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Dos héroes, dos grandes, dos mitos, han compartido (o se han disputado) estos últimos días las portadas, las primeras planas de los periódicos berlineses. Por un lado, Martin Scorsese, el tremendo director no solo de 'Taxi Driver' sino también de esa imponente 'Los asesinos de ... la luna ', lidiadora en los Oscars. Recibió hará un par de días el Oso de Oro Honorífico, el que reconoce toda una carrera, aún no terminada, toda una vida (tampoco acabada) y una forma de entender el cine inmarchitable (recuerden, es junto Spielberg productor de 'Oppenheimer', otro de los hitos de 2023)-
Pero si la ceremonia de entrega del oro en la plaza de Marlene Dietrich, en el Berlinale Palast fue emocionante, divertida, juguetona, sabrosa fue la master class en la que en compañía de Joanna Hogg, la directora de 'La hija eterna', con la que comparte su pasión por Ozu (El autor de 'Uno de los nuestros' está detrás de la perfecta restauración de un título imprescindible pero algo olvidado del maestro de 'Cuentos de Tokio', 'Las hermanas Munekata', recuperado hace nada por el cineclub Kresala) y por Rohmer, habló de mil y unas aventuras neoyorquinas, mil y un pecados de cinefagia y repitió no solo que como la lasagna de su madre no hay dos sino que el cine para nada se está muriendo sino en un fascinante momento de transformación y metamorfosis (inacabables).
La magistral clase maestra la impartió ante una ensordecedora, rugiente y feliz audiencia, todos los estudiantes, aprendices, alumnos de cine becados en el campus de la Berlinale Talents, la Academia del festival del oso. El salón donde todo pasó, en presencia de un entregado Win Wenders que reía y lloraba de felicidad y en complicidad, tiene ese misterioso sabor a las primeras décadas del siglo XX, tapizado en terciopelo, madera, cortinones granates, palcos y proscenios, Hebbel Am Ufer (HAU).
La otra criatura a la que rendían homenaje las primeras de los periódicos era Andreas Brehme que jugar llegó a jugar hasta en el Zaragoza, cuando el equipo maño se diría casi una potencia acorazada, pero también en el Inter y el Bayern. Centrocampista elegante, poderoso e inteligente, era ambidiestro de ambas piernas y precisamente fue con la que la gente no le tenía por no tan eficaz, la derecha, con la que le hizo en 1990 el penalti al portero de Argentina, Goycoechea. Así logró Alemania la Copa del Mundo y con ella aparecía, mirándola como un niño ilusionado por su primer gol, en las fotos antiguas de más de 30 años que reproducían los periódicos de ayer y hoy.
La Copa de Andreas (y de Beckenbauer y los demás) era de oro, claro. Como el Oso de Martin. Y fue precisamente en otro gran palacio de festivales, en el Haus der Berliner Festspiele, donde cine y fútbol volvieron a encontrarse ante un auditorio compuesto por devoradores de cieluloide, hinchas del balón, equipos de fútbol infantiles y hasta perros-guía para jugadores ciegos (en el fútbol puede haber creadores de juego ambidiestros de piernas y otros que lo juegan sirviéndose del sonido provocado por decenas de bolitas y campanillas colocadas en el interior del balón). Se presentó, estreno mundial, 'Elf Mal Morgen', 'El Once del Mañana', una coproducción entre la mismísima UEFA y la mismísima Berlinale, con la colaboración de la Escuela de Cine de Munich y con motivo de la Euro 2024 a celebrarse en Berlín, Munich, el Hamburgo del Sankt Pauli o el estadio del Dortmund…
El filme es la reunión de once cortometrajes en los que no aparece ningún gran equipo europeo sino clubes pequeñajos, de barriada, de comunidad, de expatriados, de gente feliz, de gente asustada. Niñas, niños, chavales con discapacidad física o mental, entrenadoras con pañuelo en la cabeza, hinchas que han hecho su proceso de transición de género, proletarios unidos queadaptan el 'O bella ciao' a su himno de guerra….
Los espectadores aullaban, comentaban las jugadas y los fotogramas en directo y el patio de butacas parecía las gradas de un campo (no de los de la Eurocopa sino de los de hierba artificial…)
Cine y fútbol de oro en una ciudad donde hace tanto calor que los cisnes cantan en las aguas del río bajo el puente de Potsdam. El sábado juega el Union Berlín, ya no quedan boletos. El sábado alguien se hará con otro oro, el de la Berlinale 74.
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