
FERNANDO MIÑANA , SAN SEBASTIÁN
Lunes, 20 de enero 2014, 11:47
Las patadas del fútbol no siempre acaban en la espinilla del jugador. A veces, muchas más de las que la gente se imagina, también golpean su bolsillo. El presidente del Valencia CF, Amadeo Salvo, explicó durante una gira que su equipo hizo por Estados Unidos el pasado verano que el 20% de los jugadores que dejan el fútbol acaban arruinados. Uno de cada cinco. Fortunas dilapidadas a golpe de capricho. El acantilado se alcanza por dos caminos: un nivel de vida demasiado elevado cuando los ingresos han bajado o desaparecido e inversiones ruinosas.
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Al crack le resulta impensable que no se pueda comprar un coche deportivo cuando está ganando una fortuna (fuera del Madrid y del Barça, el sueldo medio en Primera es de 300.000 euros). Parece casi una chuchería. Pero el Porsche o el Ferrari de turno nunca vienen solos. Siempre hay más lujos. Gastos no muy desacordes con sus ingresos. El problema es que su pozo es finito. Un día, poco después de los 30 años, el cuerpo y la mente dejarán de soportar el ritmo frenético del deporte. Será el momento de la retirada. Y entonces, si no han invertido con cabeza, la fuente seguirá manando hasta que se agota.
Santi Idígoras, exjugador de la Real Sociedad
«De la noche a la mañana te ves en medio de la selva»
Santiago Idígoras se apresura a recordar que el fútbol de nuestros días poco tiene que ver con el de su época, la de las dos ligas de la Real Sociedad. «Cuando yo jugaba, ni los campeones internacionales tenían la vida asegurada para siempre; ahora cualquiera que juegue unos años en Primera División prácticamente puede vivir de las rentas el resto de sus días». Y pone un ejemplo para remarcar las diferencias. «Al salir del entrenamiento no había ni un periodista y solo de vez en cuando acudía uno. El otro día pasé por la ciudad deportiva de la Real y había decenas».
'El Vikingo' Idígoras, cabello y bigotes rubios, cumplió 60 años el pasado julio y mantiene un aspecto envidiable. El secreto está en su profesión, preparador físico en el Hotel Barceló Costa Vasca de San Sebastián. Allí asesora y dirige el ejercicio de personas con problemas de espalda o con ganas de quitarse unos kilos de encima. «Me mantengo porque me gusta mucho el deporte y estar bien. Y porque tengo los buenos genes de mis padres».
El delantero de aspecto nórdico recuerda el vértigo de la retirada. «Entre los 17 y los 33 estás dedicado al fútbol. Vives en una burbuja y te lo hacen todo. Pero a los 33 te dejan y entonces es un poco jodido, es un asunto que se debería estudiar. Tienes la ventaja de ser una persona conocida, pero el cambio es muy importante. De la noche a la mañana te ves en medio de la selva y los fines de semana sientes un gran vacío. Ahora piensas: 'Qué pena que nos tocara el fútbol tan pronto en vez de en estos momentos'».
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La salida profesional la encontró, asociado con compañeros como Ochotorena o Zamora, en el negocio de los gimnasios. Les pusieron un nombre inspirador: Dana Ona (Todo bueno, en euskera). Y en cierto modo sigue ligado a ese mundillo con los entrenamientos personalizados. Al final supo salir adelante, como casi todos los de aquel equipo glorioso. «Tuvimos la suerte de que ninguno de los compañeros acabó mal», celebra.
Juan José, 'Sandokán', exjugador del Real Madrid
«Me metí a trabajar porque me hacía falta»
No todo son como las historias casi novelescas de George Best, Garrincha o Paul Gascoigne, genios del balón que arruinaron sus vidas por el alcohol y las mujeres. También hay sucesos más costumbristas. Como el de Juan José Jiménez (Cádiz, 1957), aquel lateral derecho de melena y barba frondosas que encendía el Carranza cada vez que galopaba por la banda. El futbolista gaditano conoció la gloria. Del Cádiz saltó a Europa de la mano del Real Madrid en 1983, con el que firmó un contrato de 15 millones de pesetas por tres temporadas, más otros 8 por el porcentaje de su traspaso. Y hasta jugó cuatro partidos con la selección de Miguel Muñoz. Pero después del ascenso llegó la caída: Amancio le descartó, se quedó sin equipo y el entonces presidente del club de su ciudad tuvo que ficharle por la presión popular. Ya nada fue igual y en 1991 colgó las botas. «Me metí a trabajar porque entonces no se ganaba lo que ganan ahora y me hacía falta», recuerda. No le importó la dureza de su faena: había que llevar un sueldo a casa. Así que se puso el mono para trabajar de 'tubero' en los astilleros de Cádiz. «Los deportistas vivimos al día y lo que se tiene se disfruta, que no sabes si otro día lo vas a tener».
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El cuerpo de 'Sandokán', como era conocido por su parecido con el protagonista de una serie de la época, no aguantó mucho tiempo. En 2010 su espalda ya no soportaba ni un día más y tuvo que dejar de subirse a los barcos para montar tuberías. El traumatólogo le diagnosticó una hernia discal y desde entonces tiene la baja permanente. «Me operaron de la columna y llevo una chapa de titanio ahí dentro. Desde hace dos años y medio soy pensionista. Cobro mi paga y llevo una vida tranquila». Juan José disfruta de su familia y de Cádiz, su ciudad del alma, donde vive con 56 años y donde espera morir dentro de muchos más. Cada mañana se da un paseo por la playa que, y esto es infalible, acaba en un chapuzón en el Atlántico.
- Juan José, ¿y el resto del tiempo?
- Lo dedico a los mandados -los encargos que le hace su mujer- y a cuidar de mis cuatro nietos. Y es trabajo, ¿eh? (Se ríe).
Juan José logró encauzar su historia sin grandes alardes. «La vida me trata bien, como a cualquier otra persona», explica. Pero también está a quien la vida le golpea duro. Al que le toca mendigar a los compañeros que sí pusieron a buen recaudo el dinero abundante del fútbol. O al que, como es el caso de Crescencio Cuéllar, el jugador que marcó el gol que impulsó al Mérida a Primera División el 25 de mayo de 1995 y que vistió la camiseta del Athletic, le tocó sufrir el drama de los desahucios cuando su empresa de pintura quebró y se quedó sin blanca.
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O como el caso de Pedro González, un lateral que destacó en el Logroñés de finales de los 80 y que ganó dos Copas del Rey con el Atlético de Luis Aragonés. Ahora, con 45 años, reside en Logroño y trabaja en Frutas Pedro, el negocio que tiene su suegro en el mercado y que le permite vivir holgadamente con su mujer, Sonia, y sus dos hijos adolescentes.
Los de Juan José y Cuéllar son casos conocidos, pero no aislados. El director de la consultora alemana Schips Finanz explicó en el semanario alemán 'Sport Bild' que un 30% de los jugadores de las ligas europeas están arruinados y un 50% lo estará para cuando termine su carrera. Sandra Solé dirige Sabadell Urquijo Sport&Entertainment, la línea del banco destinada a asesorar sobre finanzas a deportistas y artistas, y explica las peculiaridades de estos trabajadores. «Su vida económica se caracteriza por ser más corta y de elevados ingresos en comparación con un profesional de otro ámbito. Tienen que tomar decisiones de inversión a una edad temprana, decisiones de gran importancia porque de ellas depende que al retirarse puedan mantener el nivel de vida actual».
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Solé está familiarizada con los errores más comunes de los futbolistas. «Son personas a las que, por lo general, se les ofrecen diferentes proyectos de inversión: del ámbito de la restauración, del sector inmobiliario nacional e internacional, relacionados con el deporte... Pero, como todo, cada proyecto necesita su plan de negocio y el conocimiento del mismo, y muchos de ellos se han embarcado en iniciativas no rentables». Y recuerda un viejo axioma: «Nadie da duros a cuatro pesetas».
Antón, exjugador del Valencia
«En casa tiene que entrar un dinerito todos los meses»
Antonio Martínez 'Antón', sin ser un estilista, fue una figura del fútbol. Este bilbaíno criado en Barbate (Cádiz) se proclamó campeón de Liga en 1971 con el Valencia de Di Stéfano y vistió la camiseta de la selección española. Cuando el balón se desinfló probó suerte, como tantos y tantos futbolistas, en negocios con los que no tenía vinculación alguna. «Monté un supermercado y una casa de muebles, pero no funcionaron...». No tardó en descubrir que la vida no iba a ser fácil a pesar del dinero ganado en los estadios. A Antón nunca le asustó la aventura y se fue a Guinea Ecuatorial a trabajar en los negocios de Francisco Roig (hermano de Juan, dueño de Mercadona, y Fernando, de Pamesa), el empresario que llegó a ser presidente del Valencia. Allí solo aguantó seis meses.
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Guinea pudo con él, pero no se rindió. Cómo iba a hacerlo un hombre al que Mestalla coreaba aquello de «con los cojones de Antón, el Valencia campeón». Encontró su sitio en Dragados, en las obras del metro de Valencia. La casualidad le llevó a currar bajo los cimientos del estadio. «Trabajaba en mantenimiento y en lo que salía. Había que ajustarse». Hace cuatro años se jubiló. Los compañeros le despidieron con cánticos y una placa. Se emocionó. «Es uno de los mejores recuerdos que guardo». Ahora se emplea con sus nietos, los cinco que le han dado sus cuatro hijos, que pudieron estudiar carreras universitarias gracias al esfuerzo de su padre. «Cuando llegué al Valencia procedente del Betis, le dije al gerente que no pedía dinero, que me pagase lo que considerase justo al ver mi rendimiento. A los cuatro meses me mejoraron el contrato y pasé a ganar como el que más de la plantilla».
Las cifras de aquellos tiempos, de los 60 y los 70, suenan a risa al lado de los casi 100 millones de euros que aflojó el Real Madrid por Gareth Bale. «Me alegro por los de ahora, pero yo estoy satisfecho con lo que gané. En la temporada 69-70 me pagaron dos millones de pesetas (12.000 euros), que en aquel tiempo era mucho dinero. Yo me siento un privilegiado». Antón no se volvió loco con aquel fajo de billetes. Sus padres le habían inculcado desde niño el valor de las cosas y del esfuerzo. Antes del fútbol, de hecho, trabajó como carpintero. «Pero no de los finos, no, carpintero de barcos de pesca en Barbate con 14 años. Fue un gran aprendizaje».
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Cuando llegaron los buenos tiempos, no derrochó. Antón conducía un Seat 132. «Yo siempre he llevado la misma línea. Ese dinero te permitía hacer un viaje o algún extra, pero no lo malgastaba». Aquel lateral derecho con fama de leñero veía que algunos compañeros gastaban con demasiada alegría, los mismos que después las pasarían canutas. «Yo no me meto con nadie, cada uno hace lo que quiere con su vida», sentencia sobre los que no aprendieron el gran secreto: «En casa tiene que entrar un dinerito todos los meses».
Enrique Saura, exjugador del Valencia
«Sólo veo la selección; y si juega tarde, me voy a dormir»
Otro de los problemas del deportista de élite, más antes que ahora, son sus carencias académicas. Enrique Saura las suplió con otro tipo de formación, la capacidad de trabajo. Este castellonense que militó en el Valencia y jugó el Mundial'82 con España ya trabajaba antes de darle patadas al balón. «No me gustaba estudiar, pero a los 15 años le pregunté a un vecino si tenía un empleo para mí. Un día, por la mañana, a mitad de curso, les dije a mis padres que me iba a trabajar y montaron en cólera. Mi padre echó mano de la correa, pero al final se le pasó el cabreo y hasta me compró una bicicleta para poder ir a la fábrica».
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En su pueblo, en Onda, todo gira alrededor del azulejo, así que cuando dejó el fútbol regresó al redil. Esta vez como empresario. Conoce el negocio porque de niño hizo de todo en el taller. «Empujaba las vagonetas llenas de azulejos hasta el horno, durante un tiempo estuve en la línea con las mujeres que pintaban, un mes lo pasé en las oficinas...». Y cuando el fútbol se lo permitió, cuando empezó a ganar dinero, se compró unos campos de naranjos que cultivaba él mismo. «Ahora solo conservo unos pocos para tener mis propias naranjas».
Lo que más llama la atención de Saura es que no añora lo más mínimo los tiempos de ídolo deportivo. Y tampoco se vuelve loco por el fútbol. «Hace 20 años que no piso Mestalla. Vi demasiadas cosas que no me gustaron. Yo ya tengo el día ocupado de sobra. Aunque durante un tiempo en el que estuve más puteado, sí que lo eché de menos. Yo ahora veo a la selección y poco más. Y si juega tarde, me voy a dormir y me quedo tan pancho».
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Julián Gorospe, excorredor del Reynolds
«Es importante tener algo que hacer todos los días»
El salto al vacío no es exclusivo del fútbol. Hay más disciplinas en las que ganar un buen dinero. El ciclismo en España premia a sus estrellas. Bien lo sabe Julián Gorospe, quien después de quemar todas las etapas posibles -ciclista, técnico, director deportivo y hasta comentarista- decidió buscarse la vida por su cuenta. «En 2007 entré a trabajar en Alkimax, una empresa de Berriz (Vizcaya) de maquinaria industrial. Hago mucha vida en la calle, buscando clientes, y me resulta muy entretenido. Lo hice un poco por todo. Por necesidad, pero también por tener una ocupación. Es importante tener algo que hacer todos los días». La rutina del deportista (entrenamiento, concentración, competición) que un día se quiebra y deja una vida llena de rendijas. «En mi época había compañeros que les gustaba compaginar la bicicleta con un negocio. Yo prefiero dedicarme por completo a algo. Primero al ciclismo y luego al trabajo», explica Gorospe, que fue un ciclista destacado.
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