
JOSEBA LEZETA
Lunes, 8 de junio 2009, 12:28
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DV. Juan Martínez de Irujo engrandeció su historia, a la que en pura lógica le faltan todavía muchos capítulos, gracias a la consecución de su tercer título manomanista de Primera. Batió 12-22 a Aimar Olaizola en una demostración de poderío físico, pegada y recursos que le condujeron a un triunfo incontestable.
El de Goizueta aguantó en una primera parte intensa, con alternativas en el saque y tacadas cortas en la que ninguno de los dos finalistas dispuso de ventajas superiores a los cinco tantos. Aimar sólo estuvo por delante en el 2-0, el 4-3 y el 5-4. Irujo tomó la delantera, pero sin distanciarse con claridad.
Olaizola II iba a remolque, pero no cedía, no se rendía. Incluso, tras ir rezagado 9-14 se acercó al 12-14 con su tacada más larga del partido, de sólo tres tantos.
Justo en ese momento se disputó un tanto durísimo, de veinte pelotazos, que acabó con un zurdazo atrás de Irujo sin respuesta. El de Ibero pidió su primer descanso -Aimar acumulaba ya tres para entonces- pero cuando los dos regresaron a la cancha se comprobó que la acumulación de esfuerzos había hecho más mella en Olaizola II. No volvió a ser el de antes.
Con 12-15 llevaban ya 217 pelotazos, una cifra alta. Nueve tantos habían rebasado los diez pelotazos. Una velocidad altísima no impidió intercambios largos. Los siete tantos siguientes, los que fueron del 12-15 al 12-22, se resolvieron en 31 pelotazos y en poquísimos minutos. Irujo, entonces sí, hizo valer lo que tanto le gusta, el saque y la parada.
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El pinchadiscos
Quedó patente que ha vuelto el pinchadiscos. Después de casi dos años entre 2007 y 2008 en los que varias lesiones le impidieron rendir a su verdadero nivel, los últimos meses han devuelto la mejor versión de Martínez de Irujo, la del pelotari tan genial como poderoso que pone la música del frontón.
Aunque también pincha tangos de vez en cuando, le gustan sobre todo las piezas movidas: la salsa, el merengue y el rock and roll. Aimar Olaizola fue ayer un compañero de baile que no perdió el paso hasta el 12-15. Irujo conducía a la pareja, pero el de Goizueta alterna con los mejores bailarines. Volvió a demostrarlo. Hasta que se le fundieron los plomos.
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Quizá acusó la falta de competición, la falta de partidos durante el último mes y medio. Julián Retegi dejaba de jugar a parejas para centrarse en el mano a mano y llegaba a la final en el punto idóneo. Pero lo que le ha sucedido a Aimar es distinto. No ha optado por voluntad propia, sino que esa circunstancia le ha caído encima sin comérselo ni bebérselo.
Olaizola II comenzó fresco con la derecha, transmitió incluso la sensación de que pegaba algo más que Irujo en los primeros tantos. Pero le duró poco. Pronto se vio que mandaba la derecha del pelotari de Aspe, que extendió mejor y con otra velocidad la pelota. Por ahí cimentó su victoria.
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El de Goizueta buscó el sotamano para contrarrestar esa inferioridad. Entró en el juego de su contrario, en su dinámica. No le ha sucedido sólo a Aimar. Todos caen en esa trampa, que en realidad no es tal ya que todos saben lo que hay. La dificultad reside en eludirlo, en que no te enrede en esa tela de araña.
Regaló bastante, mucho para un pelotari tan seguro como él. Le contabilizamos nueve pelotas perdidas, siete de ellas con la derecha. Una exageración para un pelotari que basa sus éxitos en la solidez, en no conceder. Pero toca reconocer que los errores fueron producto, en la mayoría de los casos, del ritmo trepidante que impone Irujo.
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Aimar recurrió pronto a los descansos. Solicitó el primero tras el 4-4, el segundo en el 5-7 y el tercero después del 7-11. Irujo tenía prisa, no quería parar. Patxi Eugi le pedía calma, también tras un besagain de zurda que los jueces dieron falta al entender que había tocado la chapa de arriba (11-14). No quería que perdiera la cabeza. Lo consiguió. Olaizola II buscaba lo contrario: respirar, pausa. Le costó.
Pesaban las piernas
Las piernas comenzaron a pesarle. Sus desplazamientos ya no eran tan rápidos, sobre todo cuando el intercambio de pelotazos cobraba intensidad. Buscaba recuperarse entre tanto y tanto. Cuando no se sentaba en la silla, se dirigía a la contracancha para hablar con Asier, su botillero, y tomar un trago de agua. No salió de la crisis como otras veces y lo pagó en la recta final, tras el 12-15, el tanto de la final.
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Martínez de Irujo se escapó por primera vez en el 7-11. Parecía que había metido la directa. Pero el de Ibero, aunque se le ve asentado en comparación con años anteriores, con mayor empaque y seguridad en sus acciones, sigue siendo Irujo e hizo dos o tres regalos en forma de dos paredes o dejada que Aimar aprovechó para limar diferencias y retomar el saque.
No le bastaron porque Irujo posee recursos increíbles y se maneja al resto como pocos, como los grandes. Supo cuándo adelantarse para restar de aire los saques -seis veces, las mismas que Olaizola II- y esa zurda de aire en besagain le permite pasar de estar dominado a dominar en el peloteo. Es lo que distingue a Irujo del resto de manomanistas, de ahora y de siempre.
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Cuando enfrente hay otro rival basta con cruzarle la pelota a la pared más o menos bien para ponerle en dificultades. Si Irujo tiene medio metro para meter la mano, suelta tal zarpazo que no queda más remedio que recular. Es la marca Irujo.
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