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JAVIER SADA
Miércoles, 1 de octubre 2008, 09:20
Rondaban los cien años desde la inauguración de la Estación de Amara cuando ¡por fin! se llegaba al acuerdo de reformarla. La verdad era que, pasado el tiempo, resultaba «todo un documento del pasado», en el que algunos directores de cine vieron excelentes decorados para recrear sus películas .
Su cantina, ventanilla para adquisición de billetes, mostrador de facturación... su propia fachada, andenes e incluso material ferroviario, era toda una «vuelta a tiempos remotos» que permitía incluso fantasear con lejanas aventuras.
Casi cien años habían pasado cuando se dijo ¡no a Morlans! Porque desde la propia fecha de inauguración de la Estación ya estuvo sobre la mesa la posibilidad de construirla en «tan apartado lugar». Pero, no: quienes entendían de esas cosas, los técnicos, hace treinta años decidieron «definitivamente y para siempre» que lo de Morlans era un sueño y que lo más práctico era dejarla donde estaba, reformando, eso sí, el conjunto del edificio.
Aunque los amaratarras -se escribía en EL DIARIO VASCO del 30 de septiembre de 1978- se enteraron de que la Estación no iba a Morlans tan solo cuando vieron que comenzaban las obras internas en los andenes y calle Autonomía.
«Ahora, sí, va en serio lo del derribo... pero para construir otra en el mismo lugar». La nueva Estación sería como la vieja «pero en nuevo». La parte dedicada a la entrada y salida del público «formará un edificio de tres alturas y se mantendrá la altura del cobertizo».
Sabiendo que el edificio, aunque reformado, iba a quedarse donde estaba no faltaron quienes propusieron que a la pequeña plazoleta ubicada frente a él, donde los taxistas esperaban a los clientes apoyados en los frondosos árboles, se la llamara calle de la Estación para ver si así se organizaba su caos circulatorio en el que convivían taxis, vehículos particulares, furgonetas de reparto y grandes camiones de carga.
Ya había sido derribado el muro de la entonces calle Oriamendi y comenzaban a surgir bunkers de cemento que limitaban las obras, pero «la Estación de Amara, se decía, seguirá formando pared de cara a la plaza de Easo y los vecinos acogerán como suave canción de cuna el susurro de las ruedas, el arranque de los trenes y sus encuentros con los topes».
Está claro, se escribía, «que por la vía pasa el tren y la vía no cambia de dirección... Y así otros cien años»... Pero los técnicos proponen y los hados municipales disponen: diez años más tarde se procedería a su total derribo para construir la actual.
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