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RICARDO ALDARONDO
Domingo, 18 de diciembre 2011, 03:45
Se cita siempre a Cesaria Evora como la cantante descalza (con permiso de Sandie Shaw), queriendo quizás transmitir la naturalidad y autenticidad que indudablemente formaban parte del arte de la cantante de Cabo Verde. Pero tampoco hay que ver trascendencia mayor en ese detalle: recuerda Cruz Gorostegi que cuando un periodista dio por hecho que si cantaba descalza era por mantenerse en contacto con la tierra, las raíces y todas esas cosas, ella le contestó con razones menos elevadas: «Qué va, es que me hacen daño los zapatos».
También se le tildaba de diva, aunque ella lo más contrario a una diva: en todo caso fue divinizada por un público que la adoró en todo el mundo desde que su manager la sacó de los pequeños garitos en los que cantaba en su tierra natal, «en los que casi tienes que entrar de perfil», recuerda Cruz Gorostegi, que los visitó hace un par de años.
Gorostegi la conocía bien porque la donostiarra empresa de management Syntorama que dirige fue la representante de Evora en España durante los trece últimos años. Cesaria Evora cantó en San Sebastián al menos tres veces: en el Victoria Eugenia en 1998 y en el Kursaal en 2001 y 2005, y volvió al Leidor de Tolosa en noviembre de 2007. En aquella ocasión contaba a DV: «Mi música es alegre y triste al mismo tiempo», y afirmaba que lo que más echaba de menos cuando estaba de gira era «la tranquilidad, mi familia, el mar».
Nunca se hizo a la idea de ser una estrella de la música, ni se creció con las alabanzas, los aplausos y la grandeza de los mejores escenarios del mundo, a pesar de que su pasión era cantar y sobre las tablas era feliz. Eso sí, «en cuanto terminaba el concierto tenía que estar esperándole un taxi para llevarla a cenar inmediatamente», recuerda Gorostegi. Fumar era otra de sus pasiones, tres o cuatro paquetes diarios. «Dicen que cuando le operaron del corazón, lo primero que pidió fue un cigarro». En los últimos años su salud estaba resentida, pero durante mucho tiempo hacía giras que duraban nueve meses al año. Poder de atracción de una voz y un carisma inigualables que sin moverse dos pasos en el escenario emocionaba a auditorios de toda condición.
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