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Hace tres días, sesenta años atrás, se publicaban en las páginas de la revista 'Pilote' las primeras viñetas protagonizadas por unos galos irreductibles, que resistían los envites de los ejércitos de Julio César protegidos no tanto por los muros de su pequeña aldea, ... como por la milagrosa poción mágica de su druida Panorámix. Los protagonistas, el astuto, pequeño y valeroso Astérix y su amigo, el inocente, enorme y torpón Obélix no sabían, entonces, que un día llegarían a ser, junto a Tintín y Lucky Luke, símbolos de su país, famosos en el mundo entero e iconos máximos del cómic. Todo aquello se debió al inmenso talento de dos colosos: el guionista René Goscinny (París, 14 de agosto de 1926 - ibídem, 5 de noviembre de 1977) y el dibujante Albert Uderzo (Fismes, Francia, 25 de abril de 1927).
La historia, bien conocida, podría incluso haber continuado más allá de los veinticuatro álbumes que realizaron juntos si un infarto no se hubiera llevado de forma fulminante al escritor. Aquel último trabajo en común, 'Astérix en Bélgica', se publicó dos años después de su fallecimiento; a partir de entonces, Uderzo continuó en solitario con 'La gran zanja' y, desde aquel momento, ya nada volvió a ser lo mismo. Los dibujos seguían siendo extraordinarios pero, sin el genio de Goscinny, cada aventura iba, paulatinamente, sumergiendo a la franquicia en un agujero negro que llegó hasta límites nunca vistos en una serie de semejante peso con '¡El cielo se nos cae encima!' de 2005. Hoy, para cualquier amante de los galos, ese título, simplemente, no existe. Pero existió, desde luego, al punto de provocar el fin de Uderzo como autor, aún cuando, en 2009, regresara para conmemorar los cincuenta años de sus héroes con 'El aniversario de Astérix y Obélix. El libro de oro', una serie de historias cortas que recuperaban a algunos de los personajes más emblemáticos de la colección. A partir de entonces, el peso de devolver la gloria perdida a Astérix recayó en Jean-Yves Ferry (guionista) y Didier Conrad (dibujante). Hoy, ya son, con 'La hija de Vercingétorix', cinco los trabajos firmados por la pareja artística, los suficientes como para aseverar que la serie, al menos en sus manos, no recobrará la magia perdida.
El nuevo álbum, manteniendo la tradición impuesta por sus creadores, consistente en alternar los viajes con las aventuras en la Galia, discurre en la aldea tras 'Astérix en Italia'. El tema, centrarse en la adolescencia y en las cuestiones que le importa a través de la figura central de Adrenalina, una joven, hija del legendario líder Vercingetórix a la cual hay que proteger de los romanos. No es una premisa especialmente llamativa aunque, al fin, depende del desarrollo al que esté sujeta. Después de todo, algunos de los guiones de Goscinny comenzaban con planteamientos igualmente sencillos. Pero Goscinny nunca fundamentó sus argumentos en oportunismos. Y pero ni Ferry es Goscinny, ni se le acerca. Ecologismo, rebeldía frente a lo establecido, pacifismo, feminismo... temas muy relacionados con la juventud que Ferry maneja incurriendo en todos los tópicos. Cierto, Astérix es humor, no una tesis doctoral, no pasa nada si se exploran desde la sencillez, pero resulta inevitable recordar el trabajo de Goscinny en 'Astérix y los normandos' (1966) con el joven Gudurix, para ver que hay universos entre la calidad de ambas propuestas, y eso que ha transcurrido medio siglo entre ambas. En la actual, el ritmo cae a cada página, el modelado de Adrenalina es tristemente vacuo y se supone que es el eje sobre el que pivota toda la historia, la cual, por cierto, se va diluyendo sin ofrecer más que un desenlace tan gris que ya no importa.
Sustituir con éxito a dos mitos es casi imposible, pero cuesta creer que no haya un guionista en el mundo capaz de relevar a Goscinny con más acierto. Conviene recordar que Astérix es un negocio de cifras estratosféricas; solo la primera edición puesta a la venta de este último álbum es de cinco millones de ejemplares, y se venderá por completo, no cabe dudarlo. Cinco millones. Desde sus inicios, atesora casi cuatrocientos millones de libros comprados y atesorados por un público fiel, y eso representa mucho dinero. Demasiado como para que solo eso importe.
En el apartado del dibujo, Conrad sigue demostrando mucho oficio; trabaja con todo lo que hizo Uderzo sin alejarse de lo establecido por éste, y los resultados son buenos, aunque vengan lastrados por el guion que, claro está, tiene algún que otro momento, solo faltaría. El dibujante es un profesional, clona los dibujos de su predecesor, los pertenecientes a su última etapa fundamentalmente, no por ello los mejores; el amante de Astérix reconoce a sus personajes y no extraña casi nada. Y sin embargo, en el lenguaje corporal todavía puede crecer, debería hacerlo. Demasiadas viñetas porque sí. Y demasiadas pocas con el criterio exigible.
Esta página de cómic siempre ha venido encabezada por una máxima: solo hablar de lo bueno, y siempre en términos positivos. Que otros se ocupen de destrozar, si es lo que entienden que deben hacer. Pero Astérix no es un cómic cualquiera. No es siquiera un cómic. Conforma, junto a un pequeñísimo club, algo especial. Astérix ES el cómic. Y no se merece esto, no se merece languidecer porque gana millones. Y que siga la fiesta.
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