TERESA FLAÑO
Sábado, 7 de mayo 2016, 09:06
Iñigo Arístegui ha llevado 'Saint Surf Sebastian' a la Plaza, el amplio hall que Kutxa Kultur dispone en Tabakalera. Durante el pasado mes estuvo trabajando en directo en una de sus figuras de hierro y cuerda y pintadas en blanco, que está a punto de concluir. «Hace más de tres décadas hacía surf y siempre me ha llamado la atención la conexión que tiene este deporte con la naturaleza. Un día ante una imagen del santo me vino a la mente la figura de un surfista, San Sebastián estaba haciendo surf, en un gesto como de desequilibrio», recuerda el artista donostiarra.
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Muchas de sus obras tienen un punto de encuentro con su ciudad: un padre y un niño como si estuvieran pescando en el Muelle, pelotaris, perfiles de la bahía en donde incluso, hace muchos años, vio una cara de payaso que plasmó en varios de sus trabajos. «Creo que San Sebastián es muy sensible, más allá del ñoñostiarrismo que nos atribuyen». Por eso algunos de sus cuadros están acompañados de las palabras 'Saint Sibilitate' «parece que pone San Sebastián». A Arístegui le gusta jugar con los sonidos. Por ejemplo, en la entrada de su estudio de la calle Mari reivindica la parte más manual de su trabajo reconvirtiendo 'artesano' en 'arte sano', toda una declaración de intenciones.
Hombre bueno
Este 'Saint Surf Sebastian' está dentro de la línea que denomina 'Gizonak' «con la etimología de la palabra giz, que quiere decir homo y ona, bueno, evocando al espíritu de tener la conciencia tranquila». Estas figuras de apariencia sencilla tienen detrás mucho estudio. «Me gusta bastante la filosofía, especialmente los griegos como los sofistas o Socrates. Sus teorías se plasmaron en esas esculturas tan potentes, fuertes, casi perfectas, que después se repitieron en el Renacimiento, una época caracterizada también por el humanismo. Puede parecer que no encaja con el surf, pero yo creo que sí. Sobre la tabla te ves tú solo frente a las olas. Coges una de ellas, estás fenomenal en la cresta, pero se acaba y tienes que volver a enfrentarte a otra. Es un círculo constante».
Estos 'Gizonak' surgieron con el inicio de la crisis económica. «Las primeras eran de hombres andando. Son trasparentes, para que les pase el aire, pero también porque están vacíos. Es una especie de crítica a aquellos que se creen perfectos. El hierro y la cuerda con baño de esmalte blanco hacen un entramado no uniforme que choca con la perfección de las proporciones áureas utilizadas en el Renacimiento. Las flechas evolucionan en haces de luz que atraviesan el alma».
La experiencia de trabajar en público está resultando muy gratificante. «Como en el estudio tengo la puerta abierta siempre, la gente que pasa si suele pararse a mirar, pero parece que les da apuro entrar. En la Plaza se han acercado mucho más. Los niños han sido los más atrevidos. Incluso me han ayudado. Uno, Sergio, me ha dejado impresionado con su visión artística y espacial, preguntaba todo el rato. Ese niño ya es artista, otra cosa es que luego desarrolle ese aspecto».
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Paragüero jubilado
Arístegui está disfrutando especialmente con esta forma de trabajar porque «necesito que me pregunten, que me hagan cuestionarme cosas que igual yo no he visto. Hay gente mayor que va todos los días. Se sientan en los sillones y no me quitan la vista de encima. Por ejemplo hay un paragüero jubilado con el que hablo mucho de los hierros. Incluso me han señalado cosas que creían que estaban mal».
El artista donostiarra también realiza bastantes esculturas en dos dimensiones, generalmente para instalarlas en paredes y ahora está experimentando con llevarlas al techo. «Me gusta esa idea de alguien tumbado en la cama que mire hacia arriba y vea una obra. Tiene algo de muy íntimo, casi como si estuviera hecha solo para él. También me parece atrayente el hecho de entrar en una habitación y que te cueste darte cuenta de que hay una pieza artística».
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