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NEREA AZURMENDI
Martes, 7 de octubre 2008, 04:09
DV. Quien recorra de mar a mar los 750 kilómetros de la cordillera pirenaica escuchará en su camino -además del castellano y el francés y los idiomas que puedan aportar los visitantes de tierras más lejanas- otras cuatro lenguas: el euskera, el occitano, el aragonés y el catalán.
A falta de parientes consanguíneos, esas tres lenguas románicas son -dentro del ámbito de las lenguas regionales, minoritarias o minorizadas o de reducida difusión, cada cual puede elegir la definición que le parezca más adecuada- los parientes geográficos más cercanos del euskera. Parientes lingüísticamente lejanos pero geográfica e históricamente próximos que desde ayer tratan de conocerse mejor y de reflexionar conjuntamente sobre su pasado y su presente en Pamplona, en el XVI Congreso Internacional de Euskaltzaindia dedicado a . Con esta iniciativa, la Academia da inicio a los actos conmemorativos de su 90 aniversario y espera hacer lo propio con lo que podría ser «una mirada común al futuro».
La conferencia con la que ayer se abrió el Congreso corrió a cargo de uno de los más destacados romanistas del momento, el catedrático de Lingüística y Didáctica de las lenguas románicas de la Universidad de Viena Michael Metzeltin (Sorengo, Suiza, 1943).
Una estrecha relación
Michael Metzeltin cree que, pese a que algunos geógrafos puedan sugerir lo contrario, desde el punto de vista de las relaciones entre las sociedades, las lenguas y las culturas ni los Pirineos, ni los Cárpatos ni los Apeninos separan. Todo lo contrario. «En la Edad Media los contactos entre las distintas lenguas de los Pirineos eran estrechos y frecuentes -afirma-, y uno de los ejemplos más claros es el uso del occitano en Navarra o en San Sebastián. Sobre todo en la parte española de los Pirineos, el uso de varias lenguas era algo muy normal».
Fue la política que construyó en la cordillera fortalezas que antes no existían porque no eran necesarias la que separó lo que la vida cotidiana había unido: «Cuando las monarquías francesa y española empiezan a mirarse como rivales también comienza la progresiva pérdida de contacto entre las lenguas, se inicia la decadencia de la lengua escrita, cada una se encierra en su territorio y empiezan a fragmentarse». Junto con los Estados, adquieren fuerza sus respectivas lenguas dominantes, «y los grandes autores, sin pensar en política lingüística en sentido moderno, empiezan a utilizar la lengua que consideran de más circulación. Boscan no escribe en catalán, Zurita no escribe en aragonés, Montaigne no escribe en occitano, aunque todos los podían haber hecho».
Junto a la «alta lengua de la administración y la literatura», sin embargo, se mantienen las lenguas propias en las familias, en los mercados, en el trabajo, pero a todas les costará muchos siglos recuperar parte de lo que perdieron. De hecho, están todavía en ello y a muchas les queda un larguísimo camino por recorrer, suponiendo que algún día vuelvan a ser lo que fueron.
Cada una, su camino
A Meltzetin -«soy completamente romanista», afirma-, le cuesta opinar sobre el euskera, aunque cree que ha avanzado mucho en las última décadas y considera que incluso los detalles -la rotulación bilingüe que le ha sorprendido en las calles de Pamplona, por ejemplo- son importantes en los procesos de recuperación de una lengua, «porque aunque la gente no la aprenda, se familiariza con ella y puede surgir la curiosidad».
Con respecto a las lenguas latinas, no cree que a estas alturas se pueda afirmar que el catalán, cuando menos en Cataluña, se encuentre en peligro, pero es menos optimista con respecto al occitano o al aragonés, que tiene además rasgos que le acercan más al astur-leonés que a las lenguas románicas españolas más orientales.
En el caso del occitano, ni tan siquiera cree que se pueda hablar de una sola lengua. «Para mí no existe, es un intento de salvar una serie de lenguas hasta cierto punto parecidas -entre las que también se encontraría el catalán, que en la Edad Media también decía para decir -, tratando de darles fuerza mediante una unidad que a mi juicio es artificial. Una tentativa respetable, pero que no corresponde ni a la historia ni a la voluntad de la gente». Según la visión de Meltzetin, el gascón, el languedociano y el provenzal -las tres «lenguas occitanas» pirenaicas-, son tres lenguas que vienen cada una de su latín y que, en la actualidad, presentan caras bastante distintas, siendo la más preocupante la del provenzal. Lo ilustra con una anécdota: «Hace dos años pasé unos días en Arlès, y como me extrañaba no escuchar provenzal en Provenza, en una tienda pregunté si alguien lo hablaba». Le respondieron que sí, «algún anciano y, sobre todo, los extranjeros que lo han aprendido».
Y desde puntos de partida tan dispares miran al futuro en Pamplona el euskera y las restantes lenguas del Pirineo, cuyos datos básicos contiene la tabla adjunta.
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