GONTZAL LARGO
Domingo, 4 de mayo 2008, 03:20
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SAN SEBASTIÁN. DV. No hay peor enemigo de esta sección que el paso del tiempo. El inevitable discurrir de éste arrasa con todo: con los recuerdos, las personas, las anécdotas, las muescas del asfalto, las cicatrices de los muros y, en definitiva, aquellas pistas que nos pueden conducir a la resolución de un enigma urbano. El tiempo y su fiel aliado, el reloj, son, también, harto crueles: ellos solitos bastan para convertir algo que fue, en el pasado, un objeto de uso cotidiano, en un misterio casi insondable en el presente.
A lo largo del último año hemos dado fe de unas cuantas incógnitas perdidas en el túnel del tiempo -¿recuerdan todavía por qué el barrio de El Infierno se llama así?- pero mucho nos tememos que las horas, los minutos y los segundos son unos contrincantes demasiado poderosos. Tanto que son capaces de hacer olvidar hasta la función de los enseres urbanos más comunes. Imaginen que, dentro de 200 años, San Sebastián es una ciudad abandonada, desértica, sin vida. Imaginen que la visita un explorador y éste se topa con el Peine del Viento de Chillida, varado en un rincón de la bahía. ¿Qué pensaría? ¿Qué es una obra artística o, por el contrario, tendría una función práctica? Algo parecido nos ocurrió con la incógnita de la que hablaremos a continuación.
Situémonos primero. Remontemos el curso del Urumea, dejando atrás Kursaal, Santa Catalina, María Cristina y Mundaiz. Despidamos al bonachón Puente de Hierro y adentrémonos en los parajes de Riberas de Loiola, barrio a través, hasta llegar a las instalaciones del Ejército. Justo donde acaban éstas hay otro puente, uno de porte sencillo que recibe el nombre de Espartxo. Junto a él, hay un caserío homónimo, de paredes blancas y contraventanas marrones. Es fácilmente reconocible por el curioso escudo de piedra arenisca que luce en la fachada principal: está gobernado por una figura barbuda, bajo la cual se distinguen dos querubines. ¿Acaso es Neptuno? ¿Se trata de un San Cristóbal al que alguien ha robado al niño Jesús que debería llevar en los brazos? Nadie lo sabe con seguridad. He ahí una -otra- de estas preguntas cuya respuesta ha sido enterrada por el paso del tiempo.
Lo que nos interesa del caserío Espartxo no se encuentra a la vista de todo el mundo, sino resguardado en su interior. Hace unos meses se puso en contacto con nosotros uno de sus inquilinos. La razón de su llamada era un extraño mojón -o algo muy similar- que se encontraba, literalmente, en una esquina del txokito. Insistimos, el mojón no se hallaba en las parcelas que rodean la vivienda, sino intramuros, como si, por arte de magia, hubiera crecido ahí mismo. Nuestra sorpresa, al aterrizar en el lugar, fue mayúscula: efectivamente ahí estaba el mojoncito, como si fuera el misterioso monolito que revoluciona la vida de los homínidos en el filme 2001 Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Tal y como nos contó nuestro interlocutor, el baserri pertenecía a la familia de su mujer desde hacía un par de generaciones. Un buen día, durante unas obras de remodelación, tiraron un tabique y apareció la pieza que nos ocupa: maciza, cilíndrica y con una cavidad en la parte alta. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Acaso se encontraba en el lugar antes de la erección del caserío y sus dueños habían optado por dejarlo allí? Y, lo más importante, ¿para qué servía exactamente el supuesto mojón?
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Nuestro anfitrión había reunido algo de información sobre el asunto y opinaba que el hito en cuestión bien podría ser un antiguo señalizador fronterizo entre Altza y San Sebastián. No tardamos en ponernos en contacto con nuestro investigador de cabecera y erudito etnógrafo, Antxon Aguirre Sorondo, quien no sólo nos dio algunas valiosas pistas sino que nos puso en contacto con Luis Mari Zaldua, un urnietarra que arrojaría luz, información y rigor sobre un enigma que nos venía grande.
La teoría de éste es que no nos encontrábamos ante un mojón kilométrico o fronterizo, sino ante una piedra de sel o seles. ¿Sel? Las explicaciones de Zaldua no se hicieron esperar. Las piedras de sel son aquellas que demarcan una propiedad o un terreno circular. El método es el siguiente: en el centro del espacio a delimitar se ubica un mojón -que recibe el nombre de austarri o austerretza, según la zona de Euskadi- alrededor del cual se colocarán otros mojones -dispuestos circularmente- que señalarán los límites de esta propiedad. Lo habitual es que se colocaran estos últimos con la única ayuda de una cuerda ejerciendo de radio. ¿Sus dimensiones? En Bizkaia, por ejemplo, hay terrenos delimitados por piedras de sel que alcanzan los, casi, 500 metros de diámetro. Nos encontramos ante una práctica artesana y antediluviana que fue utilizada en el pasado para delimitar, por ejemplo, zonas de pastoreo.
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Por supuesto, el mundo de los seles es infinitamente más profundo de lo aquí desglosado, existiendo, cómo no, en internet artículos de contrastada solvencia sobre el tema, en paisajes de Urnieta o el valle de Leitzaran. En el siguiente enlace (http://www.iungonet.org/ELGG/lmzaldua/rss) pueden consultarse los citados escritos así como algunos otros artículos reveladores, como el propio blog de Luis Mari Zaldua que recopila imágenes de mojones centrales.
Así, aceptando la teoría de que el mojón de Espartxo es una piedra de sel, no deja de ser curioso el hecho de que aquellos que levantaron el caserío respetaran la pieza ya existente, levantando paredes y techos alrededor de ésta sin destruirla. Un último apunte: el aspecto del sel de la fotografía no es el original. Como ya se habrán fijado algunos lectores, ha sido pintado como si de una piedra de harrijasotzaile se tratara. La razón de ello es sencilla de explicar: dado que el supuesto sel se halla en el txoko del caserío, lugar propicio para celebraciones y alegres banquetes, nuestro interlocutor decidió decorarlo cual harria para desafiar a aquellos comensales -envalentonados por los vapores de la sidra- que desconocen que el mojón está firmemente asido al suelo.
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