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«A veces, como cartero, pedía sellos raros a los destinatarios»En una época donde la inmediatez y la digitalización han transformado la manera en que nos comunicamos, hay pasatiempos que parecen quedar relegados a generaciones ... pasadas. La correspondencia en papel, los sellos postales y las colecciones de filatelia han pasado de ser elementos cotidianos a convertirse en objetos casi nostálgicos. Hoy, los jóvenes apenas tienen contacto con el correo tradicional y, mucho menos, con la costumbre de coleccionar sellos. Sin embargo, para algunos, como Juan Miguel Alberdi, la filatelia sigue siendo una pasión que resiste el paso del tiempo.
Antiguo cartero de Azkoitia, dejó su labor en Correos hace siete años, pero su amor por los sellos sigue intacto. Desde que era niño, ha ido recopilando ejemplares de todo el mundo, acumulando una colección de más de 17.000 piezas. En esta entrevista, nos cuenta cómo nació su afición, sus sellos más preciados y su visión sobre el futuro de este pasatiempo.
–¿Cómo empezó su afición por la filatelia?
– Cuando tenía 10 años. Estuve varios años en el colegio de los maristas en Arceniega, en Araba, y allí conocí a un compañero que solía recibir sellos del extranjero, sobre todo de Alemania, enviados por su abuelo. Yo tenía algunos sellos nacionales que a él le parecían bonitos, así que comenzamos a intercambiarlos. Así nació mi afición.
–¿Conserva aquellos primeros sellos?
– Sí, todavía guardo varios del Imperio austro-húngaro. En aquel tiempo, los organizaba simplemente por países, sin clasificarlos más allá de eso. Con los años, he ido perfeccionando la colección. Muchas personas se quedan sorprendidas al ver las carpetas que he completado con el tiempo.
– ¿ A cuántos sellos asciende su colección hoy en día?
– Aproximadamente unos 17.000. Hay algunos que me han dado pensando que serían valiosos, pero que en realidad me han supuesto más trabajo en quitarles el papel que otra cosa. Esos los tengo aparte.
–¿Tiene una red de conocidos que le consiguen sellos?
–Sí, cuando alguien cercano se va de viaje, siempre le pido que me envíe una postal desde el lugar donde está. Además, cuando viajo yo mismo, también me auto envío postales para conseguir los sellos con el matasellos.
–¿Recuerda el último viaje en el que envió una postal?
– Sí, porque ha sido recientemente. Viajé con mi hija a Manchester para ver un partido de la Real Sociedad. Allí no paré hasta encontrar un buzón para enviar una postal. No tenía ningún sello de Carlos III como rey, solo de cuando se casó con Diana, así que no perdí la oportunidad de conseguir uno.
–¿Qué le atrae de un sello?
– No se trata tanto de atracción, sino de conseguir todos los que pueda. Eso sí, los matasellos les añaden un valor especial. Recientemente envié cinco postales desde Canarias y llegaron sin matasellos. Cada vez se presta menos atención a estos detalles.
– ¿Cuál es su sello más antiguo?
– El más antiguo que tengo es de 1884, pero eso no significa que sea el más valioso. Para mí, los más importantes son unos bloques de hojas de 1975 que me costó mucho conseguir. También tengo sellos desde 1957, el año en que nací, hasta la actualidad.
– ¿Qué le da valor a un sello?
– Los errores de impresión y la rareza los hacen más apreciados. Por ejemplo, hubo una serie navideña donde se olvidaron de poner 'Zorionak' en euskera. Me hice con uno antes de que los retiraran, pero luego sacaron más y perdió valor. Como en muchas cosas, el valor depende de lo que el comprador esté dispuesto a pagar.
–¿Cuál ha sido el sello que más le ha costado conseguir?
– Seguramente los de 1975. En su momento costaban 5.000 pesetas y no me los podía permitir, así que se los pedí a mi madre como regalo.
–¿Cuáles son los sellos más bonitos que tiene?
– Los de Japón. Son preciosos y tienen formas especiales: corazones, ositos... Siempre muy coloridos.
–¿Cómo clasifica sus sellos?
– Cuando empecé, los pegaba con pegamento. Luego mejoré el sistema con clasificadores y cuadernos. Pero aún así, reservo las hojas escritas a mano de cuando comencé la colección.
–¿Esta afición le ha impulsado a viajar más?
– No necesariamente, pero cuando viajo siempre busco sellos.
–¿Cuáles son sus series favoritas?
– Los de personajes históricos, especialmente escritores. También tengo la colección de trajes militares que lanzaron durante diez años, así como castillos y reyes, etc,
–¿Se puede aprender historia con su colección?
– Sí, siempre que cojas tiempo para mirar los sellos e informarte de sus respectivas explicaciones. Tengo un álbum entero dedicado a sellos de Juan Carlos I, por ejemplo, y puedo completar 22 colecciones de España, 6 de Europa, 4 de América y 11 sobres de primer día, donde cada sello cuenta con su respectivo sobre y su matasellos.
–¿Ha pensado en exponer su colección?
– Sería mucho trabajo, aunque en alguna ocasión he participado en eventos como el día especial de Correos donde sellaban postales.
–¿Cree que la filatelia está en declive?
– Sí, los jóvenes no se interesan. Mis hijos, por ejemplo, no entienden cómo puedo gastar dinero en esto. Además, ahora se envían muchas menos cartas y se pierde el encanto.
– Recopilando sellos a lo largo de tantos años y contará también con alguna anécdota...
– Sí, cuando era cartero, a veces veía sobres con sellos raros y pedía a los destinatarios que me los dieran. Alguna vez, después de entregarme el sobre, alguien se arrepintió y me lo pidió de vuelta. En otra ocasión, una mujer azkoitiarra me trajo sellos de todo un año, de Serbia. Me quedé asombrado porque eran muchos y me dijo «Eso no es nada» a lo que el marido, al lado, me contestó: ¿Qué nos es nada? Claro, a saber el dinero que se había gastado en todos aquellos ejemplares. Aquella mujer me trajo también sellos de Moscú y otros lugares.
–¿Tiene algún sello soñado que le gustaría conseguir?
– Los primeros sellos, de Isabel II en España, por ejemplo, pero son inalcanzables.
–¿Qué le diría a alguien que quiera empezar en la filatelia?
– Estaría encantado de ayudarle. Siempre tengo sellos repetidos y no me importaría compartirlos con quien quiera iniciarse.
Una vida dedicada a los sellos, a la historia que guardan y a la emoción de recibir una postal. Juan Miguel Alberdi nos recuerda que, a veces, las pequeñas cosas tienen el valor más grande.
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