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M. A. I.
Miércoles, 14 de marzo 2012, 02:49
La historia del singular edificio de la visera, derribado ayer, se remonta al año 1936. Tras el incendio de la ciudad, desapareció una gran parte de los inmuebles del centro, de manera que algunos particulares solicitaron poder utilizar el solar que ocupó el Instituto Politécnico, demolido pocos años antes por las obras de prolongación del paseo Colón. Los promotores de la idea instalaron simples 'barracones', por lo que el Ayuntamiento decidió acometer un proyecto más ambicioso.
El 30 de diciembre de 1936 el Pleno aprobó un informe de la comisión de Obras, en el que se encargaba al arquitecto municipal, José Iribarren, la realización de un proyecto de tiendas para esa parcela. La construcción debería distribuirse de forma que pudiera ser prontamente alquilada y llevaría un voladizo de hormigón, «que serviría para cobijarse los días de lluvia la gente que espera a los autobuses, pudiendo además fijarles a éstos dicho lugar como estacionamiento obligatorio». El 20 de febrero de 1937, el proyecto estaba redactado y en julio fue convocado el concurso abierto «entre todos los constructores españoles». El 18 de agosto se adjudicaron las obras a Félix Huarte, de Pamplona y el 20 de octubre recibieron el visto bueno las bases del concurso de arrendamiento.
El alquiler sería por cinco años a precios que oscilaban entre las 2.500 y las 6.000 pesetas. Para solicitar el arriendo, era condición indispensable ser vecino-comerciante o industria de la localidad con anterioridad al 18 de julio de 1936. Además, se estableció el siguiente orden de preferencia: Comerciantes que en su día hubieran proyectado construir locales en ese mismo lugar; viudas de «los vecinos que fueron asesinados por los rojos», que regentaran ya un establecimiento, siempre y cuando se comprometieran a sustituirlo por el que se les adjudicara; personas que hubieran «sufrido persecuciones de los rojos»; quienes hubieran resultado perjudicados a resultas del incendio de la ciudad «por las hordas rojas» y quienes hubieran perdido algún familiar próximo en la guerra.
Una semana después, se autorizó la construcción de los locales «siempre y cuando su ejecución se realice con carácter provisional». Los primeros comerciantes que establecieron sus negocios fueron: Oscar Beiner, Pilar Gaztelumendi (viuda de Solbes), Emilia Gómez Ortiz, José Garmendia Alcayaga, María Altamira (viuda de Gaztelumendi) y José Olazabal, Antonio Bengoechea, Purificación Larrea y Joaquina Zamora Urquia (viuda de I. Marticorena).
El coste total de la instalación fue de 25.840 pesetas y 25 céntimos. El reloj, previsto en los planos, no se instaló hasta 1953.
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