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CRISTINA TURRAU
Jueves, 15 de diciembre 2011, 11:04
«Soy el señor Parkinson», le saludó la enfermedad a Antonio Sánchez Escudero. «Bienvenido», le respondió él. Superviviente por trayectoria, luchador y optimista, Sánchez Escudero admitió la enfermedad caballerosamente pero decidió no darle tregua. Ocurrió hace 11 años y desde entonces ni el Parkinson ni la dosis de medicación para combatirla han avanzado. Porque este vecino de Oiartzun nacido en 1937 en Madrid hace lo que «más le fastidia» al mal: pinta, toca la txalaparta, practica yoga y pilates y realiza estiramientos con una caña que él mismo ha fabricado. Mantiene su mente en forma con clases de euskera y jeroglíficos. De su actitud positiva ante la enfermedad habla hoy en Aula DV, acompañado por el neurólogo Gurutz Linazasoro. Será a las 20 horas en la sala Kutxa de la calle Andia de Donostia. La entrada es libre hasta completar aforo.
Estas son las bases de su filosofía y episodios que han forjado su actitud ante la adversidad. «Quiero que la gente salga de la charla con enormes ganas de vivir», dice. «Un día sin sonrisa es un día perdido».
Plantar cara a la enfermedad
A un enemigo importante hay que tratarle como se merece. «El Parkinson destruye las neuronas responsables del movimiento del cuerpo», explica. «Cuando te diagnostican la enfermedad, ya lleva unos años dentro así que no hay tiempo que perder. Yo decidí desde el principio plantarle cara a la enfermedad y hacer todo lo que a ella no le gusta: pilates, yoga, montaña, estiramientos o txalaparta. Con cañas he fabricado una barra ligera, con la que hago tandas de diez estiramientos. Realizo múltiples ejercicios y siempre incluyo un 'viaje' a Venecia, imaginándome que remo en una góndola. También 'vuelo' imitando el movimiento de los pájaros. De vez en cuando me abrazo a un árbol para contagiarme de su energía. La vida es una guerra perdida pero hay que ganar las batallas. Y ganando las batallas puedes lograr triunfos desconocidos. Yo pienso vivir hasta los 80, 90 o 100 años. El Parkinson tiene un cabreo terrible conmigo».
La enseñanza de los animales
Antonio Sánchez nació con la guerra. Fue en el año 1937 en Madrid, así que sabe bien lo que es pasar hambre. «De niño recogía colillas para que las fumara mi padre y una cáscara de plátano llegaba a ser un manjar». Aquellas privaciones forjaron su carácter, pero sus mejores maestros fueron los animales. «Tenía 5 años y la familia se trasladó a Riofrío, porque mi padre, funcionario de Patrimonio Nacional, tenía que inventariar el palacio. Nuestra casa estaba en pleno monte y no tenía luz ni agua corriente. Viví allí hasta los 12 años y mis amigos fueron los animales. Aprendí todo de ellos. Cuando voy a un sitio nunca me desoriento. Como los animales, sé volver. Aprendí que los descuidos se pagan. Hay que estar siempre alerta. De las gallinas saqué importantes lecciones. Eran mi tesoro. Picaba bellotas para alimentarlas, ponían huevos y los vendía a los veraneantes. Por dos veces el zorro entró en el gallinero y mató a varias. Y las dos, por un descuido mío, al no cerrar bien la puerta. Todo funciona de acuerdo al peor de los elementos. Y hay que estar alerta para evitarlo. También descubrí la fuerza mental de los animales. Teníamos una gallina que no ponía huevos. La quería mucho y no deseaba que la mataran. Repetí mentalmente una y otra vez la petición de que pusiera un huevo y lo logré. En otra ocasión pasó lo mismo. La iban a matar y se puso clueca, se hinchó. La dejaron para que empollara huevos».
La vida es demasiado corta como para aburrirse
Antonio ha viajado por decenas de países y ha tenido numerosos trabajos. «La vida es demasiado corta como para aburrirse haciendo siempre lo mismo», dice. A los 17 años, cuando terminaba de trabajar, de ocho a diez de la noche, estudiaba francés e inglés. Luego empezó con el alemán. En Londres se tituló en Comercio Exterior y en Alemania se atrevió con la Filología alemana. Vivió 4 años en Alemania, 1 en París, dos en Londres y 3 en California. «En Alemania me vi a 18 grados bajo cero, con 39 de fiebre, sin trabajo, sin permiso de trabajo y sin casa».
Si superó aquello, otros retos le parecieron después fáciles. «A California me fui con mi mujer, de recién casados. Ella tenía 20 y no había salido de Astigarraga. Yo tenía 30. Volvimos tres años después para que naciera aquí nuestro hijo. Tengo dos nietas, Lía y Anne». Ha sido representante de máquina herramienta en distintos países y vendedor de muebles de cocina, entre otros oficios. «No me gusta la monotonía. He vivido muchas vidas y he cometido muchos errores. Si volviera a vivir, me gustaría cometer más, porque de los errores se aprende. La perfección no existe. Quien quiera ser perfecto, sufrirá. Hay que huir de la perfección».
Ganar las batallas aunque se pierda la guerra
La guerra de la vida no puede ganarse, pero sí sus batallas, sostiene Antonio Sánchez. «Todas las enfermedades infantiles son para mí batallas ganadas. Con 8 años sufrí sarna. Me cubrieron con azufre en pasta y en dos días desapareció. Con 14 años pesaba 28 kilos y sufrí tuberculosis. Pensaron que me moría, pero yo decidí vivir. En 1992 me detectaron cáncer de piel y también estoy ganado esta batalla». Anima a hablar de la enfermedad sin miedo. «Lo más probable es que la gente no se muera de la enfermedad que padece, sino de otra cosa. El miedo no sirve para nada. Hay que mantener unas enormes ganas de vivir, reirse mucho y huir de las personas negativas, que absorben la energía. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo en esas tonterías».
De todo ello hablará en la charla de hoy. Como actor aficionado -estudió con Teresa Calo y llegó a trabajar con Coronado en una serie- conoce la importancia de la improvisación. «He preparado mi charla pero también improvisaré. La vida es improvisación continua, sin ensayos».
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