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Esther Ferrer sería un espléndido Tambor de Oro para un año normal, aunque ella misma parezca la primera empeñada en desmentir sus merecimientos. Es una artista con repercusión internacional y sello donostiarra, por mucho que ella recuerde que ese 'mérito' no es suyo, sino de ... sus padres, que la 'nacieron' aquí.
Pero quizás este año raro y maldito tocaba otro Tambor, más vinculado a quienes luchan contra la pandemia que sufrimos. El 2022 pedía un Tambor solidario y colectivo, un reconocimiento a los sanitarios, o a quienes ayudan a los que sufren el bicho y sus consecuencias. El premio debía haberse 'cocinado' con calma, aunque luego supimos que quiso resolverse con una llamada del alcalde al jefe de la UCI dándole media hora para que aceptara. Y no aceptó, porque él, como casi todos, pensaba que este año el premio debía ser para muchos.
El Tambor de Oro ha ido perdiendo fuelle a merced de los bandazos de los distintos gobiernos municipales. Se quiso «democratizar» basándolo en una votación popular, pero no funcionó porque casi nadie votó. Esta ciudad y este territorio son diversos: nos ponemos de acuerdo en poco, al margen de la Real. El deber de los gobernantes sería lograr consensos en cuestiones llamadas a ser amables, como el Tambor.
Todo ha sido un «malentendido», por decirlo de manera cortés. El corolario será ver mañana al alcalde Goia entregar el galardón en París a Esther Ferrer como si fuera una artista en el exilio. Será histórico, pero no en el mejor sentido de la palabra.
Ya. Hoy preferirías estar ensayando con tu tamborrada y renovando esa catarsis donostiarra de dar a los palillos. Pero estás en cuarentena, o acabas de salir de ella, o estás a punto de iniciarla. Dicen los expertos que el mundo se divide entre quienes ya se han contagiado y quienes están a punto de hacerlo.
Yo ya he pasado el trago. Hasta los más positivos nos convertimos a veces en «positivos». Ha sido leve: uno de esos 'catarros Covid', incómodo pero llevadero. Ya he superado la cuarentena y he vuelto a ser 'negativo', que es mi forma de ser positivo en el mundo. Y aquí estamos otra vez. La semana en el dique seco me sirvió para leer, ver películas y parar la vida un rato.
He leído, por ejemplo, los diarios de Rafael Chirbes, el 'libro del año' según Babelia, que me trajeron los Reyes Magos y deja un poso triste y amargo, no recomendable si estás aislado con el bicho. Y he visto, entre otras cosas, 'La mano de Dios', la película en la que el gran Paolo Sorrentino rememora su adolescencia napolitana y la aparición de Maradona como un redentor de sus vidas. Sorrentino es bueno cuando se pone estupendo y épico ('La gran belleza') y es igual de bueno cuando se sincera en plan lírico en el relato de sí mismo.
En Donostia la mano de Dios no es la del 'pelusa' argentino, sino la de Raimundo Sarriegui. Pero este año no toca. No habrá tamborradas, salvo ese sucedáneo infantil que no acabo de entender del todo, ni Tambor de Oro presencial. El Ayuntamiento ha tardado en suspender la fiesta, quizás con la esperanza de que la cuestión pudiera arreglarse por una súbita mejora sanitaria o tal vez por falta de valentía a la hora de afrontar lo que ya se dibujaba como una fiesta inviable.
La no-fiesta es otra gota que colma el vaso: no solo estamos hartos de ese bicho que parece que nunca acabará; vivimos inquietos porque nadie sabe qué será lo próximo. Alguien se atreve a pronosticar que tocaremos el tambor en 2023?
A mí me gustaría pasar estos días ensayando en Gaztelubide a las órdenes del gran Mendi. Y escuchar cada tarde ecos de los ensayos en ikastolas y colegios. Y hacer planes de cenas y comidas el 19 y 20 de enero. Pero son redobles que no daremos. Y son problemas menores al lado de cuestiones como la salud: basta asomarse al precipicio del Covid para relativizarlo.
Queremos ser 'negativos', sí, que es la nueva forma de ser positivo. Vivimos tiempos en que la Tamborrada no es de barriles y tambores, sino de cuarentenas. Ahora empiezan a mejorar los datos gracias, entre otras cosas, a que Osakidetza ha dejado de contarlos: ya el único termómetro objetivo es la ocupación de hospitales y UCIs. Ojalá acierten quienes aseguran que la ola remite. Nos salvaremos del Covid pero sucumbiremos al virus de la tristeza. Yo quiero tocar el tambor, pero en la calle, con mis semejantes y bajo la mano de Sarriegui.
mezquiaga@diariovasco.com
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