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MARÍA REGO
VITORIA.
Martes, 28 de noviembre 2017, 00:13
El reconocimiento del Valle Salado como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) enlaza pasado y futuro de este rincón único en el mapa. El título avala, por un lado, una singular forma de producción que comenzó hace 7.000 años sobre las eras alavesas pero «garantiza» a la vez su continuidad en el tiempo. Quienes miran más allá del dulce presente que deja el premio recién concedido por la FAO -la organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura- son Alberto Plata y Agustín Azkarate, dos expertos en las salinas que coinciden en una lectura «orgullosa» del logro obtenido por este rincón. «El primero de Europa en conseguirlo, fíjate si es relevante», comenta Azkarate como máximo responsable de las investigaciones arqueológicas desarrolladas en el enclave de Añana.
Ese trabajo avala al Valle Salado como «un gigantesco laboratorio» en materia de arqueología pero, añade el catedrático de la UPV/EHU, también en otros ámbitos como la hidrología o el paisaje. «Es un lugar donde durante miles de años ha habido una producción ininterrumpida de sal, con lo que eso supone para el conocimiento», razona Azkarate. La FAO, de hecho, sólo coloca la etiqueta SIPAM a sistemas agrícolas vivos, en evolución, y las salinas han demostrado su espíritu de supervivencia durante milenios al igual que otros rincones del mundo que ya poseían esta distinción como la región india de Kashmir con el cultivo de azafrán o China con sus fotografiadas terrazas de arroz. De las eras alavesas 'brota' la única piedra comestible que ofrece la tierra con una cosecha en 2016 que dejó 125 toneladas de sal mineral y 20 de flor.
Sin embargo, uno de los retos a los que se enfrentó el Valle Salado en su camino hacia el reconocimiento como SIPAM -36 parajes conformaban este 'club' hasta el pasado jueves, 26 de ellos situados en Asia y el Pacífico- era explicar al organismo de Naciones Unidas que se encontraba ante un ejemplo de agricultura. «No ha sido fácil, hemos invertido muchos esfuerzos en convencer de que somos un sistema agrario», admite Plata quien, además de dirigir el área de Cultura de la fundación salinera, participó en la redacción del expediente para obtener el título mundial. Esas dudas acompañaban a Mauro Agnoletti, evaluador y profesor de la Universidad de Florencia, cuando visitó las salinas hace una semana pero allí, sobre el terreno, comprobó los argumentos y se marchó con la opinión de que había descubierto un lugar «único y extraordinario». Ahora, coinciden los expertos, toca «que nosotros también nos lo creamos».
Tanto Plata como Azkarate, a quienes les une una tesis doctoral entre otros trabajos ligados a las salinas, asumen que «los propios del lugar solemos ser los últimos en reconocerlo». «No somos conscientes de lo que supone el Valle Salado ni en Álava, ni a nivel del País Vasco, ni en España. Debemos difundir entre nosotros mismos su relevancia», apela el catedrático de la UPV/EHU, que llama a mostrar «un orgullo legítimo» por las salinas. «A veces valoramos de forma insuficiente lo que tenemos. Con la catedral Santa María ocurrió lo mismo», recuerda. El responsable de Cultura de la fundación que lidera el proyecto de las salinas -motor del turismo de la comarca, con 77.000 visitantes en 2016- advierte, además, de que «el valle no es sólo el valle, sino que se relaciona con su entorno».
La FAO exige precisamente a los rincones candidatos que haya un vinculo estrecho con el territorio, la cultura de la zona o la biodiversidad, algo que a juicio de Plata se da con creces en Añana. Todas esas características y los títulos logrados -Europa Nostra en 2015 y SIPAM ahora- colocan al Valle Salado, además, «en la línea de salida para conseguir ser Patrimonio de la Humanidad, y lo logrará», vaticina Azkarate.
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