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La madre del monitor de surf acusado de abusos a menores afirma que «nunca» vio nada sospechosoTribunales
La madre del monitor de surf acusado de abusos a menores afirma que «nunca» vio nada sospechosoLa declaración de tres personas, al menos dos presuntas víctimas, finiquitó ayer las sesiones a puerta cerrada del juicio al monitor de surf de Hondarribia ... acusado de abusos sexuales a once menores, que comenzó el lunes en la Audiencia Provincial de Gipuzkoa. La audiencia pública comenzó con el testimonio de la madre del procesado, que aseguró que «nunca» sospechó que su hijo hubiera podido realizar los actos que se le imputan. Si lo hubiera sospechado, ella habría intervenido porque «tengo nietos pequeños que vienen a casa todos los fines de semana».
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La mujer respondió a las preguntas formuladas por todas las partes durante 45 minutos y en presencia del encausado, que hasta el momento había seguido el testimonio de las personas protegidas desde una sala contigua, a través de un circuito interno de televisión. El surfista, un hombre de 40 años y un cuerpo atlético de 1,80 metros, escuchó a su madre sin apenas variar su pose: con las manos apoyadas en la mesa con los dedos entrelazados, y mirada baja pero no cabizbajo.
La mujer definió a su hijo como alguien «maravilloso», «muy sensible y cariñoso», además de «buen profesor». Era «muy querido» por los chavales y sus familias, algunas de las cuales le hacían regalos o le invitaban a comer. Él también hacía regalos a sus alumnos: una quilla, una cera para la tabla, o «un póster o un vídeo» del niño surfeando. Admitió que era «habitual» que los menores, «de 12 o 16 años», fueran a su casa, una vivienda de unos 60 metros cuadrados con dos habitaciones, salón, cocina y sala, donde convivía con su hijo. Solían ir «en grupo», aunque «había uno que venía, comía y se iba». Uno solía ir a la salida de clase, antes de que llegara su hijo, y lo hacía pasar al dormitorio «para que viera vídeos de surf».
Según la mujer, su hijo comía con ella y luego iba a la habitación con los chavales, donde veían vídeos de surf en la televisión o el ordenador o escuchaban música, ya que el monitor tenía una mesa de mezclas y pinchaba música en locales de Hondarribia e Irun.
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La madre veía como algo normal que el monitor se fuera a su dormitorio con los alumnos, «porque si fueran a la sala yo tendría que irme a mi cuarto». Cuando entraban cerraban la puerta, que no tiene pestillo y ella solía entrar de vez en cuando: «Tocaba la puerta y entraba», igual a dejar ropa planchada, «una limonada o un bocata». Dijo que los menores solían sentarse en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero, o en una silla, pero ella «nunca» vio a su hijo en actitud sospechosa. El fiscal y una de las dos acusaciones le comentaron que un menor refirió en la instrucción del caso que ella entró en el cuarto una vez que él estaba con el pantalón bajado, y la mujer contestó que «eso es una mentira como una casa».
Respecto a los campamentos que el surfista organizaba con menores en localidades de la costa gala, explicó que ella y algunos de sus hijos y nietos coincidieron esos días de vacaciones. Se alojaban en bungalós cercanos, y tampoco observó a su hijo en una situación comprometida. Tras la intervención de la mujer, la magistrada presidenta de la Sección Tercera ordenó un receso de 15 minutos para que madre e hijo pudieran tener un rato tranquilos en la sala.
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También testificaron dos monitores y un hombre aficionado al surf, quien contó lo que vio una tarde de septiembre de 2019 que visitó el museo Oiasso de Irun. Según relató, desde una cristalera de este centro observó en la calle «una furgoneta blanca con el portón trasero levantado». Delante, varios chavales estaban entretenidos «con sus móviles», y en la parte trasera vio al encausado sentado hablando con un niño «de unos 12 años», que estaba de pie. Durante «varios minutos», aseguró, el monitor tuvo sus manos «metidas por dentro del pantalón en los glúteos del chaval». Se lo contó a su mujer, pero en el momento no reaccionó: «Ahora igual habría actuado de otra manera», dijo.
Por su lado, el propietario de una academia en la que el acusado dio clases antes de establecerse por su cuenta, apuntó que el monitor «necesitaba sentirse idolatrado» por los alumnos, pero no vio «nada extraño». Y un surfista al que el acusado acudía con alumnos a reparar tablas y que estuvo dos días en el último campamento previo a la detención, contó que una vez llegó a su taller un chico con el que tenía «buen rollo», pero ese día lo halló «incómodo», «callado y apagado» junto al monitor.
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El juicio seguirá el lunes con más testigos, varios a puerta cerrada a petición de alguna parte.
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