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Roberto Cearsolo, ante la fachada del Guggenheim.
La mano negra del Guggenheim
CULTURA

La mano negra del Guggenheim

Vinculado al museo desde su gestación, Roberto Cearsolo desvió dinero a sus cuentas durante años

IÑAKI ESTEBAN

Lunes, 21 de abril 2008, 10:56

BILBAO. DV. Un piso señorial situado frente al Guggenheim, con un viejo ascensor de vaivenes inquietantes, sirvió de primer cuartel de operaciones para un sueño que empezaba a andar. La decoración interior era elegante y moderna, y tan pronto como se pudo se colocó cerca de la entrada la maqueta del edificio que iba a asombrar al mundo, firmada por Frank O. Gehry.

Corría el año 1992 y por los pasillos de aquel piso iban y venían el máximo responsable del llamado Consorcio Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, Arantxa Odiaga, Roberto Cearsolo y el arquitecto Carlos Iturriaga, además de una secretaria. Vidarte y Odiaga, economista y abogada, respectivamente, procedían del departamento foral de Hacienda.

Del puesto de director gerente en una empresa guipuzcoana llegó Cearsolo, licenciado en la Comercial de la Universidad de Deusto. Miembro de una conocida familia de Elgoibar, tenía experiencia en la asesoría y la auditoría fiscales, por lo que se hizo cargo del control del gasto. Quienes visitaban aquellas estancias le recuerdan como una persona discreta, a gusto en el segundo plano, que saludaba levantando las cejas.

Entonces tenía poco más de treinta años y se sentía orgulloso de estar en el meollo de un proyecto innovador. Dieciséis años más tarde continúa en el centro, pero ahora es el foco de un escándalo que ha socavado el prestigio del Guggenheim. Cearsolo se jactaba de haber conseguido la 'Q' de Calidad en la gestión del museo y llevaba su apostolado de la excelencia gestora a través de conferencias que daba en distintos foros. Sin embargo, entre 1998 y 2005 se llevó de las cuentas de dos sociedades instrumentales del Guggenheim -la Tenedora y la Inmobiliaria- casi 487.000 euros. Blanco sobre negro: metió la mano al cajón.

Por casualidad

La noticia saltó el miércoles en una rueda de prensa convocada por el único jefe que tenía en el museo; el director general, Juan Ignacio Vidarte. Se comunicaba el despido de quien había tenido el control de las cuentas desde antes de la inauguración del museo en 1997, y se adjuntaba una carta del propio Cearsolo a Vidarte en la que explicitaba cada una de las cantidades que había sustraído en siete años.

Según la versión aportada por el Guggenheim, el agujero se descubrieron de forma casual. El Tribunal Vasco de Cuentas Públicas había solicitado información el 3 de abril para abrir una auditoría por la pérdida de al menos seis millones de euros en una operación de cambio de divisas realizada por el museo en 2002.

En su calidad de director de Administración y Finanzas, Cearsolo era quien solía responder a los auditores. Pero esta vez se encontraba casualmente de baja desde el día anterior y la petición fue a parar a manos del subdirector del área, Andoni Dobaran, que empezó a sospechar al examinar unas transferencias bancarias y la emisión de unos cheques.

Cearsolo pasó el filtro del proceso de selección realizado en 1997 para cubrir los 75 puestos de trabajo que ofertaba el museo. Para optar a ellos se presentaron 50.000 solicitudes y la afinidad con el PNV o la militancia en el partido de una parte significativa de los seleccionados motivaron preguntas del PP, IU e ICV (Iniciativa Ciudadana Vasca) en las Juntas Generales vizcaínas.

Abiertamente nacionalista y fiel a la cita anual del Alderdi Eguna, Cearsolo logró sin problemas la plaza gracias a su currículum, al conocimiento de la iniciativa desde su origen y a la consideración de que su labor en el control del gasto había sido buena. «Me pareció un hombre cumplidor, serio, un buen profesional», recuerda una persona que vivió de cerca los primeros tiempos del proyecto. Muestra de su vinculación con el nacionalismo, Cearsolo ejerció como tesorero de la ikastola Lauaxeta durante dos años.

En la selección de personal quedó vacante la plaza de director artístico y Vidarte pasó de ser gerente a director general y a asumir más competencias, entre ellas la organización de las exposiciones. Cearsolo acaparó el poder económico de la institución y se hizo un tipo casi imprescindible en el corazón operativo del museo: llevaba finanzas, seguridad, mantenimiento e instalaciones, información y nuevas tecnologías. En los últimos tiempos parecía que su influencia disminuía.

Durante sus 16 años en el Guggenheim, era con frecuencia el primero que llegaba a las oficinas y encendía las luces. A su cargo tenía a 22 subordinados, que en algunos casos le mencionan como un «tipo prepotente» y proclive al uso de las «malas maneras». Aficionado a la práctica del ciclismo y a la buena mesa, al ex director financiero le gustaba alardear de posición social y económica.

Aires de superioridad

Una vecina suya de Soraluze, en Guipúzcoa, le recuerda por el «sentimiento de superioridad» que desplegaba frente a ella. En este sentido rememora cómo, en 2005, hablaba de una «casona» en Usansolo en la que iba vivir, valorada según él en 100 millones de pesetas. También se le atribuye la compra reciente de un vehículo por unos 60.000 euros.

Justo ese año, el último en que echó mano de la caja, transfirió a sus cuentas 194.000 euros de la sociedad Tenedora, encargada de la compra de obras de arte. Pero su actividad delictiva comienza en 1998, meses antes de que se dejara de auditar esa entidad y la sociedad Inmobiliaria que gestionó la construcción del edificio.

En el primer informe que emitió el Tribunal de Cuentas sobre el Guggenheim, referente a la edificación del museo y a su puesta en marcha y que cubre el periodo de 1992 a 1998, el órgano fiscalizador no advirtió que en ese último ejercicio Cearsolo había emitido tres cheques por más de 160.000 euros, sus primeras prácticas irregulares.

El ex empleado del museo también pudo sortear el escrutinio del segundo informe, que sólo se fijo en la compras de arte de la Tenedora y dejó de lado el resto de la contabilidad. Según insistió el director general el miércoles, era el propio Cearsolo quien suministraba la información a los auditores, a la vez que alteraba los libros contables y falsificaba la firma de Vidarte para emitir cheques a su favor.

Presión moral

De 48 años, casado y con dos hijos, Cearsolo ganaba 68.520 euros brutos al año. «Lo más importante es que uno esté tranquilo consigo mismo», decía. Pero algo le inquietaba. «No aguantaba su propia presión moral», añade uno de sus conocidos, extremo que él mismo reconocía en su carta a Vidarte.

El acusado ha devuelto 287.000 euros a la Tenedora y ha prometido abonar el resto en el plazo de tres meses, lo que de momento dejaría su 'deuda' en unos 190.000 euros. Si fuera encausado, este arrepentimiento se consideraría una atenuante y facilitaría un posible acuerdo sobre la pena. Aunque así fuera, este pacto no evitará que la mano negra de Cearsolo haya manchado el brillo del titanio de un museo que siempre ha alardeado de su gestión económica. Sometido a una auditoría encargada por el propio Guggenheim, a otra por el Tribunal de Cuentas y puesto en el disparadero por un desfalco que ha sobresaltado toda su estructura, el Guggenheim ve cómo las aguas calmas se tornan bravas y resucitan viejos demonios como las cuestionadas compras de obras de arte.

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