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AL DÍA

Cuarenta embarcaciones se fueron a pique

El mar hizo pequeña la escollera principal del muelle donostiarra y se cebó con chipironeras, botes y con el Náutico

A. MUNGUÍA

Miércoles, 12 de marzo 2008, 02:58

SAN SEBASTIÁN. DV. «Desde la isla Santa Clara nos han dicho que las olas superaban en dos metros la altura del muro exterior del Puerto», explicaba ayer en Donostia Mikel Castro intentando evaluar los daños en las embarcaciones de su familia. Las olas de 10 y 11 metros que registró ayer el litoral guipuzcoano empequeñecieron la resistencia de los puertos, con daños importantes en Orio Getaria y, sobre todo, San Sebastián, donde el mar superó la escollera principal y acabó hundiendo unas 40 embarcaciones pequeñas.

Los daños que causó el oleaje de la noche del lunes causaba asombro ayer en el muelle donostiarra. Los propietarios fueron recalando en los malecones del puerto deportivo conforme escuchaban en los medios de comunicación lo que había pasado. Las olas volcaron por encima del malecón arrojando millones de litros de agua sobre los diminutos barcos de la primera fila, botes de remos, con pequeños motores fueraborda o chipironeras. Muchas embarcaciones volcaron, otras se hundieron al instante, otras se quedaron panza arriba. Los pantalanes quedaron severamente dañados, con los flotadores desprendidos, las unidades desencajadas, los postes del agua inutilizados. La imagen a primera hora de la mañana era desoladora. Pero la rápida actuación de los miembros de la Cruz Roja, los Bomberos donostiarras y los forales logró con la ayuda de grúas reflotar a una treintena de embarcaciones hundidas, explicó Oriol Ruiz Cabestany, director de Euskadiko Kirol Portuak. Sin embargo, las claros que se veían a lo largo de la mañana en los puntos de amarre eran reveladores de que muchos botes aún seguían hundidos. Una chipironera acabó bajo el agua en las calles de amarre de los veleros. Su antena sobresalía del agua indicando su posición a los propietarios de los barcos cercanos, el Sirius, el Thalassa y el Embata, quienes velaban por que no causara daños en el casco de sus embarcaciones.

Otros, como Eugenio Garijo, se felicitaban por haber sufrido apenas daños. «Sólo el tolete» de su Ekaitz II podía incluirse en el inventario de roturas. Felipe Zumeta sacaba cubos de agua de lluvia de su Marivi bi, como lleva haciendo en los últimos días: «¿Cuántos dices que se han ido a pique?, ¿cuarenta?, ¡Madre mía!», exclamaba. Otros le ponían buena cara al mal tiempo, como el propietario del Uxola, que en vez de lamentarse por estar medio llena de agua su embarcación, él decía verla «medio vacía».

La mujer que adecentaba el Kixki reconocía que no recordaba un temporal de estas dimensiones y nos preguntaba si habíamos visto el Náutico. Efectivamente, era «impresionante». El vicepresidente del Club, Javier Orbañanos, explicó que las olas «han destrozado el comedor de proa -junto a las escaleras de embarque- y han inundado todos los locales de la parte de abajo», los que dan a la plataforma de acceso que sirve de solarium.

Thierry e Iñaki se alegraban de que a su Xiri le hubieran dado la vuelta tras haber volcado. «He oído que ha habido olas de 16 metros en Vizcaya y que en la Zurriola eran de 9 metros». Ander Sistiaga miraba asombrado a su Maitetxu, único bote que se libró de irse a pique en su fila junto al Patxaran.

El dueño del Kokua, un pequeño bote con un motorcito, no hallaba, sin embargo, su embarcación. Parecía claro que era uno de los 'tocados y hundidos'. «Tiene su gracia que no aparezca porque en la terminología que utilizaban los pescadores que iban a Terranova su nombre significa 'madera a la deriva'».

Iñaki Gandiaga miraba asombrado a su reflotado Adarra porque no parecía que se hubiera hundido. El motor tenía un golpe, eso sí, el estrobo estaba dañado y lo más llamativo es que el cabo de amarre había actuado como un cuchillo en el perfil de fibra de su embarcación dejando una hendidura de 8 centímetros de profundidad, lo que daba una medida de la fuerza a la que había estado sometido el casco al volcar.

Ainhoa Dorronsoro era una de las más perjudicadas. Su Uro Lain, una preciosa chipironera de unos 20 años, se había sumergido por completo y no se podía esperar nada bueno de su recuperación del fondo. Pese a todo, ella se afanaba en sacar botellas y botellas de agua del interior de la embarcación. «Está totalmente destrozado, el mástil, el banco, el motor... Alguna vez nos había entrado agua, pero lo de esta noche nunca», explicaba esta joven que no pudo acercarse al muelle hasta primera hora de la tarde cuando salió de trabajar.

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