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G. ELORRIAGA
Lunes, 30 de enero 2012, 04:19
La imagen del niño de vientre hinchado y piernas escuálidas, relacionada con la visión más patética de África, tuvo su origen en la guerra de Biafra, que surgió tras la escisión del sureste de Nigeria en 1967, que fue sofocada en 1970. No había cumplido aún una década de vida y el país mostraba claramente sus quiebras. El descubrimiento de petróleo en el delta del río Níger impulsó la rebelión de los igbos, mayoritarios en la región, pero considerados marginados dentro del reparto de poder impuesto por las etnias yoruba y hausa.
El próximo 30 de mayo se cumplirá el 45 aniversario de la declaración de independencia de Biafra por el coronel Odumegwu Ojuwku. Su pretensión era constituir un Estado en el extremo suroriental, poblado por 14 millones de habitantes y rico en crudo. La respuesta militar dio lugar a una guerra que no sólo mostró las consecuencias físicas del kwashiorkor, la enfermedad infantil derivada de la falta de nutrientes, sino también la voluntad neocolonialista tanto de Occidente como del bloque comunista. El alineamiento de unos y otros con las fuerzas gubernamentales o secesionistas constituyó una apuesta por el control de las nuevas riquezas. Ingleses y rusos, vencieron, franceses e israelíes, perdieron.
La lucha duró cerca de tres años y los civiles sufrieron sus dramáticas consecuencias. Quizás tres millones murieron de hambre y padecimientos físicos, posiblemente otros cuatro se exiliaron. Bertrand Kouchner, médico francés que fue testigo del espanto, decidió crear la ONG Médicos sin Fronteras tras aquella experiencia. El experimento de Biafra fracasó, pero la paz y el desarrollo no volvieron al codiciado delta.
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