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JAVIER SADA
Jueves, 17 de julio 2008, 10:16
P orque en San Sebastián conocía a Patxi Alcorta, la noticia de su muerte se extendió por toda la ciudad vinculándolo, como no podía ser menos, a sus muchas actividades de eminente carácter popular.
Porque ¿quién no conocía a Patxi? A Patxi se le conocía aún sin conocerle... bastaba encontrarse un domingo por la tarde en cualquier punto de la ciudad para, al producirse un gol en Atocha, escuchar el estampido del cohete que lo anunciaba y, automáticamente, pensar: «ahí está Patxi Alcorta».
Su biografía, lo recordó toda la prensa aquel 17 de julio de 1975, estaba plagada de detalles que justificaban su a todas las personas. Apartados avatares deportivos anteriores, su vida en el mundo de la hostelería comenzó en 1948 cuando se estableció con Miguel Gorriti en el Bar Goal, pero la popularidad se la ganó cuando, cinco años más tarde, abrió, junto a Alfonso González, el Bar Iru Txulo.
Poco tiempo después Alfonso puso el Astelena y Patxi, durante diecisiete años, supo darle a su establecimiento de la calle Puerto ese sello peculiar que lo hizo distinto a todos los demás. Convertido en peculiar centro deportivo, por su barra pasaron los más grandes deportistas que viajaron a San Sebastián. A los atletas, ciclistas, futbolistas... se añadieron los músicos, médicos y turistas... haciendo de Iru Txulo punto obligado de visita intentando salir con alguna de las típicas txapelas que Patxi supo llevar por el mundo entero.
¿Puede haber alguien, con edad para recordarlo, que no recuerde las txapelas del morrosko Urtain y sus rivales, las de Zatopeck, Abebe Bikila y todos los ganadores del cross de Lasarte, las de... ¡Hasta varias Olimpiadas y el Cross de las Naciones de Vichy llegaron a conocerlas y ¡qué decir cuando las utilizaron, en señal de protesta, los atletas negros que participaban en las Olimpiadas de México¡.
A través de sus cohetes Patxi llegó al alma de los donostiarras, ya fuera cuando se lanzaban globos con cartas a los Reyes Magos, ya cuando Zorroaga u otros centros benéficos necesitaban un poco de fiesta, ya cuando la Caravana de las Sonrisas recorría la ciudad. ¡Sus bombazos siempre fueron de paz¡
El bar Iru Txulo se cerró el año 1970 para convertirse en librería y de turistas, con los más típicos de la ciudad entre los que la bandera txuri-urdin se llevaba la palma.
Han pasado más de treinta años pero para muchos donostiarras cada cohete que se escucha sigue siendo el que Patxi Alcorta lanza en señal de amistad.
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