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Abrasados. 25 vehículos colisionaron en cadena y fueron montándose unos encima de otros. Los depósitos estallaron y se formó una bola de fuego en la que murieron carbonizadas las víctimas. :: FOTOGRAFÍAS: JOSÉ LUIS NOCITO
La «cicatriz» de un infierno en la A-8
AL DÍA

La «cicatriz» de un infierno en la A-8

Supervivientes del accidente más grave de Euskadi, con 18 muertos en un choque en cadena por la niebla, recuerdan la tragedia 20 años después

AINHOA DE LAS HERAS

Domingo, 4 de diciembre 2011, 11:18

Tontxu y Mari Loli, como se llaman entre sí, sobrevivieron al accidente de tráfico más grave de la historia de Euskadi el 6 de diciembre de 1991 en Amorebieta, en el que perecieron 18 personas. Pero sufrieron una «herida gordísima» que les ha dejado «una cicatriz», asumen. Esa marca en el alma «se abre con el recuerdo». El próximo martes se cumple el vigésimo aniversario de la tragedia, pero Antonio Olazabal, de 71 años, y Loli Pereda, de 67, un matrimonio vecino de Balmaseda, no lo va a celebrar pese a estar vivo.

Aquel día viajaban en coche con una pareja de amigos. Ambos murieron en el siniestro. Dos décadas después, la emoción aún les corta la voz al recordar las impactantes escenas grabadas en su retina y, sobre todo, al pensar en los que se quedaron para siempre en la autopista Bilbao-Behobia. Tontxu se fracturó dos costillas y sufrió cortes en las manos al romper la luna para escapar de las llamas. Loli se quemó la cara y una pierna.

Tardaron un tiempo en recuperarse de las lesiones físicas, que les han dejado algunas secuelas, pero nunca superarán las emocionales. «Fue un infierno, todo ardiendo... Eso es difícil de olvidar», coinciden con la mirada perdida.

Excursión a Biarritz

La catástrofe se produjo en pleno puente de la Constitución. Tontxu y Loli, junto a otros dos matrimonios de Balmaseda -los Martínez y los Aldama, cada uno de ellos con una hija-, decidieron ir a pasar el día a la localidad francesa de Biarritz. Salieron temprano. Los Martínez no sabían si iban a emprender el viaje hasta última hora porque él, Eduardo -'Lalo', como le conocían cariñosamente-, tenía pendiente un trabajo en Madrid. Lamentablemente, al final también se apuntaron. Conducía 'Lalo', Tontxu iba de copiloto y las dos mujeres, detrás. Los Aldama llevaban en su coche a las dos chicas amigas. Los cuatro sobrevivieron.

Alrededor de las diez de la mañana empezaron a descender por una suave pendiente de la A-8 en dirección a San sebastián, justo antes de la salida de Amorebieta. Según las investigaciones posteriores, una niebla repentina en un día claro cegó a los conductores, que circulaban en fila a cierta velocidad. «Alguno se puso nervioso y paró en mitad de la autopista y los demás fuimos detrás», barruntan los supervivientes. Un total de 25 vehículos colisionaron siguiendo un efecto dominó. Los automóviles se fueron empotrando uno tras otro formando una montaña de chatarra. «Fue como si vas por la carretera y te ponen un muro», compara Tontxu. «De los 25, nosotros quedamos en medio, fuimos el coche 12 o 13», añade Loli.

«Íbamos charlando y, de repente, se formó una niebla densa, no se veía al de delante a menos de 20 metros y empezamos a sentir golpes por todos los lados. Por arriba, por abajo... Fue tremendo. No sabíamos lo que estaba pasando. Yo creía que me caía al vacío. Entonces, empezaron a escucharse explosiones y empezó a arder la parte trasera del coche, donde estaba el depósito de gasolina», explica Loli, que mantiene algunas lagunas de memoria.

Noqueado, Tontxu sacó fuerzas de donde pudo y se arrancó el cinturón de seguridad porque no atinaba a desengancharlo. Con las nudillos golpeó a la luna delantera, ya fracturada, y logró romperla del todo. «¡Tira para 'alante' y sal, que yo tengo una pierna atrapada!», le animó a su mujer. «Yo salí el último». Loli pasó a la parte delantera, aunque no lo recuerda, y logró salir al exterior. Después, «fui saltando coches hasta que llegué a la cuneta, donde había una chica y un chico muerto en el suelo». El espectáculo era dantesco. Su vehículo había quedado «empotrado» con coches por detrás, a los lados y hasta subidos encima, junto al quitamiedos. «Estábamos bloqueados por todos los lados».

De repente apareció Aurori, la amiga con la que viajaba, «con el pelo quemado y gritando: «¡Que saquen a 'Lalo', que se ha quedado dentro! Tuvimos que pararla porque quería volver a entrar». Los depósitos de combustible de los vehículos habían empezado a arder hasta convertirse en una «gran bola de fuego. Se oían gritos, lloros... Fue tremendo», rememoran con emoción.

Severas quemaduras

Tontxu pudo abandonar el coche en llamas y se reencontró con su mujer. «Decía que le dolía mucho el pecho y tenía las manos ensangrentadas de los cristales», recuerda Loli. El hombre no ha podido quitarse de la cabeza los gritos de la gente: «¡Sacadme de aquí, me estoy quemando!», rogaban.

Aurori sufrió quemaduras en el 38% del cuerpo e intoxicación por monóxido de carbono al inhalar humo. Ingresó en la Unidad de Grandes Quemados del hospital de Cruces. Murió al cabo de 15 días y se convirtió en la víctima número 18. 'Lalo' pereció en el coche con otras 16 personas. Además, en el accidente hubo 49 heridos, algunos con severas quemaduras.

Hace veinte años apenas nadie tenía teléfono móvil, por lo que muchas familias estuvieron pendientes todo el día de si alguno de sus miembros que utilizaba la Bilbao-Behobia había podido quedar atrapado en el grave siniestro, que paralizó el País Vasco. Loli fue trasladada en una ambulancia hasta Cruces. «Aquello era un caos», recuerda. Le quitaron el jersey chamuscado y, días después, le tuvieron que hacer un injerto en una pierna.

Al llegar al hospital, alguien le ayudó prestándole dinero para que llamara por teléfono a sus tres hijos. «Dos chicas me hicieron compañía hasta que llegaron mis familiares». Todas sus pertenencias se quemaron con el coche. «No sabía dónde estaba mi marido, le habían llevado a Basurto», dice sollozando.

¿Por qué ellos se salvaron y sus amigos no? «No era nuestro día, no nos tocaba», creen. Tontxu confiesa con los ojos humedecidos que siempre le quedará «la duda de si hubiera podido hacer algo más por salvar a mi amigo o por esa pobre gente que gritaba», aunque en realidad sabe que haberse metido en las llamas habría supuesto su sentencia de muerte. «Lo peor fue para los chavales», dice, en referencia a los dos hijos del matrimonio fallecido. Les queda el alivio de comprobar a diario que los chicos -«les queremos como de la familia»- «son felices, han conseguido tirar para adelante y han rehecho su vida».

Desde entonces, Loli ha desarrollado una fobia al coche. «Un viaje largo por carretera ni pensar, y si por obligación tengo que ir a Bilbao me disculpo con el que conduce porque me pongo muy nerviosa y a veces grito sin motivo: '¡no te arrimes, cuidado!'», confiesa. Sólo ha vuelto a cruzar una vez el tramo de autopista donde se produjo el accidente, y «lo pasé fatal».

La mujer prefiere desahogarse hablando mientras su marido guarda silencio, «Tontxu se quedó como mudo», dice. «No hablo porque lo paso mal, me acuerdo de mis amigos, de la gente que gritaba», explica él. De cuando en cuando, recuerdan los guisos de caracoles y bacalao que preparaba 'Lalo', un gran cocinero, y se emocionan.

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