![El barco legítimo de San Sebastián](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202002/07/media/cortadas/BARCO-kx1B-U100845971150MF-984x608@Diario%20Vasco.jpg)
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El Aquarium posee un pequeño diamante de la construcción naval. Un reflejo identitario de incalculable valor histórico, que pasa casi desapercibido ante la magnitud de los esqueletos de ballenas o el magnetismo de los sables corsarios. Así como la símbología de San Sebastián estará siempre unida a un barco, su primer emblema está a la vista en un 'txoko' del museo, a la espera de ser 'descubierto' por quien quiera conocer el origen de la ciudad.
En el año 1180 el rey navarro Sancho VI 'El Sabio' otorga un fuero a un poblado arrantzale para fundar una ciudad portuaria amurallada que se transformará en el enclave comercial marítimo del Reino de Navarra. En apenas 20 años, San Sebastián pasará a manos de Castilla junto a la provincia de Gipuzkoa. Su muelle y las fortificaciones tomaron forma, mientras desde sus dársenas zarparon las primeras naves de mercancías promovidas por comerciantes gascones.
En un siglo de prosperidad económica en el que el monarca Alfonso VIII respeta el fuero comercial de 'Sancto Sebastiano', una de sus embarcaciones mercantes inspiró el sello del concejo donostiarra de 1297. La construcción naval de la época que había bebido de la herencia romana «absorbía el influjo de la construcción naval nórdica» explica Álex Larrodé, coordinador del área de museo del Aquarium. «Sus líneas y la construcción que va solapando las tablas para reforzar el casco, nos pueden recordar a los drakkars vikingos, pero esta tipología de nave es muy común en Europa del norte, entendida desde la actual Irlanda, Alemania, Bélgica... etc.», afirma Larrodé. Las factorías navales y puertos eran «un constante intercambio de ideas que conectaban a distintas sociedades», recalca.
Más de un siglo antes de que la costa vasca pudiese haber recibido algún ataque vikingo, «ya había datadas navegaciones vascas comerciales hacia Europa. En el 670 hay una exportación de diez toneladas de saín desde Lapurdi a la abadía de Jumieges en el Sena, entre el Havre y Rouen». Ya en el año 844 aparecieron las primeras hordas normando-vikingas que conquistaron la desembocadura del Adur y se asentaron en Baiona y alrededores hasta el 1023. En ese periodo las poblaciones vascas a buen seguro aprendieron lo mejor de sus técnicas y los primeros cargueros donostiarras fueron botados por carpinteros de ribera actualizados.
Durante el primer siglo de actividad se conocen las importaciones de hierro vizcaíno o exportaciones de barbas de ballena. Son navegaciones de cabotaje por el litoral cantábrico y buena parte del Golfo de Vizcaya con un tipo de nave común en el norte de la península y en las costas inglesas. Desde Castro Urdiales a San Vicente de la Barquera, pasando por Sandwich o Bristol, sus escudos replican un carguero similar.
«El sello de San Sebastián pendía de un documento medieval que hermanó a Santander, Laredo, Bermeo, Getaria, San Sebastián y Hondarribia con Vitoria en 1297», apunta Larrodé. Una alianza comercial y defensiva que «estrechaba lazos para asegurarse unas rutas seguras frente a enemigos comunes. Francia, Inglaterra y Flandes eran los rivales habituales, a los que por escrito se comprometían a 'no dar ni agua'». En cuanto a la ley, prometieron respetar sus respectivos fueros, a pesar de que pudieran llegar a ser regidos por distintos reinos. Tras el acuerdo firmado en Castro Urdiales, San Sebastián cobró un mayor protagonismo y su actividad creció exponencialmente con el comercio y más tarde con el corso.
El paso de los siglos trajo una revisión de la representación de sus buques en los escudos. «Tanto Donostia como Hondarribia lucen hoy barcos de tres palos, más modernos». En el caso donostiarra, el incendio de 1813 quemó el archivo de su consistorio, lo que impide seguir con certeza la evolución. La imagen actual hereda una fragata, promovida en el siglo XVIII por la Real Compañía de Caracas. Esta corporación transnacional «llenó de beneficios las arcas del territorio gracias a sus importaciones desde el continente americano», apunta Larrodé. «La basílica de Santa María, en cuya nave central se puede contemplar el escudo del consulado, se construyó gracias a los réditos de esta compañía. La 'Cofradía de Nuestra Señora del Coro' se encargaba del mecenazgo de la ciudad», recuerda Larrodé.
El Archivo Nacional de París custodiaba ambos sellos guipuzcoanos aunque el donostiarra «está desaparecido», lamenta Álex Larrodé. «Es un misterio. Puede que alguien lo haya robado o que se haya caído del lazo que lo sostenía. En París sigue archivado el de Hondarribia, por lo que incluso podría estar por error en la misma caja. No se sabe». Aún así, los diseños originales están a buen recaudo. «En el Aquarium guardamos las réplicas de ambos sellos en escayola». Otro sello original de San Sebastián de 1352 se guarda en el Archivo Municipal de Pamplona.
La copia donostiarra exhibida de forma discreta en el área de comercio del Aquarium, tiene a su lado otra joya poco conocida. «Se trata de una réplica a escala del barco que aparece en el sello. Es fruto de un enorme trabajo documental de estudiosos como Miguel Laburu, José Manuel Susteta y Jesús María Lizarraga. Con toda la información recopilada y la ayuda de los astilleros Luzuriaga, se esbozaron unos planos». La interpretación dio lugar a un barco de 20,5 metros de eslora. «Más tarde el propio Miguel Laburu lo ejecutó en una maqueta a escala de forma fiel a su tiempo», destaca Larrodé.
Hondarribia era unos de los tres integrantes guipuzcoanos de la Hermandad de Castro Urdiales. La simbología de su sello destaca el carácter pesquero y la caza de ballenas. «Una 'txalupa' a remos desde la cual se arponea dos veces lo que parece una ballena», describe Larrodé. «Es una representación que reina en uno de los cinco cuarteles de su escudo actual, pero el barco de ahora es una nao».
El estudio de lo que parece una moneda esconde mucha información que fueron desvelando a través de un exhaustivo trabajo. Las incripciones rezan 'Sigillum Concilli de Santo Sebastiano' en el anverso e 'Intravit dominus Jesus in Castellum' en el reverso, donde se representa una fortaleza. El sello es presidido por «una cruz que bendice el contenido» y la principal característica que reflejan los relieves del dibujo es que «está construida en tingladillo, una técnica que va superponiendo tablas de forma que la estructura es más firme, ideal para los embates del mar Cantábrico», resume Álex. «Con esta metodología las cuadernas se montan después». Tanto la proa como la popa de la embarcación «tienen una curvatura idéntica, los que nos puede recordar a los barcos vikingos. En 1297 existe el influjo del norte de Europa, pero no creo que pudieramos afirmar que copia a esas naves», precisa.
En la imagen «se ven cuatro marineros encargados de su gobierno. Dos subidos en el velamen, uno en proa y otro que patronea con un espaldín a estribor. En esa época no existía el timón que conocemos y se gobernaba como en las traineras». Maniobrar la nave no era una tarea fácil, por lo que «los agujeros que se representan en las amuras podrían ser para remos. Lo más normal es que los llevaran como ayuda para el amarre», cree Larrodé. El castillo que se dibuja en la popa, más allá de su aspecto defensivo, «podría servir para vigilar el horizonte y para guarecerse de la lluvia y el frío».
Álex subraya la labor que se realizó para interpretar el sello y replicar a escala el barco con el mayor respeto posible a la historia. «Laburu labró las piezas a mano y lo fue construyendo con una precisión y un mimo increíbles». Una huella de nuestros ancestros, a la vista en el Aquarium.
Miguel Laburu fue un historiador autodidacta que publico ocho obras sobre la relación de los vascos con la mar. Fallecido en 1999, junto a Jesús María Lizarraga y miembros del Grupo de Historia y Modelismo Naval, se dirigió a los distintos alcaldes donostiarras para tratar de recuperar el sello como emblema de la ciudad, pero las respuestas fueron negativas. En opinión de Laburu, el logo moderno de la ciudad era «pura floritura». Como curiosidad, en la réplica que construyó no le puso bandera castellana. No se sabe si bajo la tutela de Navarra tenían el mismo escudo.
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Mikel Madinabeitia | San Sebastián
Mikel Madinabeitia | San Sebastián y Oihana Huércanos Pizarro (Gráficos)
Josu Zabala Barandiaran
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