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IÑAKI CASTRO CORRESPONSAL
Domingo, 11 de diciembre 2011, 10:53
Hace solo unos días, la Cámara de los Comunes hervía con un debate previo a la cumbre del jueves y el viernes en Bruselas. En plena agitación parlamentaria, un diputado euroescéptico le exigió a David Cameron que exhibiera ante sus socios europeos el 'espíritu' del bulldog británico, la icónica imagen que sirve de marca al país y rememora la resistencia de Winston Churchill frente a los nazis.
El líder conservador se lo tomó al pie de la letra. En una decisión que ni siquiera Margaret Thatcher se atrevió a adoptar, vetó la reforma del Tratado de la UE para avanzar hacia la integración fiscal. La respuesta de sus socios fue igual de histórica. Liderada por el club del euro, Europa seguirá adelante sin Londres.
Las consecuencias del veto de Cameron, que fue vitoreado por sus correligionarios tras su regreso a casa, habrá que analizarla con perspectiva, pero ayer ya se intuían algunos cambios de fuerte trascendencia. «El gran divorcio europeo», constataba 'The Economist' antes de advertir de que el eje franco-alemán sale todavía más reforzado con el nuevo escenario.
En realidad, toda la eurozona afianza su poder en el seno de los Veintisiete. La cumbre ha dejado claro que la moneda única impone su ley en el bloque. Acorralados por la crisis, los 17 países integrados en la divisa común han tomado definitivamente el timón en Bruselas y el que no siga sus pasos, simplemente, se quedará aislado.
Aunque en estas últimas semanas había resucitado el temor a la Europa a dos velocidades, lo cierto es que el bloque hacía tiempo que se movía a ritmos distintos. Desde que el euro empezó a cobrar vida con el Tratado de Maastricht hace ahora veinte años, los miembros de la divisa común viajaban en los primeros vagones del tren europeo. Actualmente, 17 socios lo llevan en sus bolsillos, pero casi todos están obligados a adoptarlo tarde o temprano. Solo Reino Unido y Dinamarca negociaron que permanecerían al margen de la Unión Monetaria. Además, Suecia se encuentra en una especie de limbo porque sus ciudadanos rechazaron el ingreso en un referéndum celebrado en 2003.
Fallida Constitución
Hasta el estallido de la crisis de la deuda hace un año y medio, la Europa del euro y el resto habían convivido en cierta armonía. Incluso, la gran preocupación de la UE a lo largo de casi toda la pasada década era su futuro político. Durante años, se negoció la fallida Constitución a la que sucedió en 2009 el Tratado de Lisboa, que esta semana quería modificarse. Sin embargo, el desplome de Grecia, Irlanda y Portugal ha acabado cambiándolo todo. El primer efecto de este descalabro fue la incontestable supremacía alemana. Apoyada en su poderío exportador -este año podría superar por primera vez la barrera del billón de euros en ventas al exterior-, Berlín ha pilotado toda la respuesta a la crisis.
Angela Merkel impuso como primer objetivo la Europa de la austeridad. Todos los socios en apuros debían recortar sus déficits de manera implacable y poner en marcha reformas estructurales. En este contexto, nació el 'Pacto del Euro Plus', que ha servido como referencia para el acuerdo de esta semana. Alentado por la canciller, exige la aplicación de medidas como el retraso de la edad de jubilación o una mayor vinculación entre salarios y productividad. En total, se sumaron 23 socios. Prefirieron quedarse fuera Reino Unido, Suecia, República Checa y Hungría.
En marzo, cuando se firmó el 'Pacto del Euro Plus', el contagio griego todavía se veía como algo relativamente lejano. La evolución de los acontecimientos no tardó en demostrar todo lo contrario. Entonces, Merkel volvió a sacar su libreta y proclamó que el euro debía recuperar su «credibilidad». Para ello, lideró junto a Francia una reforma del Tratado que consagrará la disciplina fiscal en el bloque. Los socios debían comprometerse incluso en sus Constituciones con el equilibrio fiscal. Además, las sanciones a los países derrochadores tenían que agilizarse para convencer a los inversores de que la moneda única jamás colapsará.
El plan de Merkel y Sarkozy, hecho público el pasado lunes, tenía enfrente el muro de la unanimidad. Los Veintisiete necesitaban ponerse de acuerdo para que el Tratado de Lisboa pudiera modificarse. Ante esta situación, los líderes del eje franco-alemán anunciaron que no les temblaría el pulso a la hora de considerar un pacto alternativo solo para la eurozona.
Uno de los principales destinatarios del mensaje era Cameron, que ya se enfrentaba a un clima de zafarrancho en el Partido Conservador. Presionado por el ala euroescéptica de la formación, que en octubre exhibió su fuerza al reclamar un referéndum sobre su continuidad en la UE, se vio obligado a comprometerse con una defensa inquebrantable de los «intereses británicos».
De madrugada
Cameron cumplió con su palabra. Con la madrugada bien avanzada en Bruselas, el líder 'tory' anunció que solo aceptaría una reforma del Tratado si se blindaba la City, que representa el 10% del PIB del país. El mandatario reclamaba la posibilidad de frenar cualquier tipo de regulación financiera. El 'no' de sus socios fue histórico, lo que provocó de inmediato el veto británico. El club del euro demostró entonces todo su peso. 26 de los 27 miembros de la UE rompieron la tradición de la unanimidad y optaron por avanzar juntos hacia una mayor integración fiscal. Reino Unido quedaba oficialmente aislado en la nueva Europa de la austeridad.
Tras su regreso a Londres, Cameron constató que su decisión no había dejado a nadie indiferente. Algunos medios como el 'Evening Standard' volvieron a difundir una histórica viñeta de la Segunda Guerra Mundial. En ella, se puede ver a un soldado británico blandiendo el puño frente a los aviones nazis tras la caída de Francia en 1940, lo que dejó a Reino Unido sin aliados en el continente. Debajo, puede leerse: «Muy bien, solos». En un tono más analítico y más allá de la legitimidad de los argumentos, el 'Financial Times' insistía en que «una silla vacía no resuelve nada».
Los euroescépticos británicos confían que el nuevo escenario desemboque, como mínimo, en una renegociación del estatus del país en la UE. La decisión, sin embargo, podría costarle la cara a Cameron porque gobierna en coalición con los liberaldemócratas, el partido más europeísta del país. Incluso, ya se escuchan algunas críticas por su «torpeza» al no haber fraguado una alianza con otros socios por si la eurozona decidía no mirar atrás. De momento, la separación podría no acabar en ruptura total porque el líder 'tory' ha remarcado que, llegado el caso, defendería la «pertenencia» de Gran Bretaña a la Unión.
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