![Remco Evenepoel llega en solitario señalando con los dedos su segunda victoria en la Clásica de San Sebastián, ante una multitud que se volcó con el ciclista flamenco.](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202207/31/media/evenepoel-1440x900.gif)
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No volverá el viejo ciclismo, hay una generación de jóvenes corredores que no va a permitir una vuelta atrás. Destrozaron el Tour y seis días más tarde llegó Remco Evenepoel (Quick-Step), que no corrió en Francia, para confirmar en Donostia la nueva realidad. No hay esperanza para los nostálgicos. Nada volverá a ser como antes, será mucho mejor.
El belga convirtió a la Clásica de San Sebastián en el sexto monumento de la temporada con una exhibición antológica, puro espectáculo, puro rock&roll. Una cabalgada en solitario muy similar a la que le dio el triunfo en la Lieja-Bastogne-Lieja en primavera, gracias a un ataque en Erlaitz al que nadie pudo responder. Lo intentó Simon Yates (BikeExchange), pero el espejismo duró kilómetro y medio. Evenepoel se fue solo y todos los demás perdieron la esperanza en ese mismo instante. Nadie contiene a una fuerza de la naturaleza cuando decide expresarse en toda su magnitud.
Al espectáculo no asistió Tadej Pogacar (UAE), el gran genio de esta generación, descolgado en Jaizkibel por la melancolía de un Tour perdido y condenado por su propia naturaleza de campeón. Ordenó a su equipo llevar la carrera a tope todo el día, una decisión tan lógica del gran Pogacar como alejada de su realidad de este sábado. Fue un lujo para la Clásica tenerle en carrera aunque no estuviera en disposición de competir a la hora de la verdad.
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Desde Erlaitz hasta la meta se pudo disfrutar de una demostración inolvidable, de primer nivel. En un terreno que funde a cualquiera, que todos los ciclistas temen porque no da respiro y los tubulares parecen pegarse al asfalto, Evenepoel voló. Es la característica que comparten todos los grandes, tener un punto más cuando la agonía alcanza a los demás. Esta clase de terreno, de falsos llanos, repechos, sube y baja constante sin respiro, es el reino de Evenepoel.
En la parte final de Erlaitz, el camino desde Oiartzun a Donostia por los toboganes de Errenteria, Pasaia y Miracruz y la aproximación a Murgil ofreció un recital. Es un mago para mantener la velocidad alta en terrenos accidentados, donde su descomunal potencia se despliega como un huracán.
Arranca Evenepoel. En lo más duro de Erlaitz acelera y se lleva consigo a Simon Yates, pero el inglés apenas le aguanta kilómetro y medio antes de ceder.
Exhibición en su terreno. En el falso llano de Erlaitz hasta Donostia da un recital, uno de esos sube y bajas que a todo el mundo se le atragantan y donde él vuela. Lo mismo que hizo para ganar en Lieja. Abre un minuto de hueco con una facilidad apabullante.
Más de dos minutos en Murgil. En la aproximación y subida al muro de Igeldo, multiplica por dos la ventaja con sus perseguidores, en un ejercicio de superioridad espectacular.
Triunfo compartido con la afición. El belga llega saludando al público, que enloquece con la llegada de Evenepoel. Pide aplausos, celebra y señala que aquí, en Donostia, el que manda es él. Pavel Sivakov llega segundo a más de dos minutos.
El nuevo ciclismo, que este sábado volvió a dar otro golpe de gracia al anterior, en realidad es el de toda la vida. El de aquellas demostraciones que los abuelos y las viejas crónicas elevaron a las alturas. Aquellas cabalgadas míticas de hambre, desesperación y gloria. Resulta que el ciclismo tecnológico de hoy ha encajado con el de los tiempos gloriosos, porque son diferentes en todo salvo en lo más importante: la esencia. Y para encontrar ese hilo conductor –que todos los aficionados intuían pero no habían visto nunca– ha tenido que llegar una generación dorada que ha elevado al ciclismo a sus mejores cotas.
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P. Martínez / J.M. López / Unanue
Por supuesto, el público reconoce ese ciclismo auténtico y enloquece a verlo ante sus ojos, personificado en Remco Evenepoel, el que el viernes fue el que más autógrafos firmó, el que más fotos se hizo en la presentación y este sábado fue aclamado por la afición vasca como uno de los suyos. Y el belga, al entrar en las calles de Donostia empezó a interactuar con la gente. Pidió ánimos, saludó, celebró, soltó las manos del manillar y dijo 'una Clásica, dos, aquí estoy yo. Esta es mi casa'. En Donostia reina Remco Evenepoel.
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