Juan Manuel Piñuel. [EFE]
Perfil

Manolo buscó un atajo a la felicidad

Educado, bromista y reivindicativo, el guardia asesinado pidió el traslado al 'norte' para ganarse el regreso a Málaga

I. M.

Jueves, 15 de mayo 2008, 09:42

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BILBAO.DV. Era su primer servicio tras regresar de Málaga, donde había compartido una semana con su mujer, María Victoria, y su hijo de seis años. Tras meditarlo mucho, Juan Manuel -Manolo- Piñuel había decidido poco tiempo atrás poner tierra de por medio con su familia para ganarse a medio plazo el anhelado reencuentro con carácter definitivo. Un largo atajo hacia la felicidad.

Apenas pudo estar destinado un mes y tres días en «el norte», ese nombre de punto cardinal que tantos miembros de las fuerzas de seguridad utilizan cuando se refieren al peligroso País Vasco. Piñuel solicitó el traslado voluntario desde el cuartel valenciano de Llombai -donde prestó seis años de servicio- con el fin de acumular los méritos que necesitaba para ganarse la vuelta a casa. En aplicación del reglamento interno de la Guardia Civil, un trienio en Euskadi bastaría para pedir destino en Málaga, el viejo sueño familiar.

Juan Manuel, Manolo, un melillense de 41 años, sentía que allí estaba su hogar. Y en Málaga le aguardaba su esposa hasta que, a las cinco de la madrugada de ayer, sonó el teléfono para transmitir un mensaje de muerte y desolación.

En medio de la noche, la peor de las pesadillas de la mujer se hizo realidad. Porque algo le decía a María Victoria que Juan Manuel no debía pedir el traslado voluntario al «norte». Intentó convencerle, sin éxito; él lo tenía muy claro: podría no ser agradable, pero era un paréntesis necesario, un peaje ineludible hacia un futuro prometedor. Hacia un mañana soñado que, como tantas otras veces, la organización terrorista ETA quebró.

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Juan Manuel llegó a Legutiano hace apenas cinco semanas, el pasado 11 de abril. Y entró allí con muy buen pie. «Estaba contentísimo. Nos contaba que era un sitio tranquilo y que los compañeros eran muy profesionales, gente formal», recordaban ayer sus suegros, rotos por el dolor.

«Mi hija no quería que se marchara», confiesa la suegra del agente asesinado, Victoria Sedeño (64 años), sin dar aún crédito a lo sucedido. «Ella -prosigue la mujer- nunca quiso que aceptara ese destino, y él, sin embargo, decía que no se había ido antes por ella. A mi hija no le gustaba el traslado, le tenía muchísimo miedo a aquello. Parece que la pobre presagiaba algo».

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«Pensaba que yéndose allí -al País Vasco o a Navarra- iba a hacer más fuerza para venirse después a Málaga, así que tomó la decisión», cuentan los suegros. «Se fue allí para volver, y mira lo que se ha encontrado», se lamentan.

«Estaba contentísimo», explican sus suegros. «Cuando venía de permiso -continúan- nos contaba lo tranquilo que era aquello y lo bien que estaba allí».

En sus permisos, que siempre aprovechaba para visitar a su mujer y a su hijo pequeño, el guardia civil intentaba cambiar la percepción que su familia tenía del norte. «Decía que se había adaptado muy bien allí. que los compañeros eran muy profesionales, gente formal. Incluso, antes de ayer -el lunes- estuvo invitando a mi otra hija y a su marido para que fueran allí a visitarlo. Pero parece que el destino le tenía guardado esto».

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Los vecinos del barrio malagueño de El Palo que habían visto a Juan Manuel Piñuel en los últimos días mientras su único hijo, de 6 años, jugaba en la calle bajo la mirada de sus padres estaban ayer consternados y aseguraron que Manolo «tenía una relación muy estrecha con su hijo, y el niño lo va a pasar muy mal».

Una vecina, Charo Pérez, explicó que tienen mucho afecto a la familia y están muy tristes. Indicó que el agente trabajaba y «luchaba por tener una casa con un sueldo muy pequeño» y que «su mujer se quejaba hace poco de que no le daban ni un préstamo para comprar un piso porque con un sueldo pequeño hoy los bancos no dan préstamos».

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María Gutiérrez señaló que el asesinato ha sido «un golpe muy grande para el barrio» de El Palo, donde reside su familia; que el agente llegó el martes a su destino y se fue a hacer la guardia y que los familiares que han viajado hasta Álava «van que no pueden más», y su viuda está «hecha polvo» tras ser avisada a las cuatro de la madrugada de lo ocurrido.

Charo Pérz manifestó que imagina que el agente quería ganar puntos porque quería volver a Málaga para estar con su familia y que «se quería jugar la vida y se la ha jugado», ante lo que condena el atentado y destaca que «esto se tiene que terminar». Ella trabaja de noche, tenía la radio puesta y cada vez que daban la noticia pensaba que era Manolo, «pero no quería creerlo porque pensaba que estaba aquí», hasta que al llegar esta mañana a su casa confirmó que efectivamente se trataba de él.

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Mientras, decenas de melillenses, mezclados con agentes de la Policía y la Guardia Civil y autoridades, se concentraron ante el Palacio de la Asamblea para rendir homenaje a Juan Manuel Piñuel con cinco minutos de silencio. El Consejo de Gobierno de la ciudad autónoma decretó tres días de luto oficial en memoria del agente, que nació y vivió en la villa norteafricana.

El sexto de su promoción

La última víctima mortal de ETA

había nacido en Melilla, hace 41 años, pero no había regresado a la ciudad norteafricana desde 1975, cuando su padre, militar de profesión, fue destinado a la península. Definitivamente, la familia echó raíces en Málaga, donde, años más tarde, Juan Manuel inició la carrera de Derecho, que no terminó.

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Tras trabajar como vigilante jurado, decidió ingresar en la Guardia Civil cuando estaba a punto de traspasar la edad límite para hacerlo, los 29 años. Su madurez y sus buenas aptitudes lo convirtieron en uno de los más brillantes alumnos de su promoción en la academia jienense de Baeza. Inició su proceso de formación como el sexto aspirante a guardia mejor calificado entre los 913 que superaron el concurso-oposición.

Pasó antes por Jaén, Cádiz y Zaragoza, pero Piñuel completó la mayor parte de su vida profesional en la casa cuartel de Llombai. Al contrario que en Legutiano, hasta allí sí le acompañaron su mujer y su hijo de corta edad. «Era un padrazo, joder», recordaba ayer ahogado por la indignación uno de los amigos que dejó para siempre allí. Amante de la música clásica, Juan Manuel quería contagiar a su hijo el placer que sentía al escuchar una buena partitura. «Si le llegaron a comprar un violín y todo».

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También era un hombre reivindicativo, que, impulsado por su compromiso, se afilió a la Asociación Unificada de la Guardia Civil para aportar su granito de arena a la lucha por afianzar el respeto a los derechos de los agentes. Durante su estancia en la comunidad valenciana, se mostró como una persona «muy educada, y bromista cuando había que serlo». Un tipo comedido que «no cuadraba con el perfil tópico del andaluz que anda contando chistes a todas horas».Y un buen deportista. Acudía con frecuencia al gimnasio y le gustaban las artes marciales, en especial la práctica del Ekido.

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