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BORJA OLAIZOLA
Martes, 20 de diciembre 2011, 03:51
Persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos extraordinarios y los ejerce sin limitación jurídica». Kim Jong II, el recientemente desaparecido líder de Corea del Norte, se ajustaba como anillo al dedo a la definición que el diccionario de la Real Academia hace del término dictador. La delirante verborrea con la que el régimen norcoreano ha despedido a su gobernante remite directamente a algunas de las escenas de 'El Gran Dictador', la sátira cinematográfica de Charles Chaplin sobre al ascenso al poder de Hitler que estuvo prohibida en España hasta la muerte de Franco. Hablar de las «imborrables proezas por la prosperidad de la patria y la causa de la independencia de la humanidad» que el difunto Kim Jong habría realizado en vida invita cuando menos a la sonrisa escéptica.
Pero no es precisamente risa lo que aflora cuando se repasan las condiciones de vida de los que hasta ahora han sido sus súbditos. Porque súbditos -«sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle», si volvemos al diccionario- es en realidad lo que han sido los 24 millones de norcoreanos desde que el padre del fallecido -Kin II Sung- tomó las riendas del país hace ya más de medio siglo. Y súbditos son también los millones de seres humanos que viven bajo la tiranía que ejercen las decenas de dictadores que aún campan a sus anchas por el planeta. Son los camaradas de Kim Jong, en su mayoría gobernantes sin escrúpulos que se han aupado al poder por la vía de un golpe militar y que se resisten a abandonarlo pese a las protestas internas y las denuncias de las organizaciones internacionales de derechos humanos.
La influyente revista estadounidense 'Foreign Policy' calculaba el año pasado que había unos 40 dictadores repartidos por todo el mundo. Los vertiginosos cambios registrados en los últimos doce meses a raíz de la 'primavera árabe' -caída de los gobiernos autoritarios de Libia, Egipto y Túnez- han introducido importantes modificaciones en ese mapa, que sin embargo sigue siendo una de las principales referencias para evaluar el peso de los regímenes autoritarios en el mundo contemporáneo. África, el continente abandonado a su suerte por las potencias europeas que camina ahora bajo la tutela del gigante chino, ocupa un lugar destacado en lo que a sátrapas se refiere. Casi todos los tiranos africanos comparten rasgos comunes: sobrepasan los 60 años, llevan décadas al frente de sus países y tienen excelentes relaciones con multinacionales occidentales. También los países que gobiernan se asemejan: cualquier atisbo de oposición es violentamente reprimido y sus ciudadanos sobreviven en la miseria pese a la abundancia de recursos naturales.
Inmaculada Marrero, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Granada, considera que dirigentes como Teodoro Obiang o Robert Mugabe encarnan el arquetipo del dictador con tanta o más propiedad que el fallecido Kim Jong II. «Obiang lleva más de tres décadas gobernando Guinea Ecuatorial con una crueldad y una impunidad inauditas», denuncia la académica. «Los guineanos viven sometidos por una tiranía que ejerce un control absoluto y que monopoliza todas sus riquezas naturales cometiendo verdaderas tropelías». La profesora recuerda que incluso han salido a la luz indicios de complicidad entre el régimen guineano y el tráfico clandestino de órganos humanos hacia los países occidentales. «Nadie hace nada porque los intereses económicos son muy poderosos».
El octogenario Robert Mugabe es otro de los fijos en cualquier lista de dictadores. Accedió en 1980 al poder en Zimbabue con la etiqueta de héroe de la lucha por la independencia y hoy es una de las figuras más denostadas de África. Ha ejercido todas las formas de represión que se conocen; varias organizaciones de derechos humanos han denunciado que puso en marcha una milicia con la orden de violar a las mujeres que mostrasen alguna simpatía por sus adversarios. Mugabe ha logrado incluso hacer saltar por los aires aquella vieja máxima tan del gusto de los cínicos que justifica los gobiernos absolutos por los éxitos económicos que suelen comportar: sus más de 30 años en el poder se saldan con un paisaje de ruina total y una inflación que, agárrense, ha llegado al 140.000.000%.
Crímenes de guerra
Sudán es otro de los países gobernados por un dictador de libro. Se trata de Omar Al-Bashir, en el poder desde 1989 y que está acusado por la Corte Criminal Internacional de crímenes de guerra y de lesa humanidad. Entre los cargos que se le imputan están los de asesinato, exterminio, violación y tortura por su implicación en la tragedia de Darfur, que se saldó con 400.000 víctimas mortales. Otra de las acusaciones que pesan sobre él es la de forzar la salida de sus casas de 2,7 millones de personas para luego saquearlas. La lista de opresores africanos se amplía con nombres como los de Isaías Afwerki, que gobierna Eritrea desde hace 17 años; Meles Zenawi, 19 años en Etiopía; Idriss Deby, 20 en Chad; Blaise Compaoré, 23 en Burkina Faso; Yoweri Museveni, 24 en Uganda; Yahya Jammeh, 16 en Gambia; o Paul Biya, en el poder en Camerún desde hace 28 años.
Pero por desgracia no es únicamente en África donde florecen las dictaduras. Myanmar, la antigua Birmania, ha sido uno de los más feroces regímenes autoritarios desde el golpe de estado que instauró en 1989 un gobierno militar. De la crueldad de sus autoridades da idea el hecho de que en 2008 impidieron la entrada al país de ayuda humanitaria internacional para paliar los daños del ciclón 'Nargis' ante el temor a que trascendiesen los tejemanejes sobre una elección amañada. Myanmar, sin embargo, parece haber emprendido el camino hacia unas reformas que podrían desembocar en un gobierno democrático. «La liberación de la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi apunta en esa dirección y habría que darles un margen de confianza», concluye el periodista y trotamundos Jesús Torquemada, analista de política internacional.
La caída de líderes totalitarios como Gadafi o Mubarak ha hecho que todos los focos converjan en Bashar Al-Assad, que gobierna Siria desde hace más de una década tras suceder a su padre, Hafez Al- Assad, que permaneció casi 30 años en el poder. La brutal represión que el régimen sirio está ejerciendo sobre sus adversarios le ha hecho avanzar a pasos agigantados en el triste top de los tiranos más sangrientos. «Si nos tuviésemos que guiar por los esfuerzos para acabar con sus adversarios, Al-Assad podría estar a día de hoy a la cabeza de los dictadores», reflexiona el periodista. No son pocos los que equiparan al líder sirio o a los depuestos gobernantes de Libia y Egipto con los dirigentes de países como Arabia Saudí. La profesora Inmaculada Marrero es de las que piensan que tan dictador es el rey Abdullah, en el poder desde 1995, como el difunto Gadafi. «En Arabia Saudí no hay oposición de ninguna clase y el hecho de ser jeques no es un atenuante que les exima de su condición de dictadores», argumenta.
El analista Torquemada coincide con ese punto de vista y lo enriquece con la incorporación a esa 'lista negra' de países como China, Cuba o Vietnam, donde cualquier conato de oposición suele tener sus días contados. «También deberían estar antiguas repúblicas soviéticas como Bielorrusia, Turkmenistán y Uzbekistán, gobernadas ahora por los mismos que llevaban el timón cuando el sistema comunista aún no se había desmoronado», razona.
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