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La ex de Jon contó su caso en la prensa venezolana «al ver que la justicia no le daba la razón». :: I. PÉREZ
«Tengo miedo de no ver nunca más a Unai»
SECUESTRO PARENTAL

«Tengo miedo de no ver nunca más a Unai»

Un padre de Ermua denuncia que su ex se ha fugado con su hijo a Venezuela para no devolvérselo. Acaba de volver del país sudamericano sin el pequeño, a pesar de que varias sentencias de la justicia venezolana obligan a que el chaval regrese a Euskadi

MARÍA JOSÉ TOMÉ

Jueves, 3 de abril 2014, 14:31

Jon Barquiel partió hacia Venezuela el pasado 24 de febrero con una maleta cargada a partes iguales de esperanza y escepticismo; volvió con la misma maleta, pero repleta de rabia y tristeza. Fue a buscar a su hijo Unai, de 7 años, para traerle de vuelta a Ermua, la localidad donde nació y de donde su madre, de origen venezolano, se lo arrebató a finales de 2011, tras la ruptura sentimental de la pareja. Jon se enteró por teléfono, cuando el pequeño ya estaba en Maracay, de que su ex no tenía ninguna intención de regresar. Desde entonces, Jon vive dedicado en cuerpo y alma a recuperar a su hijo, una batalla que los tribunales venezolanos han considerado legítima con varias sentencias a su favor que obligan a la madre a restituir al menor a España. Sin embargo, su exmujer no tiene intención de cumplir con la ley. En estos momentos Jon denuncia que se encuentra «en paradero desconocido junto con mi hijo, que lleva sin escolarizar desde finales de febrero».

La pelea de este ermuarra por su hijo comenzó en el mismo instante de la ruptura matrimonial con su ex, Francys, con quien se casó en 2004 en Venezuela. La pareja se afincó en Ermua y al poco tiempo comenzaron los problemas. Unai nació en 2007 y crecía feliz en la localidad vizcaína, mientras la relación de sus aitas se iba deteriorando progresivamente hasta la ruptura definitiva, en las navidades de 2009.

Jon se empeñó desde el principio y luchó por lograr la custodia compartida, algo a lo que su ex se negaba de plano. Al final, acordaron un periodo provisional de un año a cambio de un derecho de visitas amplio: cada dos días, fines de semana alternos y la mitad de las vacaciones. Pero todo saltó por los aires cuando su ex decidió «unilateralmente» regresar a su país de origen sin previo aviso y con la intención de no regresar nunca más.

Sin rastro de Unai

Desolado por la posibilidad de perder al pequeño, Jon acudió a la justicia para recuperar a Unai, que entonces tenía 5 años. A las denuncias por sustracción de menor e incumplimiento del convenio regulador de visitas se unió un procedimiento de restitución internacional en virtud del Convenio de la Haya, un tratado al que Venezuela está adherido y que obliga al inmediato retorno de los niños sustraídos a su lugar de residencia habitual, cuyas autoridades son las únicas legitimadas para decidir dónde deben vivir.

Hace ahora un año, Jon viajaba a Venezuela para asistir al juicio por esta demanda. En unas frías dependencias del propio tribunal pudo por fin abrazar al pequeño, año y medio después de su partida. Sufrió un primer varapalo judicial, al ver como su reclamación de restitución internacional se desestimaba en primera instancia, pero sorprendentemente ganó la apelación. Fue uno de los días más felices en la vida de Jon, que también tuvo la recompensa moral de ver cómo las autoridades venezolanas desestimaban los sucesivos recursos de su ex hasta agotar la vía judicial en el Tribunal Supremo de Justicia de aquel país. «He ganado todo lo que tenía que ganar con la ley en la mano; ahora sólo queda que los jueces y la policía venezolana hagan cumplir la sentencia».

Con ese propósito, el de traer a Unai de vuelta a Ermua, Jon viajó hace algo más de un mes a Venezuela. Soñaba con reencontrarse con el pequeño; no le veía desde hacía un año y en los últimos meses su contacto con él se limitaba a una breve conversación semanal cuando estaba en el colegio, en un entorno «neutral». «Hablar con él en casa de su madre, en un ambiente hostil a mi persona, completamente coaccionado, era imposible», sostiene. Pronto se confirmaron sus sospechas de que ni tan siquiera iba a poder ver al pequeño en las dos semanas que permaneció en la república venezolana. «Excusándose en la inestablidad que vive el país sacaron al niño del colegio el 19 de febrero y dicen que se lo han llevado a Isla Margarita. El teléfono que ha dado su madre pertenece ahora a otra persona, dice que se lo ha vendido. En realidad, nadie sabe a ciencia cierta dónde está, mi hijo está en paradero desconocido. Tengo miedo de no volver a verle nunca más», se duele.

Jon reconoce que en su fuero íntimo no albergaba esperanza alguna de que la familia de su ex le entregase al pequeño en la fase de ejecución voluntaria de la sentencia. «Era consciente, iba mentalmente preparado a volver sin Unai», reconoce. Incluso, le transmitió su desconfianza a la jueza del caso, que en la sentencia le obligaba a comprar con antelación los billetes de vuelta a Ermua del niño y de su madre, así como a costear la residencia y manutención de ambos mientras las autoridades españolas resolviesen el caso de la custodia de Unai y el régimen de visitas. «Pedí poder pagar los billetes una vez me entregasen al niño pero no me lo permitieron». Al final, el fallido viaje a Venezuela, en el que ha invertido «para nada» una cantidad superior a los 3.500 euros, ha acabado por arruinarle económicamente. «No levanto cabeza, todo lo que tenía me lo he dejado en este viaje. Esa era la jugada de mi ex y su familia, desgastarme económica, física y mentalmente. Pero no lo van a conseguir; no tengo ninguna intención de tirar la toalla».

Entretanto, a Jon sólo le queda esperar. «Todo lo que estaba en mi mano lo he hecho, pero mi capacidad de acción llega hasta cierto punto. No me corresponde hacer la búsqueda policial de mi hijo; no es mi competencia y además carezco de recursos». Ahora, su esperanza es que las autoridades venezolanas hagan cumplir las sentencias dictadas por sus propios tribunales. «Me consta que están volcados en buscar a mi hijo. En general, el pueblo venezolano se ha portado genial conmigo, como mis abogadas de allí, que han peleado como leonas por mi causa. Sólo espero que las autoridades no permitan que esta familia les ningunee y se siga burlando de ellas».

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