajos y portales. Jesús, de 74 años, rogaba a los bomberos que le dejaran salir, desde la ventana del segundo piso que comparte con su hermana y su cuñado. En un santiamén, una zódiac le llevó a tierra firme a él, a su cuñado y a los dos perros de la casa: Danger y Duque. «Llevaba encerrado en casa desde el domingo a las 14. 00 horas. Llegué, tomé el café y ya no pude salir a la calle porque el agua había crecido dos metros», señalaba Jesús, que lleva toda la vida viviendo en el barrio. «Inundaciones como éstas solo recuerdo las de 1953, cuando era un chaval», dijo.

Al otro lado de la calle, Raúl, un donostiarra de 41 años, trataba de contactar desde la acera con su vecino del 1ºB que seguía aislado en el edificio. «Le estoy pidiendo que entre en mi casa y coja ropa y las gafas de mi hijo Lucas, que tiene cinco años, y que me las lance por la ventana». A Lucas y a Raúl les rescataron en zódiac el domingo por la tarde. «Todo ocurrió muy rápido. Salí a la calle con botas y regresé andando a las 16.00 de la tarde. En media hora, el agua subió dos metros. Es algo que no se explica», señaló. Como muchos vecinos, coincide en que «el río creció porque abrieron las compuertas del embalse del Añarbe». Tras ser evacuados de su hogar, fueron a dormir a casa de los abuelos, donde ayer se disponían a pasar una noche más.

En otras casas de Txomin Enea, la situación seguía siendo dantesca. «Nos sentimos abandonados», repetía Arantza desde la escalinata de Villa Shanti, en el Paseo Antzieta. La casa, en la que viven dos familias, seguía ayer rodeada por el agua y su moradores continuaban aislados. «Aquí nadie ha venido a preguntar si estábamos bien», se lamentaba. «¿Ves aquel rosal que sobresale ahí?, pues el domingo no se veía. El agua subió dos metros». El bajo de la casa todavía seguía inundado. «Allí tenemos el txoko, el garaje, una cocina»... Pero el agua llegó también a la primera planta, donde está la vivienda. «Hemos tenido que llevar a mi padre, de 81 años, a la segunda planta», señalaba Arantza, mientras un familiar le preguntaba desde la verja si necesitaban algo. «Como no pueden salir ni tienen luz, les he traído algo de comida caliente», señaló.

Muebles en la calle

En Martutene, las aguas regresaron por la mañana a su cauce pero dejaron tras de sí un rastro de desolación que se reflejaba en las caras de los vecinos. Las calles se llenaron de gentes que sacaba camas, colchones, electrodomésticos junto al portal para, acto seguido, tirarlos en los contenedores habilitados por el Ayuntamiento.

Detrás de cada portal había una historia. «Terminé de pagar los muebles el mes pasado y ahora resulta que los tengo que tirar todos». Nagore, de 33 años, pasaba la fregona por enésima vez por el suelo de madera que había instalado en junio del año pasado, cuando entró a vivir en una de las viviendas de Virgen del Pilar. «Se va a levantar todo el suelo y me va a tocar cambiarlo otra vez», señalaba con impotencia.

Su casa, un primero a casi un metro del nivel de la calle, no se libró de la crecida del Urumea. «Ya he llamado al seguro y me han dicho que vendrán antes de 14 días. Veo que voy a estar fuera de casa al menos un mes». Por el momento, desde el domingo por la noche duerme en casa de su madre. Ayer no fue a trabajar pero madrugó para ver el estado de su casa.

También hizo lo mismo Íñigo, un vecino de una calle más allá. «El agua subió casi dos metros. El portal se inundó entero», señalaba mientras sacaba muebles a la calle. «Se veía venir. Siempre hemos estado a poco de que se desbordara el río. Hay un sistema de SMS del Ayuntamiento, por el que nos avisan para que nos protejamos y movamos los coches, pero estamos hartos de que no hagan nada para arreglar el problema», señaló.

Si las viviendas de los primeros pisos fueron barridas por el agua, peor suerte corrieron los locales comerciales a pie de calle. El de Iñaki del Orden, una tienda de comestibles y congelados con solera, fue uno de los más afectados. Tras más de sesenta años abierto - «el negocio lo empezó mi abuelo, lo siguió mi padre y lo retomé yo»-, la inundación podría ser la estocada final para la tienda. «No sé si abriremos de nuevo. Con la crisis que de por sí tenemos ya los pequeños comercios, sería como empezar de nuevo», señalaba mientras recogía del suelo comida inservible. Iñaki intentó salvar todo lo que pudo el domingo, pero fue en balde. Finalmente, se refugió en casa de su madre, escuchó por «Punto Radio el partido de la Real y los comentarios que Tito Irazusta hacía sobre la inundaciones» y, desde el balcón, contempló impotente cómo el agua anegaba el negocio familiar. «Ha sido una catástrofe».

«Ya no me queda nada»

El agua también se llevó por delante, entre otros, la mercería Maritxu de María José Fernández, el Bar Txalupa de Remedios y Javier, o el bar Zero que Ligia Velázquez había abierto hace seis meses. «Estoy destrozada. Ya no me queda nada. Todos mis ahorros los he invertido aquí», contaba esta madre de tres hijos sin poder contener las lágrimas.

El agua no respetó ni la ikastola Arantzazuko Ama. De hecho, los 300 niños del centro ayer no tuvieron clase ni la tendrán al menos esta semana. «Hay destrozos en el gimnasio, en la biblioteca, en el comedor... No sabemos cuándo vamos a poder retomar las clases», señaló la directora Amaia Jaio. Fuera, un grupo de niños jugaba en el barro.

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