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Beizama es una población con una rica tradición en cestería.p Fotos: Joseba Urretavizcaya
Beizama, la memoria de los mayores

Beizama, la memoria de los mayores

Patrimonio. Un libro rescata los testimonios de los vecinos de más edad del municipio de Urola Costa, dentro de un proyecto que conmemora la aparición hace mil años del topónimo Gipuzkoa

Borja Olaizola

San Sebastián

Domingo, 7 de enero 2024, 01:00

El nombre de Gipuzkoa apareció escrito por primera vez en un documento fechado en el año 1025. Se trata de la donación de un convento realizada por Garsia Acenariz, de 'Ipuçcoa', al monasterio de San Juan de la Peña. El término iría evolucionando –'Ipuscoa, Ipucca, Ipuzka'...– hasta desembocar en los actuales Guipúzcoa y Gipuzkoa. En 2025, es decir, dentro de un año, se cumplirán por lo tanto mil años de la primera mención escrita del topónimo que terminó dando nombre al territorio. El editor y fotógrafo tolosarra Joseba Urretavizcaya, ayudado por el etnógrafo navarro Fernando Hualde, ha ideado una forma muy especial de celebrar el aniversario: recopilar en una veintena de libros los testimonios de guipuzcoanos mayores de 80 años para salvaguardar la memoria de una generación que está a punto de desaparecer. «Es una generación que aún es capaz de recordar las formas de vida que nos conectan con el pasado y que no va a tardar en desaparecer llevándose consigo todo ese patrimonio», reflexiona Fernando Hualde. «Nuestra aportación va a ser preservar esa enorme riqueza en una colección de libros que dejará constancia de sus vivencias para los que vengan más tarde».

Tres vecinas de Beizama trabajan con laias.

El proyecto se puso en marcha hace ya un par de años con la recopilación de testimonios en los pueblos elegidos. Se han seleccionado una veintena siguiendo un criterio poblacional: tener menos de 500 habitantes porque se considera que es en esas localidades donde mejor se han mantenido las formas de vida del pasado. En marzo de 2022 vio la luz el primer libro de la serie, el dedicado a Altzo. Ahora se publica la segunda entrega, centrada en Beizama, un pueblo que se sitúa en el centro geográfico de Gipuzkoa. Es precisamente esa singularidad la que se destaca en el título del libro: 'Beizama, Gipuzkoako erdigunea, Centro de Gipuzkoa'. Se trata de un municipio de marcado carácter rural que a principios del siglo pasado llegó a tener más de 600 vecinos pero que luego perdió buena parte de su población. Con el nuevo siglo el censo se ha estabilizado en torno a los 170 habitantes.

Los datos

Los datos
  • Título: Beizama, Gipuzkoako erdigunea, Centro de Gipuzkoa

  • Autores: Fernando Hualde y Joseba Urretavizcaya

  • Editorial: Xibarit

  • Páginas: 184

  • Precio: 80 euros

Hualde y Urretavizcaya realizaron varias visitas a Beizama a lo largo del año pasado para entrevistarse con una docena de sus vecinos de más edad. Fueron encuentros en los que hablaron sobre todo de las costumbres y los modos de vida de sus primeros años, cuando todavía ni el agua ni la luz eléctrica habían llegado a las casas y la televisión era algo que ni si quiera se podía imaginar. «La generación que se nos va», escribe Hualde en la presentación del libro, «es especialmente valiosa porque es el puente entre aquellas 'primitivas' formas de vida y nuestra era internauta y digital. Son los últimos testigos de unas formas de vida que nos cuesta ya trabajo imaginar y que a muy corto plazo se nos antojará un mundo de ficción».

La sombra del crimen

Beizama, cuenta Hualde en el texto, mira por un lado a Tolosa y por otro a Azpeitia. Es un municipio que se caracteriza por la dispersión de su población, con un reducido núcleo urbano delimitado por la iglesia de San Pedro y la casa consistorial. Para los guipuzcoanos de más edad, el nombre de la localidad está estrechamente unido al crimen que se cometió el 14 de noviembre de 1926 en el caserío de Korosagasti, que se saldó con la muerte a puñaladas de una madre y de su hija embarazada. El doble asesinato causó una enorme conmoción en una sociedad todavía poco acostumbrada a la violencia e hizo que el nombre de Beizama se pasease por las páginas de los periódicos de la época. Aunque han pasado casi cien años, los vecinos de más edad todavía tienen presente el miedo que se vivió entonces y las muchas especulaciones que se manejaron sobre lo ocurrido. «Se podría decir que hay casi tantas versiones como caseríos había», resume Hualde.

Trabajando la masa con los pies para hacer pan en casa.

La memoria del crimen sirve también para poner de relieve la enorme influencia que tenía la religión y por extensión la Iglesia en la sociedad de la época. Cabe recordar que las personas que habían sido encarceladas como sospechosas del doble asesinato fueron liberadas y exculpadas al cabo de unos años después de que el verdadero asesino se autoinculpase ante un sacerdote bajo secreto de confesión. Fue la voz de alarma del obispo, que recibió la confidencia del confesor, la que determinó la puesta en libertad de los sospechosos, un giro de guion que sería difícil de imaginar en los tiempos que corren. También cuesta hacerse a la idea del protagonismo que tenía entonces la religión en la vida comunitaria. «Para los niños de los años treinta, cuarenta, cincuenta... del pasado siglo no se concebía dejar de ir a misa, dejar de rezar el rosario en casa, dejar de llevar flores en mayo a la escuela y con ellas cantarle a la Virgen, dejar de ir los domingos a la tarde a las 'vísperas', una función religiosa que incluía el rezo del rosario», escribe Hualde.

Restos del caserío donde tuvo lugar el crimen de Beizama en 1926.

Como en otros pequeños pueblos del entorno, Beizama conservaba algunas tradiciones peculiares en lo referente a los ritos religiosos. «Se hacía la Primera Comunión dos veces, la primera de ellas, denominada Komunio txikia, se hacía a los siete años de edad, mientras que a la segunda se le llamaba Komunio aundi y se hacía a los 11 o 12 años». El rosario se rezaba todos los días en casa. «El padre nos hacía sentarnos a todos y rezábamos familia: el padrenuestro y las avemarías las decíamos en euskera, pero las letanías en latín», le cuenta una vecina a Hualde. Otra apostilla: «No había ni un solo día que no se rezase el rosario en casa después de cenar, cada día lo dirigía un miembro de la familia; aquello se terminó el día que apareció la televisión, hasta entonces se rezaba todos los días, al padre aceptar aquello le costó muchísimo».

La iglesia de San Pedro, a cuya vera se alza el mojón que señala a Beizama como centro de Gipuzkoa.

En la memoria de los vecinos de más edad sobreviven también costumbres que han desaparecido por completo de nuestra sociedad. Hualde explica que «en cuanto una persona fallecía se abría la ventana de su habitación para que su alma pudiera salir, se avisaba también a las abejas antes que al cura para que hiciesen abundante cera, se colocaba un plato de sal sobre el vientre de la persona fallecida y era también costumbre colocar pan y luz sobre la sepultura. Nada de eso sobrevive ya, pero que sepamos que fue una práctica habitual de nuestros antepasados hasta principios del siglo XX». El luto se mantenía durante un año y las viudas de los fallecidos vestían de negro hasta el fin de sus días. «Guardar luto significaba vestir de negro, no ir a fiestas ni a romerías, no poner música en casa, no bailar... hasta a los niños se les teñía de negro la ropa para que fuesen de luto a la escuela».

Conocimientos y saberes a buen recaudo

Fernando Hualde, el etnógrafo que se ha hecho cargo de los textos del libro, no pudo contener un respiro de alivio cuando puso hace unas semanas el punto final a su trabajo. «Publicar el libro es un alivio en la medida en que a través de estas páginas queda recogida y salvaguardada una parte importante de la memoria oral de Beizama. A partir de este momento tenemos la tranquilidad de que todos estos recuerdos, conocimientos y saberes ya nunca se van a perder». El etnógrafo y su cómplice, el fotógrafo y editor Joseba Urretavizcaya, ya trabajan recopilando testimonios para las próximas entregas del proyecto. La idea es dedicar un libro a cada una de las siguientes poblaciones, todas ellas de menos de 500 habitantes: Abaltzisketa, Aduna, Albiztur, Alkiza, Altzaga, Arama, Baliarrain, Belauntza, Elduain, Gabiria, Gaintza, Gaztelu, Hernialde, Ikastegieta y Larraul. Serán en total 23 libros contando los ya publicados sobre Altzo y Beizama que irán viendo la luz a lo largo de los próximos años.

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