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Tres damasquinados con un mismo origen islámico, pero con un diferente acabadoUna carta del coleccionista australiano, de arte chino y japonés, Guido Smoligan ha permitido a este periódico conocer la existencia del koftgari, una técnica india ... de damasquinado utilizada para decorar armas y armamento, muy similar a la que llevó a cabo Eusebio Zuloaga en Eibar. Smoligan contaba con obras damasquinadas, bajo el método de koftgari, pensando que se trataban de las eibarresas de Plácido Zuloaga. El caso hindú, menos conocido, se trata de un arte de superposición en el que la superficie del hierro se corta con tramas cruzadas y luego se presiona alambre de plata u oro sobre la superficie con una herramienta especial, tal y como lo hacían los antiguos damasquinadores eibarreses. No se trata de una ornamentación metálica incrustada, sino que se coloca sobre la superficie del hierro y se une mecánicamente mediante prensado, bruñido y pulido.
El origen del damasquinado, heredado de los árabes, hay que buscarlo en los antiguos artesanos de Damasco (Siria), tradicional centro de fabricación y exportación de piezas damasquinadas. Sus raíces se pierden en la antigua civilización egipcia, Grecia, Roma, China y Japón. La técnica fue traída a Toledo por los árabes.
En el caso del Koftgari proviene del persa y urdu 'kuft-gari', que significa trabajo a martillo, y el artesano se denomina 'kuftgar' o dorador.
Históricamente, el koftgari fue introducido en la India por artesanos persas bajo la administración mogol en el siglo XVI.
Los gobernantes mogoles fueron grandes mecenas del arte, la joyería y la orfebrería. El Silehkhana mogol, o taller de hierro, fue uno de los más grandes del subcontinente indio, donde se producían espadas y armas ornamentadas para los emperadores mogoles y el ejército imperial. El koftgari floreció bajo el patrocinio mogol y se extendió a los reyes rajput de Rajastán. El koftgari todavía se practica ampliamente en la región de la India, Udaipur, y existen taller especializados de la ciudad.
Las herramientas de los artesanos que elaboraban el koftgari son el mismo estilo de los damasquinadores de Eibar y el proceso se basa en que, primero, el artista recibe del herrero la empuñadura de hierro que se va a ornamentar y la calienta con un soplete, creando una superficie de color negro/azul intenso.
Después, el artista utiliza una cuchilla de doble filo llamada chirni para rayar la superficie El rayado crea una superficie con ranuras y rebabas afiladas que se adhieren al alambre de plata, mucho más blando.
La empuñadura de hierro se calienta de nuevo para ennegrecer la superficie. Después, el artista sostiene un carrete de alambre de plata ultrafino en una mano y una herramienta para empujar el alambre, llamada takla, en la otra.
Se requiere una gran coordinación mano-ojo para delinear la superficie sin necesidad de seguir dibujos ni líneas guía.
En el caso eibarrés, Eusebio Zuloaga comenzó a realizar obras damasquinadas siglos más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, influenciado por su formación en armería y metalurgia. Su interés por el damasquinado surgió a raíz de su trabajo en la Real Fábrica de Armas de Placencia, donde se especializó en la fabricación y decoración de armas de fuego.
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Tras aprender el oficio de armero en la Real Fábrica de Armas de Placencia desarrolló habilidades en la decoración de armas, aplicando técnicas de grabado y ornamentación. En esta dirección, Zuloaga se inspiró en los diseños de armas árabes y en la orfebrería renacentista española. Experimentó con la incrustación de oro y plata sobre hierro, perfeccionando la técnica. Junto con su hijo, Plácido, llevó el damasquinado a nuevas alturas, aplicándolo no solo a armas, sino también a objetos decorativos y muebles. Su taller en Eibar se convirtió en un referente del damasquinado a nivel internacional.
El trabajo de Eusebio y Plácido ha recibido reconocimiento y difusión. Exhibieron sus obras en exposiciones internacionales, obteniendo gran prestigio. Sus piezas han sido admiradas en Europa, consolidando el damasquinado como un arte refinado. Gracias a su trabajo, el damasquinado de Eibar se convirtió en un arte de renombre, influenciando a generaciones de artesanos. No obstante, en Toledo fueron proliferando los talleres y en el siglo XIX la Fábrica de Armas de Santa Bárbara, fundada por el Rey Carlos III, aspecto que le dio un fuerte impulso.
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