Crítica de 'Back to Black': A ser Amy no se aprende

De hecho, son completamente intercambiables, Reversibles. Siempre hay un padre. Un amante bandido. Drogas. Alcohol. Nunca parece importarles a los falsos biógrafos la pasión y la tortura, el tormento y el éxtasis de la creación. Nunca se sabe por qué cantaban como cantaban, por qué Amy escribía tan bien y componía tan mejor. Jamás llegas a conocer el rostro de sus demonios, nunca catas el sabor de sus terrores. Y siempre hay una familia detrás que después de exprimirlas hasta las heces reclama su derecho a que ciertos temas no se toquen. Igualmente, en todas quien encarna a cualquiera de esas criaturas hace un esfuerzo inaudito, inconmensurable, de los que luego recompensan con creces y con sus premios las distintas academias cinematográficas.

En el caso de Marisa Abela el tour de force es tan titánico que parece que la mandíbula acabará saliéndose y su acento de Candem podría hasta ser localizado lingüísticamente no solo en el barrio sino en una precisa esquina. Más aún, la productora le pagó clases de canto para que fuera ella quien, haciendo de Amy, cantase todas las canciones de Amy. Como si, bonita, a ser Amy y a cantar como la Winehouse se pudiese aprender.

¿Saben? Cuanto más pienso en esta película más me gusta 'Segundo Premio'.