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‘Vista de San Sebastián’, pintada por Petit de Meurville hacia 1870, en la que se aprecia el antiguo puerto de Santa Catalina en el río Urumea.
Cuando las gabarras surcaban el Urumea

Cuando las gabarras surcaban el Urumea

El Museo Naval ha ampliado su capítulo de publicaciones digitales con un estudio del hernaniarra Iñaki Garcíade Vicuña sobre el transporte fluvial en el Urumea

felix ibargutxi

Sábado, 2 de agosto 2014, 16:33

Esta Vista de San Sebastián, pintada por Petit de Meurville hacia 1870 y que pertenece a la Diputación de Gipuzkoa nos muestra un río Urumea navegable, con un par de embarcaciones y un arenal, con dos brazos en ángulo recto, que serían lo que se conocía como el puerto de Santa Catalina.

La ciudad ha arrinconado y encajonado el río Urumea, pero hubo una época en la que el cauce fluvial era una importante vía de transporte y comunicación. Y todavía hace cincuenta años se podían ver embarcaciones, las de las gabarras que se dedicaban a extraer arena del fondo.

El transporte fluvial en el Urumea

El hernaniarra IñakiGarcía de Vicuña ha elaborado un extenso trabajo divulgativo, titulado El transporte fluvial en el Urumea. Actividad y gestión de sus puertos. Siglos XVI al XIX, que Untzi Museoa-Museo Naval lo ha integrado en su página web, en el apartado de publicaciones digitales. Junto con el trabajo de García de Vicuña, se pueden leer otros dos, el estudio Iconografía del siglo XIX sobre los sitios de San Sebastián de 1813, a cargo de JoséMaría Unsain; y una investigación del finlandés Tapio Koivukari, titulada La matanza de los españoles. Desarrollo de los hechos y reflexiones. (Balleneros vascos en Islandia en el siglo XVII).

«Fue el padre quien me fue inyectando el interés por el río. Era remero de Ur Kirolak y me contaba muchas cosas. Ya en 2011 publiqué otro trabajo sobre los puertos fluviales de Hernani. Y es precisamente en mi pueblo, en Hernani, donde existe el único vestigio importante de lo que fue el Urumea: la casa-lonja del barrio de Portu», comenta García de Vicuña.

Volviendo a la estampa pintada por Petit de Meurville. Todo ese arenal a la izquierda y a la derecha de la plaza de toros era el puerto de Santa Catalina. Un poco más a la derecha de la imagen, se perfilan unas casitas blancas que se podrían identificar como el antiguo barrio del mismo nombre, y, a continuación, el puente, que conserva la antigua denominación.

El ayer y el hoy

Hoy es de piedra, entonces era de madera, pero aún así bien robusto. En la arboleda que discurre entre el puente y la bahía, hoy está la Avenida de la Libertad. Esa plaza de toros de la imagen estaba en lo que hoy es el Mercado de San Martín. «Cuesta trabajo creer, pero en la zona de lo que hoy son las calles San Martín y Arrasate hasta la calle Urbieta habría durante varios siglos grandes montones de mineral de hierro, traído desde Somorrostro en barco.

Desde allí, en el puerto de Santa Catalina el mineral se pasaría a las barcazas o gabarras planas, llamadas alas, y viajaría río arriba hasta las ferrerías de Hernani.Y en otros casos, el mineral deSomorrostro llegaba hasta el puerto hernaniarra deOsinaga, y de allí se trasladaba en carros hasta las abundantes ferrerías del Leitzaran. En todos los casos, el transporte por río resultaba más barato que el terrestre.

En los aleros hay apellidos que se repiten a lo largode generaciones, comolos Ayarragarai y los Miner

Pero en San Sebastián no ha quedado ni rastro de toda aquella actividad. Tampoco resulta una gran sorpresa, pues esos puertos fluviales apenas tenían infraestructura. «A partir de 1870, se construye en San Sebastián el muro del río y la ciudad deja de ser comercial para, poco a poco, volcarse en su faceta turística. Desde la desembocadura hasta la altura de la estación de la Renfe no hay acceso a pie al Urumea, y la primera rampa es donde antes estaba la empresa Koipe y ahora la nueva sede de la Policía Nacional. La ciudad dió la espalda al río, lo dejó ahí abajo, como lejos», añade García de Vicuña.

«Pasaba horas fascinado mirandoa las gabarras»

  • García de Vicuña ha rematado su trabajo con unas referencias a las tres fotos de 1962 que regaló Andoni Arrieta Yarza al Untzi Museoa, en las que se ve el trabajo de los últimos gabarreros o aleros del Urumea, que se dedicaban a la extracción de arena.

  • Ha reproducido también la carta de 1999 con la que Andoni Arrieta entregó esas fotos, que comienza así

  • «Yo pasaba las horas fascinado por los movimientos de los gabarreros que se dedicaban durante todo el año a sacar arena del río, para venderla a los caseros como cama para las vacas o para la construcción.

  • Venían desde Loyola aprovechando que la bajamar les facilitaba el transporte de las gabarras y fondeaban aproximadamente desde el par de la Tabacalera hasta cerca del Kursaal. Yo, admiraba la resistencia de aquellos hombres, que trabajaban todo el año (sin vacaciones) metidos en el agua casi hasta el pecho y palada tras palada, iban cargando la gabarra con dos montones de arena, uno a proa y otro a popa. A veces tenían que subir a la gabarra para achicar el agua que desprendía la arena y cargar más la embarcación. Al terminar la carga, juntaban dos gabarras popa a popa, que eran lisas, los dos gabarreros empujaban con sus pértigas las dos gabarras unidas, aprovechando que la marea estaba subiendo facilitando así remontar el río».

Realmente, el único vestigio de entidad de toda esa actividad comercial fluvial es la lonja del puerto de Herrnani, que hoy sigue en pie, pero con su interior completamente modificado para albergar varias viviendas. En la parte alta del frente que mira al Urumea mantiene un cartel en el que se lee Lonja. Actualmente queda muy separada del río, y ello es debido a que a principios del siglo XVIII, con motivo de una fuerte riada, el Urumea desvió su cauce principal alejándose de la edificación.

Lope Martínez de Isasti, en su Compendio Historial de la M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, de 1625, ofrece esta descripción de la actividad portuaria deHernani:«Hay en la jurisdicción de esta villa a cuarto de legua una casa llamada Portua, que está cerca del río Urumea, a donde viene a parar todo el maderamen que va a la villa de San Sebastián y sus astilleros para fábricas de naos, fierro, remos de galeras, botas abatidas, sillares de piedra de mármol y otras muchas cosas, que van por el río abajo en tres alas, que tiene el arrendador de aquella casa, y paga cierta renta a la villa de dos a dos años».

Abundantes pleitos

Los puertos disponían de un peso. Allí se pesaban las mercancías, y el concejo correspondiente se cobraba su impuesto. «He conseguido bastante información sobre el puerto de Santa Catalina gracias a un pleito de 1718, a raíz de una merma en el peso de una partida de mineral de hierro; una parte hablaba de hurto, la otra de error en el cálculo», dice Iñaki García de Vicuña.

Concretamente, Antonio de Leiarizti, vecino de Zizurkil, aparece como demandante. La querella criminal es contra el vecino de la villa de Urnieta Martín de Yparraguirre y contra Bentura de Urcola, arrendador del peso del mineral y vecino de San Sebastián.

Una de las cosas que más le han sorprendido a Iñaki García de Vicuña al elaborar su estudio es que «todo estaba relacionado. Tiendes a pensar en la cuenca del Urumea como algo aislado, pero el río estaba relacionado con la cuenca delOria y con Navarra.

Por ejemplo, hay abundante documentación sobre cargamentos de madera de Leitzalarrea, en Leitza, que bajan por el valle de Leitzaran, suben hacia los montes Adarra y Onddi y bajan hasta el puerto de Osinaga, en Hernani. Luego, desde allí, la madera podía bajar hacia el mar, o bien tomar tierra en Sarroeta, junto a lo que ahora es el Polígono 27 de Martutene, y desde allí ser transportada en carros hasta los astilleros de la Herrera «Los carros pasaban cerca de caseríos que han perdurado casi hasta hoy, como Isabeletxe», prosigue el historiador.

Contratos del Ayuntamiento

Los contratos del Ayuntamiento de Hernani con el arrendador del puerto de esa localidad han sido también una buena fuente de información. «Una de las condiciones para arrendar el servicio era que el portulari o portulero debía bajar hacia el mar a por arena, para luego llenar la plaza de toros. Otra de las premisas era que esa persona debía cuidar de que los ojos del puente de Karabel no se obstruyeran por las ramas y maderas que iba arrastrando el río».

En los archivos aparecen muchos pleitos entre el señor de Murgia, por un lado, y los concejos y los dueños de las embarcaciones por otro. El señor de la casa de Murgia, en Astigarraga, era siempre una persona interesada en conservar o aumentar los privilegios que venían de la época medieval.

Aguas poco profundas

En la mayor parte de los casos las embarcaciones eran alas, de casco liso, sin quilla, de manera que podían navegar en aguas muy poco profundas. Pero las cosas se complicaban cuando el río bajaba con poca agua. Entonces las embarcaciones eran remolcadas por animales de carga desde la orilla. Se trataría de un trabajo brutal.

Entre los aleros hay apellidos que se repiten de generación en generación, como los Ayarragarai, los Zuaznabar y los Miner.

Con el siglo XIX comenzó el declive del tráfico fluvial. Ese tráfico fue desapareciendo al mismo ritmo que crecía el uso de las nuevas carreteras. «A mediados del siglo XIX tenemos constancia documental de este declive. En un contrato fechado en 1855 para llevar piedra desde la cantera de Loiola hasta a el puerto de Santa Catalina, todo el transporte se detalla en carros, a pesar de tener origen y destino a orillas del Urumea».

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