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Los salvadores. José Campoo, Iker Vélez de Burgo y Carmelo, ante la estación de Euskotren de la Plaza Easo. :: MICHELENA
«El niño me miró a los ojos»
BEBÉ ABANDONADO

«El niño me miró a los ojos»

Dos indigentes y un vigilante de Euskotren recuerdan el día en que hallaron una vida

JAVIER GUILLENEA

Miércoles, 1 de febrero 2012, 03:12

A José Campoo se le pasó la borrachera cuando aquellos ojos miraron directamente a los suyos. «He visto muchos muñecos de goma, pero no que se moviesen de esa manera», dice. «Fue espectacular».

José tiene 37 años y nació en La Línea de La Concepción. Desde hace doce meses reside en San Sebastián y es un asiduo de los cajeros automáticos, pero solo a la hora de dormir. Ha vivido en la calle mucho más tiempo que el bebé de cinco días que el pasado domingo encontró en los Carmelitas de Donostia.

Entró en la iglesia hacia la siete de la tarde pero no con la intención de rezar, sino con el santo propósito de pedir algo de dinero al sacerdote para tomar un café con leche, lo que es una forma como cualquier otra de decir que buscaba liquidez para adquirir remanentes de vino. No lo consiguió. En lugar de euros lo que halló fue «una bolsa de compra de papel cartón». Estaba en ese momento borracho, circunstancia que no oculta porque no pierde nada al admitirlo.

Dicen que el alcohol ayuda a olvidar, pero a él le ocurre todo lo contrario, al menos en esta ocasión. José recuerda que vio la bolsa «en el tercer banco empezando por el final, a mano izquierda». Confiesa que se aproximó al envoltorio porque algunas veces los feligreses dejan ropa para Cáritas y no es cuestión de rechazar ofertas en época de rebajas y aires siberianos. Fue entonces cuando empezó su gran aventura.

Lo que vio al principio no defraudó sus expectativas. De la bolsa asomaba un jersey marrón y de todos es sabido que no hay nada mejor que la lana para dormir a la intemperie a no ser que llueva. «Pensé que era ropa, algo que necesitaba y que sigo necesitando», dice José, que cuando alzó la prenda descubrió aquellos ojos que miraban directamente a los suyos.

«Nunca he tenido resaca, pero desde que encontré al niño llevo dos noches sin dormir pensando en él y me duele la cabeza». Los pensamientos comenzaron a poblar su entendimiento cuando lo que en un principio le pareció un muñeco comenzó a moverse y se transformó de repente en vida. Pensó entonces en algo muy sencillo: «Acabo de encontrar un niño».

Fue lo que gritó en el interior del templo sin ningún resultado. Con la bolsa en la mano, José empezó a recorrer los bancos en busca de ayuda. «Pedí auxilio a unas señoras, pero no me hicieron caso. Les pregunté si estaba el cura y respondieron que no. Les dije que acababa de encontrar a un niño y me hicieron caso omiso».

- No te vamos a dar nada -le contestaron.

- No estoy pidiendo dinero -insistió José.

«Era una docena de señoras y pasaron de todo; esos son los creyentes», se queja el indigente, que con el recién nacido en sus manos salió de la iglesia y cruzó la carretera en dirección a la estación de Euskotren de la Plaza Easo, a unos veinte metros de distancia. Allí pasaba el rato su amigo Carmelo, un italiano de Cerdeña al que los efectos del alcohol también se le borraron de golpe en cuanto vio el presente que le traía su compañero.

- Mira qué tengo, que me acabo de encontrar un niño, -le dijo José.

Carmelo abrió la bolsa y lo primero que pensó al ver al bebé fue que quizá estaba muerto, pero pronto desechó la idea cuando lo que parecía un muñeco abandonado cobró vida. «Empezó a moverse, no lloraba, estaba más tranquilo que la una».

Sin perder tiempo se dirigieron al vigilante de Euskotren Iker Vélez de Burgo. «Cuando me lo dieron pensé que igual estaba muerto, pero le cogí por la cabeza y entonces se movió», recuerda.

En la estación había entrado vida nueva y no era cuestión de desaprovechar el momento. Un maquinista tomó al recién nacido entre los brazos y lo apoyó en su pecho hasta que todo pasara. El pequeño apenas se movió; así permaneció mientras el personal de Euskotren se ponía en marcha de inmediato. «Llevamos al bebé a las oficinas para ver su estado de salud y llamamos a la ambulancia y a la Policía. Por suerte el bebé no estaba frío, parecía que lo habían dejado en la iglesia hacía poco tiempo», afirma Iker.

José, Carmelo e Iker se fundieron ayer en un abrazo ante la estación de la Plaza Easo. Si fuera por ellos el niño se llamaría José Carmelo, pero como no depende de su voluntad se conforman con saber que «está bien».

- Pobre criatura -dice el vigilante.

- Por lo menos ha encontrado tres padres buenos -dice Carmelo, que insiste en lanzar un mensaje. «No somos siempre los malos, a veces tenemos más humanidad que otros».

José, que no deja de conceder entrevistas, comienza a entonar una canción de Los Chichos. «Me gustaría decir la verdad/ para gritarla a los vientos/ que en este mundo no hay humanidad/ que solo vive quien tiene dinero». Esta noche dormirá en un cajero automatico.

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