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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 17 de diciembre 2012, 09:30
El asfalto se ha convertido en tierra de tumba para ya demasiados ciclistas. Es fácil morir en la carretera. A menudo, como ayer, ni te das cuenta. Muerte traidora. Por la espalda. Sobre las nueve y media de la mañana, templada y ventosa, Iñaki Lejarreta pedaleaba como tantas veces por la Nacional 634, a la altura de Iurreta. Por causas que investiga la Ertzaintza, un 'Renault Clio' conducido por un joven de 22 años le embistió por detrás. Golpe seco. El campeón del mundo de mountain bike de 2001 murió en el acto. Sobre el suelo quedó su cuerpo ya sin vida. Al otro lado del pretil de cemento, aterrizó la bicicleta 'Orbea' con la rueda trasera destrozada. El techo del coche, abollado, era testigo del impacto. La luna delantera del vehículo, agrietada, parecía una tela de araña. Otro ciclista atrapado en la red del asfalto. El vizcaíno Iñaki Lejarreta tenía 29 años, esperaba un bebé para enero, era hijo del exciclista Ismael Lejarreta y sobrino de Marino, el 'Junco de Berriz'. «Sé que todo se puede acabar de un día para otro», declaró tras superar la enfermedad que casi le aparta del deporte. Desde que en 2007 se recuperó del hipertiroidismo, disfrutaba de una segunda oportunidad. La que ayer sepultó una capa de asfalto.
Ese punto de Iurreta, a dos pasos de la gasolinera y justo en el acceso a la autopista A-8, es una procesión diaria de ciclistas. Para trepar a los mejores paisajes de Bizkaia hay que pasar por ese tramo, tan lleno de tráfico, de camiones. Ayer, domingo y temprano, la densidad de la circulación era baja. Buena mañana para pedalear. Lejarreta, que tenía por costumbre levantarse a las ocho, desayunar, dar un repaso a Internet y luego salir a entrenarse, acababa de iniciar su sesión. Vivía en Berriz con su esposa, Naiara Telletxea, que fue ciclista y era su entrenadora. El pasado viernes había escrito su último 'tweet': «Viento muy fuerte del SO: rachas superiores a 130 km/h. Por ahora no me la juego y empezaré por el gimnasio. Luego, ya veremos». Ayer también soplaba el aire, aunque menos. La temperatura era agradable. Pero su ángel no estaba de guardia. No le cubrió la espalda. El 'Renault Clio' conducido por un joven de Iurreta que, al parecer, venía de hacer su turno como voluntario en la Cruz Roja, le arrolló. En plena recta, en un tramo que, en domingo, no parece peligroso.
Resultó un impacto brutal. La parte trasera del casco de Lejarreta quedó destrozada. «Sé que todo puede acabar de un día para otro». Como le pasó hace nada a Víctor Cabedo, prometedor profesional del Euskaltel fallecido en otro accidente. Iñaki Lejarreta había estudiado Ingeniería Electrónica, le gustaba el monte y también leer. Entre sus libros preferidos estaba uno de Julia Navarro, 'La sangre de los inocentes', que bien podría titular tantas tragedias del tráfico. Dos ambulancias, una de la DYA y otra de Osakidetza, acudieron al lugar. Los médicos trataron de reanimar al ciclista. En vano. Había fallecido. Su cadáver quedó allí, tapado por un sábana, sobre el asfalto rojo. Los muchos ciclistas que pasaban se echaban las manos a la cabeza. Una pregunta y un escalofrío. No hay manta capaz de tapar el profundo dolor de la tristeza. La desolación.
«Tienen que hacer algo»
Entre los aficionados que se detuvieron estaban algunos de sus compañeros de profesión, como Beñat Intxausti (Movistar) y Koldo Fernández de Larrea (Garmin). Hablaron para las cámaras de ETB. Emocionados, con la garganta arenosa. «En este tramo ya van unos cuantos -se quejó Intxausti-. Es el pan nuestro de cada día». Fernández de Larrea pidió medidas: «Los políticos tienen que hacer algo para evitar esto. Cada vez que salgo a la carretera sé el peligro que corro». Como saltar al ruedo. La vida pendiente de un descuido, de un patinazo, de un error. Demasiado peligro cada día y en cada kilómetro. El riesgo de no volver a casa. Ayer no regresó Iñaki Lejarreta. Le esperaban su esposa y su futuro hijo. El bebé no conocerá a su padre. Ciclista, como toda la familia.
Ciclista como Ismael, el padre de Iñaki Lejarreta. Iñaki nació en 1983, justo cuando su aita colgó la bicicleta. Sí disfrutó, en cambio, de las hazañas de su tío, de Marino Lejarreta, el ídolo. Un mito en casa. Un ejemplo a seguir. Iñaki cogió pronto esa rueda. Aprendió a pedalear en la mercería de su madre. Enseguida, como recordó en una entrevista concedida a este periódico, logró su primer triunfo. Pequeño, enorme, íntimo: «Recuerdo bien el día que quité las cuatro ruedas». Con siete años ya disputó su primera carrera. Iba a ser ciclista, pero no sabía de qué tipo. Ganaba en el velódromo, en la carretera, en el ciclocross y en mountain bike. Notó la llamada del asfalto, del Tour, del Giro donde tantas veces había visto a su tío, pero al final tiró al monte. Y acertó: en 2001, en Colorado, logró el título mundial de mountain bike en categoría juvenil. Otro Lejarreta triunfador.
Su victoria y su apellido le lanzaron. Incluso ganó el campeonato de Euskadi sub 23 en carretera. Un talento multidisciplinar. Todo lo hacía bien. Hasta que se apagó. En 2005 ingresó en un laberinto. Se entrenaba y no progresaba. Adelgazó hasta quedarse en 60 kilos. Apenas dormía. Nervios, noches de ojos abiertos, hiperactividad. Acudió como favorito al Mundial sub 23 de mountain bike y, antes de la prueba, le sometieron a un test de esfuerzo. Su corazón se disparó: a 224 pulsaciones. Los médicos le prohibieron correr. Iñaki desobedeció. «Si me tengo que quedar 'tieso' en carrera, pues me quedo», les respondió. Corrió aquel Mundial y apenas pudo dar una vuelta al circuito. Agotado sin motivo. Desesperado. De ahí viene su frase: «Sé que todo se puede acabar de un día para otro». Un diagnóstico le rescató: sufría hipertiroidismo. Tenía cura, aunque lenta.
Engordó, dejó de parecer un ciclista en forma. Como si se hubiera abandonado. Pero se había fijado un objetivo: volver al menos una vez a tener un buen nivel antes de retirarse. Así acudió a una prueba de la Copa del Mundo en Bélgica. Salió el último y acabó el décimo. «Por esa carrera seguí adelante. Nunca me he emocionado como aquel día», contó. Cuando ya había asumido su final, resurgía. De ese retorno sacó el impulso para alinearse en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Consiguió la octava plaza: diploma olímpico. A Londres 2012, sin embargo, no pudo ir. Una lesión.
Amplio palmarés
Ahora, con 29 años, se preparaba para otra temporada. La desaparición del equipo Orbea le obligaba a buscar otro maillot. Siempre dificultades. Estaba hecho a ellas. Su apellido no le abrió ninguna puerta. Al revés. «Para tener la primera bici tuve que ahorrar todo el dinero de las golosinas», decía. Y compró por piezas su primera bicicleta de carretera, pese a que su padre tenía en Bilbao una tienda de material ciclista. «Mi aita me hizo montar hasta los radios de las ruedas. Desde cero. Para que viera lo que cuesta».
Lo vio: pedaleó, estudió, aprendió idiomas, sacó el carnet de conducir camiones... «Desde pequeño me enseñaron a trabajar». Y en eso estaba ayer, en su trabajo otoñal encima del asfalto. Sobre su espalda lucían el oro juvenil, el título mundial en relevos (con Lezaun, Hermida y Fullana), el subcampeonato de Europa sub 23, el tercer puesto en la Copa del Mundo de Livigno y el diploma olímpico de Pekín.
Sobre esa espalda, sin que aún se sepan las causas, impactó el costado derecho de un 'Renault Clio' ayer a las nueve y media de la mañana. Y todo se acabó. Un muerto, una viuda, un huérfano, unos padres que entierran al hijo. Duele hasta pensarlo. En un 'twett', un ciclista escribió: «En la carretera no va una bici; va una vida. ¿Quién será el siguiente?». El último ha sido Iñaki Lejarreta. Descanse en paz.
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