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JUAN PABLO NÓBREGA
Lunes, 19 de marzo 2012, 02:55
Desde que Bernard Madoff diera con sus huesos en la cárcel consagrado como el mayor estafador de la historia, la mala prensa sobre los ricos no ha cesado de crecer. El mundo está lleno de personas honestas hechas a sí mismas que han logrado situarse en lo alto de la escalera social gracias a su determinación y esfuerzo, pero la sensación general es que una proporción no despreciable de los más pudientes han hecho trampa para ascender. En un asunto tan propenso a la picaresca como éste siempre es difícil establecer una línea roja que separe lo lícito de lo no tolerable, de ahí que venga como anillo al dedo un estudio que alumbra sorprendentes conclusiones sobre el comportamiento poco edificante de las clases altas.
Cuando se enfrentaron a un amplio cuestionario acerca de su riqueza, educación, origen social, creencias religiosas y actitudes hacia el dinero, los individuos con mayores ingresos mostraron a los investigadores de las universidades de Berkeley y Toronto que son más proclives a violar normas de tráfico, comerse un caramelo destinado a otros o mentir con tal de enriquecerse aún más. Por el contrario, las personas provenientes de sectores menos privilegiados actuaron de forma más honesta y más preocupadas por los demás.
El trabajo, publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias, se ha construido sobre siete experimentos diferentes con un centenar de personas en cada prueba. Uno de ellos muestra cómo los propietarios de automóviles de mayores cilindradas y de alta gama como Mercedes, BMW o el híbrido de Toyota, Prius, son más propensos que otros a cometer una infracción en un cruce de carreteras. También tienden a ceder menos el paso a los peatones.
Otra prueba realizada con un juego de dados y una recompensa indicó que la gente de un estatus social más elevado tenía más tendencia a mentir sobre su puntuación. «Entre las personas para las que 50 dólares es una cantidad relativamente pequeña, las trampas eran tres veces más altas», indicó el responsable de la investigación, Paul Piff a la agencia AFP. «Realmente, el estudio muestra los extremos en que la riqueza y el rango más alto en la sociedad pueden dar forma a patrones de interés personal y falta de ética», continúa Piff.
Y cuando se les dio un paquete de caramelos diciéndoles que era para los niños que estaban en una habitación contigua, pero que podían coger alguno, los participantes de clase acomodada comieron más que las demás. La proporción de caramelos que cogieron -el doble que otras personas- sorprendió incluso a Piff, autor de un estudio sobre el impacto de los ricos en las donaciones de caridad que demuestra que tienden a donar menos que los pobres.
Según los autores, la gente con más dinero tiende a valorar más positivamente la avaricia y confía menos en la familia y los amigos como apoyo en tiempos de necesidad; además, este elevado estatus tiende a hacer que se desconecten de la sociedad. Los más ricos son más propensos a la cultura del rendimiento, lo que puede volverlos «menos atentos a las consecuencias de sus acciones en los demás».
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