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CRISIS ECONÓMICOA

La pobreza en España tiene cara de niño

Tenemos una de las tasas más vergonzosas de la UE y no lo sabíamos. El 26% de nuestros críos lo pasa mal. Por primera vez, los partidos han incluido en sus programas un plan para combatir esta lacra. Nos lo exige la ONU. Hoy es el Día Mundial de la Infancia y estos que ven son las víctimas más vulnerables del naufragio español. Comen un plato al día y no pisan el cine. Los niños pobres, sean de donde sean, miran y sueñan muy parecido

PPLL

Domingo, 20 de noviembre 2011, 11:29

A Calamardo se le atraganta la enésima cangreburger en la pantalla del televisor. Marian, parece agotada, rebaja unos decibelios los gritos de Bob Esponja y le planta a Rafa la comida sobre un hule verde. Toca arroz, para variar. Apenas hay luz. - ¿Mamá a qué saben las hamburguesas? - Buaaaaggg... a carne. No te pierdes nada. ¡Siéntate a comer, anda! Rafa engulle. No pide segundo porque no sabe lo que es. Tiene 5 años; es hijo de la crisis. Su padre era bueno armando hormigón, pero el naufragio inmobiliario arrasó el futuro de esta familia donde los adultos no desayunan. «Si yo tomo el vaso de leche, se lo tengo que quitar a uno de mis hijos. ¿A cuál de los tres?». En ayunas y con la angustia clavada en las ojeras, Marian sale a las cinco de la mañana a limpiar casas el día que hay suerte. Cinco euros la hora. El 29 de la calle Indulgencia, en el arrabal sevillano del Palmete, huele a humedad de casa humilde y a dignidad. Ser niño pobre en España no significa necesariamente pasar hambre. Rafa, Juanjo y Triana Montero no tienen los ojos de azabache acechados por las moscas, ni la tripa hinchada. Pero se deben conformar con un plato al día. Tampoco significa estar sin escolarizar, pero sí pagar los libros en tres plazos, no saber leer en segundo de Primaria o quedarse en casa cuando los compañeros van de excursión. Los Fernández Contelles han llorado unas cuantas veces. Nuestros niños pobres duermen bajo techo, pero muchas veces de dos en dos y acunados por el frío, como los hermanos Matito Ríos. Cada vez son más y por ello la máxima organización internacional que vela por su bienestar, el Comité de los Derechos del Niño -un órgano de las Naciones Unidas formado por dieciocho expertos independientes- nos ha tirado de las orejas. Y bien. Hoy, 20 años después de que ratificáramos la Convención de los Derechos del Niño, casi dos millones de menores están en riesgo de pobreza en nuestro país, según Unicef. Uno de cada cuatro (24,1%) sobrevive en hogares con ingresos inferiores al 60% de la media nacional. ¿Datos exagerados? Los del Instituto Nacional de Estadística son aún peores. Las cifras provisionales de la Encuesta de Condiciones de Vida 2011, recién salidas del horno, alertan de que los chavales son el grupo de edad que más porcentaje de pobreza sufre en España, el 26% frente al 20% de los adultos. La crisis económica se ceba con los hogares donde corretean críos. Gafas y libros Pero no les vemos. Comparten pupitre con nuestros hijos, nos los cruzamos en el parque y se quedan en su cuarto cuando los demás vamos al centro comercial. No han pisado jamás el cine, ni chutado un balón con unas Nike. Tampoco saben cómo es la Barbie auténtica. Apuran el fin de semana delante de Clan y calzan lo que a otros aprieta. Son invisibles en medio de la tormenta financiera que nubla al aturdido y viejo continente. España ocupa el último lugar, junto con Grecia, en inversión pública en infancia, un 0,7% del PIB frente a la media del 2,3% de la Europa de los quince. Y ese Comité de los Derechos del Niño nos dice en su último informe que doblemos la inversión, que hagamos un plan nacional para combatir esta vergüenza y que las obras sociales de las cajas y las ONG no pueden seguir nadando solas contracorriente. Marian Cruz, la madre de Rafa, Triana y Juanjo, se habría hundido sin un flotador llamado CaixaProinfancia, el programa de atención a los pequeños más ambicioso de los desarrollados en España. 180.000 críos y 179 millones de euros desde su puesta en marcha en 2007. Muchos ceros como para seguir pensando que la pobreza infantil es cosa de alguna etnia con alergia a las normas establecidas. Save the Children pone a su batallón de profesionales al servicio de este plan que le ha permitido a Rafa comer papillas como los de su quinta en vez de leche rebajada con agua. A Triana, llevar gafas. Tiene ya cinco dioptrías de miopía a cada lado. «Le va subiendo cada pocos meses y las gafas cuestan 180 euros. Si no fuera por esta ayuda, no vería. No llega para eso. Mira, yo de cría siempre he andado cortita económicamente, pero nunca me ha faltado el pan. Ahora temo que a mis hijos les falte», se angustia Marian. Esta sevillana -porcelana por fuera, roca por dentro- se define como una «guerrera, con todos los instintos a la expectativa. Estoy a todo. Soy un toro, me recojo el moño y que sea lo que dios quiera». Pero esta noche hay tres huevos y tres bollos de pan para cinco. ¿Adivinan quién se queda sin cenar? Rafael Montero, su marido, vive ahora de los desahucios. Ironías de la pobreza. Ayuda a sacar los muebles de gente que está aún peor que él y le pagan con la chatarra. La coloca a 20 céntimos el kilo. «No está mal. Aunque con la droga sacaríamos mucho más. Podría comprar ropa a mis hijos, en vez de tirar con la que me dan en las casas y las amigas, pero queremos vivir tranquilos. Muchas noches lloro a solas». Juanjo, 15 años de resignación, y su hermana Triana, 11 chutando el balón, saben que este año no habrá Reyes. La economía se cuadra céntimo a céntimo. La compra de unos libros para el cole de ocho euros han desbaratado el presupuesto del mes. Marian ya no sabe dónde rascar. «Cuando las vecinas te dejan dinero para pagar la luz, solo puedes decirles a los mayores que no hay regalos para ellos. Compraré un muñequito para el pequeño. Una no quiere contar más para que no pasen vergüenza». Vergüenza. Quizás por eso las amigas de Natalia y María jamás han entrado en el 'salón' de su casa, donde se amontonan la cama de sus padres, la nevera, la tele, el ordenador que remite a tiempos mejores... Si viviesen en Sevilla quizás terminarían conociendo a Rafael, el marido de Marian, porque están a muy pocos euros del desahucio. Por su piso enano y cochambroso del barrio bilbaíno de Miribilla les piden 630 euros. Y los ingresos de esta familia no suben de los 400, con las horas que echa Ana fregando. Deben dos meses. En mala hora su suegra les regaló un terrenito que solo sirve para acumular zarzas y borrar la ayuda social. No hay manera de que Pedro vuelva a subir al andamio del que le apeó la recesión. Ana abre su nevera, ve esa triste pechuga de pollo, los cuatro yogures naturales y el medio litro de leche que debe estirar durante tres días y llora. «Mi marido ha repartido cien currículos y no le ha contestado nadie». - El casero le va a llamar mañana para recordarle que a los tres meses de impago le puede poner de patitas en la calle. ¿Qué va a hacer? - Nada. Me rindo. No tenemos ningún familiar que nos pueda acoger y no sé qué hacer. ¿Conoce a alguien que me quiera contratar? De lo que sea. Cáritas ayuda a las pequeñas María y Natalia con los deberes, les escucha y anima a participar en talleres de tiempo libre. Un cortafuegos para la exclusión social, prima hermana de la pobreza, desarrollado en varias provincias españolas, pero insuficiente. «Las diferencias entre unos niños y otros han aumentado. Su vulnerabilidad es mayor. Lo que preocupa de España, realmente, es que desde 2007 ha aumentado el porcentaje de la pobreza infantil. Sin parar. La pobreza tiene aquí cara de niño. Hace unos años era de mujer, pero eso ha cambiado. No existe ninguna perspectiva de infancia en la elaboración de los presupuestos del Estado, y esto es obligatorio. Por no hablar de las consecuencias de la política de ajustes que España se ha visto obligada a acometer. Hay que corregir varias cosas importantes», alerta Jorge Cardona, catedrático de Derecho Internacional Público y único español en ese comité internacional de expertos que supervisa la aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño en los 193 países que la firmaron. 9 en 4 habitaciones A María Luisa se la acaban de llevar en ambulancia, con dos válvulas demasiado cerca del corazón y una fibrosis pulmonar que por poco la remata. Pero su hija, la agradecida Remedios Cordero, se queda con los reporteros en casa. «Haré todo lo que sea por ayudar a gente que está como nosotros». 43 años y exautónoma, como su marido, Nicolás Matito. Tenían dos camiones y cartera para visitar la peluquería y el dentista. Hoy se arregla como puede el pelo, los dientes y el puñetero presente. Viven con la abuela y seis hijos en una casita de cuatro habitaciones y 460 euros de alquiler, en Olivares, extrarradio de Sevilla. La droga no pasea por la calle, como en Palmete, pero la mirada de Remedios se agosta como las de Marian y Ana. Sus familias, sus vidas, son los restos de la crisis que deja los hogares sin alfombras, apenas un hilo de luz y agua y el olor inconfundible del puchero sin jamón. Imploran ayuda sin pedirla. Nicolás, que a sus 14 años aún mira la hora en el reloj de la primera comunión como los niños de antes, quiso dejar los libros para intentar llevar unos euros a casa. Remedios se lo quitó de la cabeza. La hermana mayor, Cristina, estudia segundo de Biología. Gratis, por familia numerosa. Nació en la época de los dos camiones, cuando había dinero para cine y juguetes. Tiene un pie fuera de ese círculo invisible de la pobreza que crece casi tan rápido como la deuda española y acecha a los pequeños de su casa. Sara, la tercera de los Matito Cordero, tiene 9 años, respuesta para todo y un sueño: ser maestra. En las clases de refuerzo escolar de Save the Children les han hablado del 20 aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño. - ¿Sabes qué día es hoy? - ¡Las elecciones! - ¿Nada más? - Ah, síííí, celebramos nuestros derechos, que son: jugar, comer e ir al cole. Sí, estos niños parecen felices. Tienen ganas de jugar. Aunque sea sin playstation ni patinete, y dentro de casa, como les ha acostumbrado Remedios. Es difícil verles corretear por el pueblo. Una mezcla de vergüenza y prevención para que no comparen y se sientan inferiores les aísla en casa. Uno de los objetivo de Save the Children es, precisamente, romper ese círculo vicioso, «intentar que el niño no se sienta pobre. Hay menores que no ven el futuro porque no hay ingresos en su casa, ni cultura del esfuerzo. Se alimentan de pan bimbo, o de los yogures de oferta. Sí, hay malnutrición. Sí, hay pobreza 'invisibilizada'. Y esto es muy peligroso. O lo cortamos ahora o va ser un problema estructural en España. La preocupación es honda», advierte Rodrigo Hernández, delegado de Save the Children en Valencia. La preocupación de Mariam Berzosa es inventarse cosas para seguir en pie. «La última es coser por las casas». En la era pasada de la abundancia, vivía en un chalé, se limpiaba el cutis en un salón de belleza y peinaba perritos en un floreciente negocio. Se separó, perdió el trabajo -la dueña es la exsuegra- y se vio en la calle. Pero tiene el mejor de los talismanes: Rubén. Ha cumplido 10 años en un piso color melocotón que su madre ha apañado ladrillo a ladrillo junto a David, su nueva pareja. Es de los que va atrás en el camión de la basura. Descarga contenedores a las afueras de Valencia. Comen «gracias a la tarjeta del Mercadona» y a algún alma caritativa del banco que no devuelve los recibos impagados. Increíble. Pero es que con esta pizpireta de 32 años parece todo posible. Hasta se ha inventado una sonrisa para Rubén cuando alguna tarde llega lloriqueando de la escuela. -¿Qué te dicen los compañeros? - Se ríen de mí, se meten conmigo. Dicen que soy diferente porque no llevo 'nikes', ni tengo playstation. Pero va a ser campeón de taekwondo y acabará quinto de Primaria con nota. Los amigos de Save the Children le ayudan con las matemáticas y le enseñan a no sentirse pobre. Espigando patatas En casa de los Fernández Contelles parece más complicado. El número 18 de la calle San Andreu de Paterna (Valencia) roza el realismo mágico. ¿Cómo se pueden comer los caracoles y espárragos que regala el campo y sonreír como Dessireé y Narjiss? Son las de la foto de la portada, retratadas en su hogar. Como una de 'Las espigadoras' que Millet pintó en 1857, Esteban Fernández se rompe la espalda recogiendo las patatas y cebollas que nadie quiere en las huertas valencianas. «La cuestión es traer algo a casa para que coman estos bichitos. Yo voy a los campos y pregunto '¿jefe, puedo espigar'?». Alimenta a tres hijos adultos, sin trabajo ni pareja, y a cinco nietos con su jubilación de 1.300 euros. El programa de La Caixa les ayuda con el material escolar, la comida de los menores de 3 años, algún campamento en verano, las clases particulares para que la pobreza no empañe también las notas,... Pero no llega para fallas, ni chuches, ni para una pared bien pintada. Todos los meses caen 400 euros de hipoteca y en el banco de alimentos racionan más la leche. «Antes nos daban un cheque para seis meses, ahora para cuatro. El número de familias necesitadas aumenta, pero las ayudan bajan». ¿Se prepara la tormenta perfecta? Puede que amaine. El diseño y puesta en marcha de ese plan contra la pobreza infantil, reclamado por Naciones Unidas, Unicef y Save the Children, ha sido recogido por la mayoría de los partidos que formarán el Parlamento salido hoy de las urnas. PP, PSOE, IU y CiU lo citan expresamente en sus programas electorales. Mientras los políticos lo dotan de dinero y herramientas para que sea eficaz, Marian, Ana, Remedios, Esteban y miles de españoles sueñan con poder darles a sus hijos una hamburguesa más real que la de Bob Esponja. La esperanza existe. Y da dignidad.

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