Añoveros, con su txapela, fue un referente del nacionalismo vasco. /M. A. GONZÁLEZ
POLÍTICA

El centenario del obispo incómodo

Se cumplen hoy cien años del nacimiento de Antonio Añoveros, el prelado que provocó la mayor crisis entre la Iglesia y el régimen de Franco

EUSEBIO GORRITXATEGI

Sábado, 13 de junio 2009, 11:50

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DV. En un día como hoy, 13 de junio, pero hace exactamente cien años, nació un obispo llamado Antonio Añoveros, de temperamento poco conflictivo y ensimismado en su peculiar misión apostólica de guía espiritual, que fue quien provocó, sin pretenderlo, aunque no inconscientemente, la mayor crisis entre la Iglesia Católica y el régimen franquista agonizante. Nos hallamos, pues, en el centenario del nacimiento de monseñor Añoveros a quien la casi totalidad de los medios eclesiásticos europeos le otorgó el calificativo del .

El protagonista de esta jornada vio su primera luz la festividad de San Antonio en Pamplona, en el seno de una familia acomodada cuyo talante liberal contrastaba con la mayoritaria opción carlista de la zona.

Añoveros fue el tercer hijo del matrimonio formado por Julio Añoveros y Claudia Ataun y vino al mundo después de María Luisa y Juana y antes del último hermano, Julio. Su padre era director general de Tabacalera de Navarra y periodista de gran reputación en la zona, pero las grandes convicciones religiosas de su madre influyeron decisivamente en el camino de Antonio.

Nadie sabía entonces que protagonizaría uno de los escándalos más sonados del final del franquismo cuando, el 24 de febrero de 1974, publicó una pastoral en la que hacía un llamamiento para que se reconociese la identidad cultural y lingüística del pueblo vasco. Este llamamiento provocó una desorbitada reacción del Gobierno, que ordenó su arresto domiciliario, y convirtió a Añoveros en un símbolo del nacionalismo vasco.

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El hombre que incomodó los últimos años del régimen franquista cursó los estudios primarios y el bachillerato con los maristas de Pamplona. A punto de terminar Derecho en la Universidad de Zaragoza sorprendió a propios y extraños cuando hizo público que deseaba ingresar en el seminario, objetivo que cumplió cuando entró en el Seminario de Pamplona.

Primeros encontronazos

Tras ser ordenado sacerdote, en 1933 inició su ministerio como coadjutor en la parroquia de San Nicolás en su Pamplona natal. Poco después fue designado párroco de Tafalla. Durante la Guerra Civil prestó servicios como capellán en diversos hospitales, centros benéficos y, en 1937, en un batallón de ametralladoras. Al final de la contienda fue nombrado rector de Tafalla y consiliario diocesano de Acción Católica, cargo que desempeñó hasta 1952. Ese año, a instancias del cardenal Herrera Oria, fue nombrado rector del seminario, luego vicario general y obispo auxiliar de Málaga, ciudad donde inició su contacto directo con la realidad del campo andaluz, cuya injusticia comenzó a denunciar sin reparos. Fue aquí donde comenzaron sus primeros encontronazos públicos con la clase política dominante, que acogió con malestar las críticas lanzadas por el prelado.

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Añoveros, hombre tan aplaudido como vilipendiado, escribió una carta pastoral en la que pedía a los responsables de la situación una inmediata solución a la crisis. Es más, su tarea de apostolado social le hizo acreedor en 1968 a ser distinguido por el diario con el calificativo de 'Popular Nacional' y por el semanario catalán , como la 'Personalidad del Año'.

En 1965 fue designado obispo de Cádiz-Ceuta, sede en la que permaneció hasta diciembre de 1971, fecha en la que fue elegido por Pablo VI -atendiendo al ruego de su antecesor José María Cirarda-, para ocupar la delicada sede vizcaína. Era el año en que la Iglesia iniciaba la apertura mediante la asamblea de obispos y sacerdotes, y la época en la que el régimen comenzaba su persecución contra grupos católicos progresistas.

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Añoveros llegó a Bilbao en un momento en el que comenzaron a proliferar las multas o los encarcelamientos de sacerdotes, que originaron una fuerte tensión entre los dos poderes.

Homilías en euskera

El apodado reflejó permanentemente en sus cartas pastorales una profunda preocupación por los problemas económicos y sociales. Como había hecho años atrás, dedicó especial atención a los pobres y oprimidos y, poco a poco, el pamplonica que fuera andaluz con los andaluces fue tomando conciencia de la dramática situación del País Vasco y decidió que era hora de «ser vasco con los vascos». Empezó a recitar de memoria homilías en euskera que le traducían sus compañeros (él nunca estudió este idioma), continuó con un decreto de excomunión para los policías y terminó con el surrealista caso Añoveros.

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El obispo desencadenó la tormenta el 24 de febrero de 1974, justo doce días después de que el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, proclamara las Cortes Orgánicas «el espíritu aperturista del 12 de febrero». Pocos meses antes, un atentado de ETA había acabado con la vida del almirante Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno y máximo aspirante a suceder a Franco.

El domingo 24, en la mayoría de las iglesias de Vizcaya se leyó un escrito titulado . El texto había sido aprobado personalmente por Añoveros, quien se responsabilizó de su contenido.

El párrafo clave de la homilía decía: «El Pueblo Vasco, lo mismo que los demás pueblos del Estado Español, tiene derecho a conservar su propia identidad cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos circunvecinos, dentro de una organización socio-política que reconozca su justa libertad».

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El mensaje removió muchos cimientos, entre ellos los de un gobierno que se veía superado por los nuevos tiempos políticos. Las autoridades estimaron que la homilía contenía un juicio contra la unidad de España, hasta tal extremo que el Gobierno tuvo preparado en el aeropuerto de Sondika un avión para trasladar por la fuerza a Añoveros a Roma. La actitud del obispo de Bilbao y de su vicario general, José Ángel de Ubieta, que se negaron a salir de sus respectivos domicilios, originó que ambos sufrieran arresto domiciliario durante varios días.

Excomunión

La crisis quedó solucionada finalmente gracias en parte a la posición solidaria del Episcopado español -parece ser incluso que el arzobispo de Madrid, monseñor Tarancón, tenía preparada un acta de excomunión para miembros del Gobierno- y a la negativa del Papa Pablo VI a satisfacer las exigencias de las autoridades españolas.

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En 1977, al cumplirse el XXV aniversario del nombramiento de Añoveros como obispo, Pablo VI le designó asistente al Solio Pontificio. Un año después, el 26 de noviembre de 1978, sufrió una crisis cardíaca. Debido a su precaria salud -padecía además arteriosclerosis y Parkinson- presentó insistentemente la dimisión hasta que fue aceptada por Juan Pablo I en septiembre del mismo año. Añoveros fue sustituido por Juan María Uriarte, quien en abril de 1981, junto con los obispos de Gipuzkoa y Álava, hizo pública una nota en la que criticaba la situación política, lo que desencadenó una nueva tormenta en las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia católica.

Añoveros ya estaba para entonces apartado de la vida pública. Cuando se jubiló, le ofrecieron una vivienda en Pamplona, pero en Vizcaya le rogaron que no se alejara de Bilbao, por lo que se retiró a una residencia de monjas llamada , emotivo reconocimiento que fue un consuelo para su ancianidad.

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En 1985, Antonio Añoveros sufrió un derrame cerebral y su salud se fue deteriorando. El 24 de octubre de 1987, murió a consecuencia de una afección pulmonar. Durante las veinticuatro horas en las que estuvo expuesto el cadáver en la catedral de Bilbao, el desfile de personas fue incesante. Fueron horas y días en los que algunos de sus discípulos releyeron dos de sus libros más sobresalientes, escritos cuando era el obispo más joven de España: y .

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