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Jorge Barbó
Jueves, 3 de septiembre 2015, 10:52
"Tenemos un líder. Lo tenemos delante. Berlusconi es el hombre de los milagros". Es 1992 y no hay casi nadie capaz de prever que el presidente del Milan, patrón de la tele de las chicas de buen ver y, a la sazón, uno de ... los hombres más poderosos de Italia, acabaría sentado en el Palacio Chigi. Pero Leonardo Notte, tiburón de Publitalia metido a salvador del sórdido establishment italiano, ya tiene la certeza de que aquel tipo experto en soltar discursos huecos, de piel cetrina, sonrisa impoluta y camisa almidonada sería el candidato perfecto para dar un golpetazo en la mesa y hacer saltar por los aires las fichas de una partida de ajedrez que ya venía durando demasiado. El tipo que lo cambiaría todo. Para que nada cambiase.
Nervioso, al borde la taquicardia, el diputado socialista Mario Chiesa trata de deshacerse de un buen fajo de billetes por un váter poco dispuesto a colaborar. Sus cañerías habían tragado ya demasiada mierda. La escena tiene lugar en Milán el 17 de febrero de 1992, una fecha que supone el inicio oficioso de Tangentópolis, el mayúsculo escándalo que sacudió a la sociedad del país transalpino y que haría temblar los cimientos de un sistema putrefacto en el que la mordida -tangente, en italiano- estaba tan institucionalizada que ya nadie ni se planteaba otro modo de hacer las cosas. Hasta que un pequeño empresario lombardo decide tirar de la manta. La justicia empieza a funcionar de forma bastante inaudita y, de un soplido tras otro, políticos y empresarios empiezan a caer, como en un frágil castillo de naipes levantado por una forma de hacer política que por estos lares al personal no le es, salvando las distancias, algo tan ajeno.
Hasta ese momento, crucial para entender la Italia que después vendría, lleva al espectador la serie política '1992', producida por la Sky y que en España emite Canal+Series a través de la plataforma Movistar+. Creada por el actor Stefano Accorsi, que interpreta a ese Leonardo Notte tan visionario como falto de escrúpulos, retrata los entresijos del poder de una forma bastante menos sofisticada que 'House of Cards', mucho más mediterránea que 'Borgen' y sin la vena flemática de la imprescindible 'Coalition', una de las últimas joyas de la BBC. En 'Mille novecento novantadue' se reproducen los intentos de un país empeñado por cortar por lo sano con la corrupción, por las ansias de echar a los que habían urdido un sistema enfermo. Y del miedo atroz del poder empresarial, que utiliza la televisión para aupar a un nuevo prohombre. Uno de los suyos.
En esa Italia de los Craxi y los Mainaghi los jueces y fiscales como Antonio Di Pietro (Antonio Gerardi) implicados en el movimiento 'Mani Pulite' -Manos Limpias- son elevados a la categoría de estrellas del rock. Protagonizan portadas y son acosados por la mafia, que hace saltar por los aires los coches blindados de quienes tratan de cortar por lo sano con la corrupción. Todo en un clima de hartazgo ciudadano que pone la alfombra roja hacia el parlamento italiano a movimientos populistas como una resurgida Liga Norte, con tipos como el mazado Pietro Bosco (Guido Caprino), un jugador de rugby, veterano de la primera guerra de Irak, incapaz de entender más lenguaje que el de sus puños, pero que se encuentra en su salsa en el escaño. "¿Y nos tenemos que estudiar todo esto?", pregunta, desconcertado, mientras pasa las páginas del pequeño reglamento parlamentario. "Tranquilo chico, la política no se aprende en los libros, se aprende haciendo", le responde un compañero de bancada, fajado en el griterío. No tarda en captar el mensaje y se pone a chillar "Chorizos, ladrones" contra los miembros de la 'casta' política italiana. Cualquier parecido con el panorama político cañí actual es pura coincidencia.
Mientras un inquietante cordón de realidad y ficción va hilvanando las historias de la media docena de personajes que llevan a las costillas el peso de la trama, la ficción aborda de forma descarnada un tiempo y un país donde los tratos se cierran alrededor de una buena putanesca o un buen plato de penne a la amatriciana. Y si la política se juega en un mantel, en garitos con nombres tan poco sutiles como el 'Due Ladroni', los castings de la omnipotente televisión se hacen entre sábanas empapadas de vicio. Aquí y ahora el triunfo catódico pasa por los deluxes, por los tronos y viceversa. Pero allí y entonces no había nada que hacer sin dejarse caer por la entrepierna de un empresario con contactos. Lo intentó Verónica Costello (Miriam Leone), la guapa puta pobre que pasó de cama en cama a espectacular velina rica, con muchas -ejem- tragaderas, incapaz de decir que no a nada para conseguir un puesto en el programa casposo del domingo por la tarde. Ella, la de la ficción, es uno de esos muchos rostros reales que, con sus pechos postizos por delante, llegaron a copar la pequeña pantalla italiana durante buena parte de los 90. Y, más tarde, previo paso por Villa Certosa, acabarían llevando una cartera ministerial al hombro, cual lagarterana con Vuitton por Roma.
Notte tenía razón. Berlusconi fue sólo dos años después el hombre de los milagros, sí. El del caso Ruby. El de Finnivest. El de la mafia calavresa. El de Mediaset. El de Mills. El de Mondadori. Por obra y gracia de la televisión.
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