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José Ibarrola, rodeado de 'encapuchados' que representan la amenaza terrorista. FERNANDO GÓMEZ
Agustín Ibarrola, el artista sin tribu

Agustín Ibarrola, el artista sin tribu

Una muestra en Bilbao refleja la doble censura que ha sufrido, del franquismo y del entorno de ETA

GERARDO ELORRIAGA

BILBAO.

Viernes, 19 de enero 2018, 08:48

Quizás dos espacios no son suficientes para desplegar la influencia de la represión en la vida y obra de Agustín Ibarrola. El Festival Zentsura At le ha dedicado una exposición en la que da cuenta de las dos censuras que sufrió, la ejercida por el franquismo y el entorno de ETA, pero, tal vez, el proyecto no colme su conflictiva relación con los agentes políticos y el poder. «La peor de las censuras ha sido el silencio, que deliberadamente te ignoren, que te ninguneen», explica José Ibarrola, hijo del artista y comisario de la muestra. «Porque desapareces y sólo queda el vacío».

'Censuras' habla de esa trayectoria a caballo entre dos poderes aparentemente distintos, pero igualmente destructivos. «Unos te queman el caserío y otros lo intentan con el estudio, unos te prohíben una muestra y otros dañan una obra ubicada en la naturaleza», explica. «Guardan muchas similitudes. Son casi simétricas». La muestra, a la que no acudirá el homenajeado debido a su estado de salud, se inauguró ayer y permanecerá abierta hasta el 28 de febrero. Aunque se pueden contemplar buen número de piezas, desde principios de los sesenta hasta 2008, no se trata de una antológica. Sobre todo pretende acercar al espectador la atmósfera en la que vivió y creó.

Los datos

  • Título 'Censuras'.

  • Autor Agustín Ibarrola.

  • Lugar Bizkaia Aretoa - UPV/EHU (Abaindoibarra, nº 3- Bilbao).

  • Fechas Hasta el 28 de febrero.

Las xilografías del primer recinto establecen una narración prácticamente circular en torno a sus años bajo el régimen franquista. La relación incluye dibujos extraídos clandestinamente de la cárcel y evidencian su apoyo a la lucha obrera. «Este país ha contado con un movimiento obrero fortísimo, pero muchos autores se han implicado en la causa nacionalista y pocos en el ámbito sindical. Ibarrola tenía muy claro que había que preservar la identidad nacional y, asimismo, que esto era una sociedad plural». Su compromiso le condujo a prisión en dos ocasiones. «La segunda vez entraron su hermano Josu y él por propinar una patada a un policía, al parecer compartiendo pierna, al finalizar una manifestación en la que habían participado».

El régimen no fue el único en condenarlo al ostracismo. Su inclusión en el Equipo 57, que tenía como praxis la renuncia al mundo comercial, también perjudicó su proyección. «Ellos entendían su arte como un servicio público, no un negocio. Una visión que ha mantenido y que ha contribuido a su alejamiento de la crítica, de los curators y la prensa especializada».

La trayectoria del autor no se corresponde, a juicio de su hijo, con su presencia en el escenario público. «No es normal que se haga una retrospectiva del cartelismo vasco y no aparezca o que la última de sus obras que posee el Museo de Bellas Artes sea de 1977, antes de su periodo dedicado a la investigación, la abstracción, las traviesas y sus esculturas en acero corten».

Los encapuchados amenazantes que ocupan el centro de la segunda sala hablan de los años de plomo, de la intimidación constante, e intentan trasmitir la atmósfera que rodeaba a una de sus víctimas, un artista y ciudadano que apoyó a Gesto por la Paz y sus concentraciones de repulsa a los atentados. «Había una pintada que decía 'ETA mátalo, Ibarrola español'». Cuando lo declararon no vasco o vasco malo, muchos miraron hacia otra parte menos conflictiva. «Nos afectó mucho», confiesa. «Vivimos aquello con miedo, tensión, precaución e indignación. Lo asumes porque era la realidad del país. No hemos llegado al abrazo y, posiblemente, no sea necesario ni nos interese. Ese mundo tan acerado lo hemos vivido con mucho dolor».

Los primeros atentados en Oma tuvieron lugar en 1998 y se prolongaron años después. Las imágenes desplegadas documentan los destrozos. «Fue un drama para él. El bosque existe hoy en día porque la sociedad ha querido. Ha sufrido el abandono hasta que la Administración ha sentido la vergüenza de que un lugar que recibía 60.000 visitas anuales pudiera desaparecer, pero esas peleas siguen porque ha habido un desprestigio del individuo, un intento de llevarlo a segunda o tercera fila artística».

Pero Ibarrola no es un maldito, sino que su figura, tan reconocible, forma parte de la historia del arte contemporáneo de Euskadi como miembro de un triunvirato magistral junto a Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. También sus desencuentros forman parte de ese relato. «El primero no se portó bien, era un histrión, mientras que el segundo fue siempre un caballero».

Curiosamente, los problemas y conflictos de Ibarrola pueden tener un trasfondo étnico. «No ha sido nunca un hombre de la tribu. Ni el Partido Comunista, en el que llegó a militar de forma muy crítica, ni el nacionalismo lo han podido instrumentalizar», alega su hijo. «Hablamos de un hombre muy comprometido con su tiempo. Tiene la idea de que el arte tiene que englobar a la gente, empapar a la sociedad, y de que esta era su tierra, la que le proporcionaba el alimento creativo. Pero ya se sabe que fuera de la tribu hace mucho frío».

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