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Joaquín Montero posa ante elcaserío de Zabalaga, el 'alma'de Chillida Leku. LOBO ALTUNA
«Ese caserío estuvo 500 años esperando a que llegara Eduardo»

«Ese caserío estuvo 500 años esperando a que llegara Eduardo»

Joaquín Montero, el arquitecto que proyectó Chillida Leku de la mano del escultor, relata en un libro el proceso que convirtió el edificio en ruinas y su finca en un espacio único. «Sois dos locos», 'elogió' Pilar Belzunce en el inicio

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Sábado, 15 de marzo 2025, 01:00

Eduardo Chillida y Joaquín Montero (Donostia, 1947) llevaban años observando el caserío derruido de Zabalaga, un edificio de los siglos XV y XVI, preguntándose qué hacer. El día que ya pudieron entrar sin peligro al interior «trepamos sobre el montón de escombros de la cubierta acumulados en el suelo y, después de un momento de observación silenciosa, Eduardo concluyó: 'Este espacio se queda así'. 'Sois dos locos', añadió Pili Belzunce. A mí personalmente me pareció un elogio. Sospecho que a Eduardo también».

Así lo cuenta Montero en 'Chillida Leku, una historia de la finca Zabalaga', el delicioso libro que publica contando desde dentro cómo ese edificio y terreno se convirtió en Chillida Leku. Editado por La Fábrica y ya distribuido en librerías, es un documento que relata el proceso con el rigor del arquitecto y el detalle de quien fue protagonista, cómplice y testigo, todo a la vez. El arquitecto donostiarra, colaborador del escultor desde principios de los años 80, fue copartícipe con Chillida del 'milagro' de convertir aquellas ruinas y esas hectáreas de praderas y árboles en un espacio artístico único. El libro se presenta en el propio Chillida Leku el 4 de abril con una conversación de Montero con Mikel Chillida moderada por Nacho Fernández Rocafort, poeta y editor de La Fábrica.

Una tarea insólita

Los relatos sobre Zabalaga y Chillida Leku no terminan nunca. La familia Chillida compró esta casa de hace cinco siglos, en ruinas, junto con el terreno que la rodeaba, «un parque de carácter naturalista del siglo XIX con arbolado de gran porte». El objetivo era mantener ahí las grandes esculturas del artista y sus archivos, aunque pronto fue naciendo la idea de que ese conjunto terminara siendo accesible para el público. Lo comentamos con Montero mientras paseamos por un Chillida Leku con decenas de visitantes en una fría mañana de marzo.

Eduardo Chillida ante el edificio, aún sin restaurar, fotografiado por Jesús Uriarte.

«La rehabilitación del caserío era algo más que la consecución de un espacio expositivo», explica Joaquín Montero. «Los cinco siglos de vida de la construcción no habían alterado sus valores originales, con los que Eduardo se sentía plenamente identificado. Era como si ese caserío hubiese estado cinco siglos esperando a que llegara Chillida».

«Chillida no quería ni planos, ni plazos, ni presupuestos. Todo era artesanal, marcado por el rigor y la calidad»

La relación del escultor con Montero, arquitecto con numerosos proyectos de edificios y parques en Gipuzkoa y el País Vasco, venía de mucho tiempo atrás. «A principios de los 80 me encargó el arreglo de una casa que había comprado sobre el Peine del Viento para vivienda familiar. 'Qué bien has entendido la casa', me dijo al terminar». Fue la primera colaboración. Luego llegaría la adecuación de un espacio en la plaza Ste Catherine de París para instalar una escultura y ya una larga lista «en los que mi misión era tender puentes entre su obra y espacios preexistentes».

Montero destaca que «lo insólito» de trabajar con Chillida era «colaborar con alguien que no tiene otro objetivo que el rigor y la calidad, que es capaz de pasar de la duda honesta a la decisión irrenunciable y que renuncia sin aspavientos a importantes ofrecimientos para instalar esculturas en sitios relevantes si los ve inadecuados. Siempre fue fácil y grato, con Eduardo y con su mujer Pili, que era parte de la persona y del artista. Pilar aportaba sensibilidad, energía e implicación, también desde el punto de vista creativo».

Así estaba el edificio, en ruina, cuando lo compraron los Chillida. La imagen corresponde al año 1986.

En el caso de Zabalaga tampoco había plazos, ni presupuesto, ni proyecto. Todo fue lento. Es conocido cómo Chillida decía que era el propio edificio el que guiaba la intervención, que ellos preguntaban si había que mantener paredes o estancias y el caserío «respondía». Montero bromea con ese relato, «una explicación tan poética del modo en que trabajamos».

«La tentación básica era reconstruir las diferentes plantas del interior para contar con más superficie útil, pero acordamos mantenerlo como lo había dejado la ruina, con esos espacios tan abiertos, y fue uno de los grandes aciertos», explica Joaquín Montero mientras paseamos por el interior del edificio. «No hubo planos técnicos, la realización se hizo con bocetos que pasábamos a manos de los artesanos que lo ejecutaban. Toda la rehabilitación fue llevada por un reducido equipo de excelentes artesanos, dos albañiles canteros y dos carpinteros que, imbuidos por el exigente ambiente de calidad creado, aportaron con generosidad su experiencia y conocimientos».

«Eduardo contaba de manera poética nuestro trabajo cuando decía que el propio caserío'hablaba' para guiarnos»

En uno de los anexos del libro Montero menciona a quienes participaron: desde el 'jardinero' Joaquín Goicoechea, que coordinó los trabajos, a Julián Gabirondo, de cantería y albañilería, con Joaquín Garaiburu y Bautista Mariezcurrena, Luis Ariceta y Fernando Mikelarena en diferentes aspectos, además de la documentación de las fotografías de Giuliano Mezzacasa y Jesús Uriarte y los planos de Itziar García Larrañaga una vez concluida la obra.

El libro

El libro
  • Título 'Chillida Leku, una historia de la finca Zabalaga

  • Autor Joaquín Montero

  • Editorial La Fábrica

  • Precio 20 euros

Así se hizo el caserío, la finca de alrededor y los edificios de acogida, donde se encuentran la tienda, la oficina y el bar, sutiles intervenciones incrustadas en el entorno. «Es una obra sin fecha de inicio y sin fecha de final, un proceso», rememora Montero. En el año 2000 se inauguró Chillida Leku y ahí sigue, felizmente reabierto tras unos años cerrado. Cada palmo del edificio y del parque, los suelos, la concepción de las praderas, la ubicación de las esculturas, está reiteradamente meditado y explicado en el libro, enriquecido con más de 90 imágenes y documentación inédita, que es testimonio de un trabajo pero también de una historia de amistad, vida y arquitectura.

Del homenaje a Ruiz Balerdi en el Pico del Loro a Zubimusu

Joaquín Montero es autor de los edificios del parque tecnológico de Miramon, de las viviendas 'amarillas' de Intxaurrondo, los parques Harria o Basoerdi de Donostia, el restaurante Panier Fleuri, después Tsi Tao, o la Plaza de la Verdura de Tolosa. Pero si se le pide que escoja alguna obra que explique especialmente su trabajo elige el parque de Zumibusu, en el Antiguo donostiarra, o la sutil intervención en la esquina del parque de Miramar asomada al Pico del Loro, dentro de otra colaboración con Chillida, para colocar ahí el homenaje a Ruiz Balerdi. Pero Chillida Leku es quizás la obra más conocida, y eso se cuenta en este libro publicado dentro de la colección Biblioteca BlowUp de La Fábrica, dedicada a monografías sobre artistas y fotógrafos contemporáneos.

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