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Inauguración. La fiesta inaugural fue el 28 de septiembre de 1924 .:: FONDO ZUBIA DEL ARCHIVO MUNICIPAL
Una casi nonagenaria ermita de altura
OÑATI

Una casi nonagenaria ermita de altura

De primeros de mayo a Todos los Santos el franciscano Joseba Etxeberria oficia la misa dominical en Urbia. La 'catedral de los pastores' celebra el miércoles su día grande

:: MARIAN GONZALEZ

Domingo, 28 de julio 2013, 02:19

La fiesta ascenderá el miércoles hasta las campas de Urbia, con motivo de la celebración de la festividad de San Ignacio, y su coqueta ermita, enclavada en el corazón del Parque Natural de Aizkorri, celebrará la misa más multitudinaria del año. Es su día grande, una jornada que se repite desde hace 88 años, pues este templo de altura se inauguró el 28 de septiembre de 1924.

Desde hace una década, su capellán es el franciscano Joseba Etxeberria, que llueva o haga sol, asciende todos los domingos desde Arantzazu a las campas y oficia la misa. Hasta el año pasado hacia todo el recorrido andando, pero ahora le llevan en todo terreno hasta Erroitegi porque a sus 81 años las piernas ya no son las de antes.

Hoy, acudirá como todos los domingos desde primeros de mayo a Todos los Santos, y el miércoles a las 11.30, celebrará su oficio más multitudinario del año, salpicado de la intervención de bertsolaris y ofrendas al santo en nombre de los pastores y montañeros de la zona.

«Cuando hace buen tiempo la media suele ser de unos 40 feligreses, pero el día de San Ignacio la ermita suele quedarse pequeña, así que pongo una mesa en la puerta y así doy la misa para los que están dentro y para los que están fuera, porque la gente no cabe y se concentra en el exterior» explica.

Etxeberria, cogió el relevo de Julián Letona y no tiene ánimos de jubilarse porque sube «encantado». Destaca la gran labor que realizó en los años 20 el también fraile franciscano Adrián Lizarralde que impulsó la construcción de la ermita sufragada por suscripción popular. «Urbia ha sido desde tiempo inmemorial tierra de rebaños y pastores. En temporada estival, los sufridos artzaiak, la mayoría de ellos de profundas convicciones religiosas, tenían que caminar durante horas para cumplir con el precepto dominical en Arantzazu. Lizarralde movió cielo y tierra para que tuvieran su ermita en Urbia y lo consiguió».

Inaugurada en 1924

Bizkaia, Araba y Gipuzkoa se volcaron en la fiesta inaugural que se celebró el 28 de septiembre de 1924, fecha solicitada por el presidente de la Federación Vasco Navarra de Alpinismo porque era el único domingo en el que la dirección de Ferrocarriles Vascongados podía fletar un tren especial. Además la circunstancia de que ese día hubiera luna llena favorecía a los caminantes nocturnos.

Según las crónicas de la época, un tren especial atiborrado de mendigoizales bilbaínos, partió de Atxuri a las tres de la madrugada y al amanecer ya entonaban el alirón por Oñati. El Heraldo Alavés, publicó la reseña del acontecimiento en primera plana. Por ella nos enteramos que acudieron varios autocares de montañeros vitorianos que hicieron sonar sus despertadores a horas intempestivas. En Arantzazu se contaron ese día una treintena de autobuses y más de un centenar de turismos.

La procesión partió a las 8 de la mañana con la imagen de la virgen que se iba a entronizar en andas, precedida por los dantzaris y txistularis de Segura y escoltada por cuatro miqueletes. Por los duros repechos unas 2.000 personas formaron la comitiva en la que figuraban los diputados provinciales. Una hora antes habían salido a pie hacia Urbia el prelado de Pamplona y los alcaldes de Segura y Oñati, así como otras personalidades. La procesión llegó a las campas a la diez y fue recibida por Monseñor Mugika y la comunidad de Arantzazu. Tras consagrar la ermita y oficiar una solemne misa al aire libre, se bailó un aurresku que concluyó en una biribilketa en la que formaron cuerda diputados alaveses y guipuzcoanos, alcaldes y presidentes de clubes deportivos.

Acto seguido tuvo lugar la bendición de la primera piedra de la fonda, situada a unos 200 metros de la ermita, así como la inauguración del teléfono público. El almuerzo oficial por invitación de la Parzonería y servido al aire libre se compuso de entremeses variados, revuelto de huevos, merluza con vinagreta, pollos en pepitoria y jamón en dulce con huevos hiladis. De postre: rellenos de Bergara, queso de Urbia y frutas. Los txistularis de Segura amenizaron la sobremesa hasta que dieron comienzo los espectáculos: aizkolaris, pelea de carneros, carrera de caballos, bailes y bertsolaris.

Según Iñaki Linazasoro el encargado de redactar el proyecto de la ermita y dirigir la obra fue el arquitecto azpeitiarra Marcelo Guilabert. El contratista Enrique Uriarte con su capataz Demetrio Goitia y una laboriosa cuadrilla, fueron los encargados de ejecutar la obra en un tiempo récord. Santos Echeverria, por aquel entonces alcalde de Oñati, actuó de tesorero y la corporación que presidía, encabezó la suscripción popular con 1.000 pesetas. Además de la citada aportación oficial, los oñatiarras ofrendaron otras 2.340, siendo el pueblo que más contribuyó. El Ayuntamiento legazpiarra aportó 500 pesetas y sus vecinos 455, Zegama, 250 pesetas el Ayuntamiento y 721 el vecindario, y en Mutiloa se recogieron 83 pesetas.

No faltaron donaciones de artistas. El pintor eibarrés Ignacio Zuloaga regaló un óleo de la Dolorosa avalado con su firma, que hubo que ponerse a buen recaudo de ladrones y humedades, por lo que actualmente cuelga en el Santuario de Arantzazu. Y el imaginero zumaiarra Julio de Beobide, talló en madera la única imagen que se venera en la catedral de los pastores.

El abogado donostiarra José de Urreztieta, donó a su vez toda la madera necesaria para realizar la techumbre, el industrial legazpiarra Ubaldo Segura las tejas, Unión Cerrajera de Mondragón los herrajes y cerraduras, y Patricio Echeverria, la campana que voltea en la sencilla espadaña. La Parzonería cedió los terrenos y autorizó la utilización de la piedra del lugar. El transporte de cemento y de otros materiales, se efectuó en carros tirados por parejas de bueyes y, en ocasiones a lomos de caballos. Fue tal el ajetreo que al final del estío, ya estaba erigida la sencilla iglesia: piedra y vigas de madera presididas por un altar rústico sobre el que tiene su escabel la Andra Mari tallada por Beobide y policromada por Zuloaga.

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