El hombre que nunca será David Lynch

Nos referimos al actor y cineasta Shalim Shaheen, protagonista de un fabuloso documental firmado por Sonia Kronlund y titulado 'Nothingwood'

Begoña del Teso

Sábado, 27 de mayo 2017, 18:30

A poco más de 24 horas de la entrega de la Palma de Oro Cannes parece haber encontrado otros dos grandes temas para la discusión. En uno se diría que hay bastante consenso, Fatikh Akin se ha estrellado con 'Aus dem Nitchs'. En el otro ... hay posturas encontradas: ¿Es 'Lamant double', de François Ozon, una boutade hitchcocktiana o una maravilla a la manera inquietante de Cronenberg?

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Ninguna de esas cuestiones parece conmover, conmocionar, espantar o maravillar a quien posiblemente sea la criatura más increíble, apasionante, apasionada, peligrosa, adorada y denostada de los muchos planetas que giran en la órbita del Cinematógrafo y bajo el sol de estos Alpes Marítimos. Y lo es (casi seguro) sin que lo sepa un altísimo tanto por ciento de los más de 4.000 acreditados en este foro-zoco-ágora-cueva de Alí Babá-congreso y más que es Cannes.

Nos referimos a Shalim Shaheen, protagonista de un fabuloso (por magnífico y por lo que tiene de fábula) documental firmado por Sonia Kronlund y titulado 'Nothingwood'. Shalim es cineasta. Cineasta a toda pastilla, a todo trapo. 24 horas sobre 24. Siete días a la semana. 365 jornadas al año. Sahalim lo rueda todo: acción, drama, romance, musical. Western afgano. ¿Afgano? Sí porque Shalim hace películas en un país donde ninguno de los más de 4.000 acreditados en este festival nunca pensó que alguien pudiera estar haciendo cine: Afganistán, una tierra que lleva más de 40 años en guerra, deseada/machacada/violada/rescatada/olvidada y masacrada por rusos, americanos, europeos. Por los talibanes y el Consejo de Seguridad de la ONU. Y también por algunos de sus propios habitantes.

De niño, Shalim rebuscaba en las basuras cercanas a las salas de cine para recuperar restos de fotogramas, pedazos de celuloide tirados por los proyeccionistas. No, no lean esto con la banda sonora de Cinema Paradiso de fondo. Shalim no soñaba con ser un gran cineasta. Solo le gustaba hacer películas. Además, de todo lo que Shalim cuenta uno puede creer mucho, poco o nada. Como los peliculeros de nuestros tiempos pasados, como Jacinto Molina, como el Javier Aguirre de El insólito embarazo de los Martínez, como el irunés Zabalza, como Jesús Franco, como Ed Wood, Val Lewton, la gente de la Troma o Roger Corman, bastante ha tenido y tiene Shaheen con rodar un par de películas cada tres días, negociar con todas las facciones políticas y religiosas de su país, regalarles copias a los unos y a los otros, aparecer en la tele, llevar al día su facebook (seguido por millares en todo el Oriente más o menos Próximo) y pasearse ahora por La Croisette vestido de forma inverosímil pero de alto impacto cromático. Bastante como para preocuparse de si en las entrevistas (lean, la que apareció ayer viernes en Libération) dice toda la verdad, algo de verdad o mucho de mentira.

Pero el hombre que nunca será Lynch, nunca será Hitch, nunca será Ozon o ninguno de los hermanos Safdie (ni le importa) es un crack, un figura que ha hecho (hecho de hacer, desde obtener el celuloide hasta el estuche para el DVD) 110 películas. El tráiler de la que parece ser la última (hasta ayer) Run From Death está en la Red. Su facebook y sus apariciones en la TV afgana, también.

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Al otro lado del planeta Shaheen, algunos (unos cuantos) intentaron boicotear la proyección de los dos primeros episodios de Twin Peaks esgrimiendo la viejísima y tontuna teoría de que no eran cine sino televisión. Se quedaron fuera de la sala que, puesta en pie aclamó a Lynch. Sala por donde revoloteaba el espíritu de Laura Palmer y que sintió un reconfortante escalofrío cuando en pantalla apareció La Mujer del Leño hablando con el sheriff Hawk.

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