ANÁLISIS

UN LABERINTO SIN SALIDA

asurio@diariovasco.com ALBERTO SURIO

Sábado, 29 de septiembre 2007, 02:57

AL final sí hubo sorpresa. La hoja de ruta anunciada ayer por el lehendakari Ibarretxe constituye un inesperado movimiento que inicia un proceso plagado de riesgos, que va a aumentar el desencuentro entre vascos, que desborda el principio de legalidad y que no va a servir -lamentablemente- para forzar el final del terrorismo de ETA. Es una iniciativa resbaladiza, que no tiene en cuenta los procedimientos tasados para la reforma del marco estatutario, que obvia el acuerdo necesario entre los partidos vascos en el que se basaba la palabra del programa de gobierno tripartito al inicio de la legislatura -junto con la condición de la ausencia de violencia- y lo suplanta por una negociación paralela entre dos gobiernos, entre dos presidentes, en pleno año electoral. Es un emplazamiento que no va a servir para propiciar la integración inteligente de diferentes sensibilidades sociopolíticas y que parte de una visión unilateral al plantear como única terapia una solución nacionalista en base al derecho de decisión.

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Ibarretxe ha justificado su estrategia en la necesidad de ofrecer iniciativas «valientes» que rompan «la espiral» en la que está hace tiempo enquistada la situación vasca. Pero su oferta está destinada al fracaso o cuando menos a activar el plan B que está en la recámara del nacionalismo soberanista mediante una consulta popular sin cobertura legal que no hace más que aumentar la confusión y no aporta claridad al debate. Ibarretxe sabe perfectamente que Zapatero no tiene ningún margen de maniobra en el primer semestre de 2008 -la recta final de la legislatura y el comienzo de una nueva- para alcanzar un pacto sobre el reconocimiento del derecho de decisión. Primero, porque no sabe siquiera si va a ser presidente después de las próximas elecciones generales. Hacerlo en esta coyuntura, con el aliento del PP en las encuestas, acarrearía sin duda su suicidio político.

La hoja de ruta confirma el triunfo de los sectores más soberanistas del nacionalismo, que rescatan de la recámara el viejo debate esencialista de la autodeterminación del plan Ibarretxe, un elemento de fractura entre nacionalistas y no nacionalistas. Se suprime la condición de que la consulta sea «en ausencia de violencia», cuando los efectos del terrorismo tienen consecuencias que lastran el debate en igualdad de condiciones.

Es posible que la propuesta, que se introduce en un territorio muy pantanoso, genere recelos en sectores del nacionalismo pactista, preocupados por el rumbo de esta deriva autodeterminista. Ahora se entiende perfectamente la renuncia de Josu Jon Imaz a presentarse a la reelección como presidente del PNV por discrepar de esta estrategia de huida hacia delante, que puede alimentar a ETA.

La corriente más soberanista impone su guión para este viaje sin retorno. La consulta se convierte pues en un factor de división, que refleja un desencuentro ideológico muy profundo y se transforma en un banderín de enganche, en un elemento de movilización nacionalista, en un símbolo de la efervescencia, en un fetiche para lo bueno y para lo malo. Todo un laberinto sin salida por mucho que ahora Escocia y su anunciado plebiscito se hayan convertido en el referente de moda.

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Pero es que, además, la estrategia anunciada ayer dudosamente va a servir para resolver el problema de la violencia. La izquierda abertzale insiste en denunciar que PNV y PSE diseñan un «nuevo fraude» en torno a una posible reforma estatutaria y volvió ayer a ligar el fin del «conflicto» a que se asuman sus tesis sobre la territorialidad. Los planes de Ibarretxe no van a desactivar ese empecinamiento ideológico, más aún, pueden alimentar una histórica frustración. Por eso sólo puede entenderse semejante aventura a partir de un 'buenísimo' irresponsable o de una insensatez sin precedentes.

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