![Amable Arias, un artista con un mundo propio](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201910/03/media/cortadas/amable-4-R8BEcapnRnhYNlIshsNobiK-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
![Amable Arias, un artista con un mundo propio](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201910/03/media/cortadas/amable-4-R8BEcapnRnhYNlIshsNobiK-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
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La galería Ekain Arte Lanak inaugurará el 22 de noviembre, y hasta el 22 de enero de 2020, una nueva exposición con obra de Amable Arias (Bembibre-León, 1927 – Donostia 1984). En concreto exhibirá una selección de óleos de la década de los 60 y algunas piezas de los 80.
Durante años fue el fallecido galerista Gonzalo Sánchez el encargado de mostrar su obra en el pequeño local que tenía en el Buen Pastor y llevarla en varias ocasiones a Arco. Ahora es Rita Unzurrunzaga, desde su espacio de la calle San Juan de la Parte Vieja, quien ha tomado el relevo porque ya ha dedicado varias muestras monográficas sobre Arias. En ambos casos, siempre con el apoyo y control de la que fuera la pareja del artista desde 1970 hasta su fallecimiento, Maru Rizo, encargada de mantener su legado, que lo muestra en su estudio de Egia, en la página web sobre Amable Arias y a diario en su Facebook. Esta nueva muestra es una buena excusa para recordar su biografía y su trabajo.
La vida del pintor no fue un camino de rosas. Problemas familiares, dificultades económicas y un prematuro accidente que le dejó lisiado marcaron su existencia, pero sus recuerdos se perciben en sus cuadros como una crónica vitalista, sentimental y nostálgica de amores, amistades y una ciudad, San Sebastián, vista con la mirada de un artista vanguardista, maldito y seductor.
La obra de Arias está profundamente marcada por su infancia. A los nueve años sufrió un gravísimo accidente mientras jugaba entre unos vagones de tren en Bembibre. Sufrió una fractura de pelvis y problemas renales que le obligaron a pasar por el quirófano en catorce ocasiones y quedó impedido. En 1942 se trasladó a San Sebastián. Fueron años llenos de tristeza y reclusión durante los que Amable no recibió ninguna enseñanza. El padre infringía frecuentes maltratos a su esposa y su hijo, al que nunca le incluyó en la cartilla del Seguro de Enfermedad, y finalmente les abandonó. Con alivio se interrumpió toda relación con él. La familia sobrevivió con dificultades. La penicilina conseguida de estraperlo ayudó a que mejorase. Después de muchos años empezó a salir de casa, con muletas que tuvo que utilizar el resto de su vida, e inició en el estudio de Ascensio Martiarena unas esporádicas clases de dibujo. Las enseñanzas apenas ejercieron influencia en él, pero su vocación pictórica se convirtió en una decisión irrevocable. Quería ser diferente a todos; quería hacer lo que nadie había hecho artísticamente hablando.
Amable Arias encontró refugio en la creación. «El arte me sirvió para aguantar mi soledad llena de escarnios. Mi pintura surgió de una situación de exasperación interior y exterior. Recuerdo que desde pequeño sentí la necesidad y me propuse que al menos dos cosas no me iban a quitar como lo demás, y que lucharía por ellas: pintar y escribir», explicó en una ocasión.
Sus dificultades físicas no le llevaron a recluirse en un estudio -aunque en muchas temporadas tampoco hubiera podido pagar-. Cuando comenzó a pintar, en sus estancias en Bembibre salía al monte a trabajar. Los paisajes, edificios y las gentes de su pueblo fueron sus primeros modelos. También lo fueron los personajes que pululaban tras las bambalinas del Teatro Principal de San Sebastián, donde su madre entró a trabajar en 1950 en el guardarropa. Además, comenzó a ser un visitante asiduo de la Biblioteca Municipal para suplir su falta de formación. Profundizó en los filósofos y llegó a ser un marxista convencido. Al mismo tiempo veía películas, leía todo tipo de revistas de forma ávida.
Rápidamente su obra comenzó a adentrarse en la abstracción, aunque jamás abandonó la figuración, pero desde sus particular percepción porque él lo que realmente pretendía era «crear presencias artísticas cuya validez es de mil posibilidades y formas. No hay un arte único, hay tantos como períodos, hombres y situaciones». Con esta premisa, la búsqueda de una forma propia de expresión sería una constante en su trayectoria, sin limitarse al campo de las artes plásticas, donde cultivó la pintura, le dibujo y el collage. También escribió poemas e incluso realizó una obra sonora.
En 1963 , una exposición en las Salas del Ayuntamiento de San Sebastián, 'Espacios vacíos', sirvió para mostrar a las instituciones locales y al público su personalidad. Estaba formada por cinco marcos, sin nada en su interior. «Ni crítica ni público aceptaron el intento de subvertir las estructuras burguesas en un desafío a la sociedad como hombre de izquierdas» señala Carmen Alonso-Pimentel, autora de la tesis doctoral 'Amable Arias'.
Su personalidad queda reflejada en la forma de enfocar el arte, hasta el punto que se negaba a ver exposiciones para no sentirse influenciado, aunque sus amigos pintores le mantenían informado de lo que sucedía a su alrededor. Alonso-Pimentel le describe como «muy tenaz y duro, pensaba que para sobrevivir a todos sus problemas físicos, económicos y familiares había que mostrar una fortaleza especial, pero al mismo tiempo era muy tierno con sus amigos, y eso si que se refleja claramente en su pintura que no es nada dura». Esta postura de no ver arte se rompió cuando viajó por primera vez a París para ver una exposición de Kandinsky.
Arias fue uno de los impulsores del grupo Gaur, junto con Sistiaga, Zumeta, Ruiz Balerdi, Chillida, Oteiza, Basterretxea y Mendiburu. Pero la gestación de los fundamentos de este movimiento comenzaron antes. Carmen Alonso-Pimentel explica que el primer referente fue la exposición 'De los diez', en diciembre de 1959. Estaban Miguel Ángel Arias, Néstor Basterretxea, Carlos Bizcarrondo, Gonzalo Chillida, María Paz Jiménez, José María Ortiz, Rafael Ruiz Balerdi, José Antonio Sistiaga y Juan Francisco Villagarcía, a los que posteriormente se uniría Vicente Ameztoy. «Fue una muestra que se organizó por iniciativa de Amable, en su estudio en la calle Garibay, y que luego pasó a Bilbao. Causó un enorme escándalo en su día«. Arias impulsó esta exposición como una protesta contra los certámenes de Navidad, porque seguían una trayectoria poco renovadora en la que resultaban siempre premiadas obras figurativas, al margen de las corrientes más modernas. Esta exposición suponía apostar por una pintura más de vanguardia, pero sobre todo tuvo gran importancia porque era la primera vez que aquí los artistas se organizaban de manera más democrática, al margen de las instituciones. Se oponían a la institucionalización del arte. La repercusión fue enorme, con numerosas críticas.
Alejado de los cauces de exhibición oficiales se dedicó a investigar y experimentar. Así surgieron series como 'Cuadernos Experimentales de Arte', 'Sobres sorpresa', 'Papeles Chinos', 'Maquillajes y Carnavales' o 'La jirafa cuadrada'.
A partir de los años 70 inicia una nueva etapa, más neofigurativa y mágica, quizá su época más conocida, con unos cuadros lleno de monigotitos. Decía que era el momento de una pintura impura, contaminada de una realidad siempre comprometida. De aquí surge su particular iconografía. Los personajes que pueblan los cuadros nacen directamente de su subconsciente porque siempre le interesó lo que había más allá de lo real y superficial.
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