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Puede que sea un filme de corto recorrido. Puede ser normal que a algunas (a mí también, creo) les haya parecido 'insuficiente' pero es también ... tan suavita, tan dulcimarga, tan de la margen izquierda, tan ochentera y rezuma tanta tristeza, tanta soledad, tantos secretos del corazón que, a la fuerza, te pones de su lado. Del suyo y de todas las criaturas que la habitan, protegidas por lo mejor del cine nuestro y cercano. Desde Nahikari Ipiña a Borja Crespo pasando por Vigalondo, con Eider Ruiz en el espléndido (por trotero, proletario y de barrio) diseño de arte y producción y la ganadora del Goya al mejor vestuario por la soberbia 'La virgen roja' dándolo todo vistiendo de chandal a la entrenadora berlinesa del equipo de gimnasia rítmica del colegio Blas de Otero. Sin contar qué bien suena la canción 'Reiselied' y cuánto nos gusta ver caer el Muro aunque hoy sepamos que no fue lo que todos (incluida la profe de gimnasia, Nina) soñamos que sería.
Puede que no llegue tan lejos como podía haber llegado. Es verdad. En cada uno de los personajes hay un pedazo de historia. En cada uno de ellos. Incluidas las madres (y la abuela) que se pimplan el vino de la rifa y ocasionan la catástrofe padre. Pero al mismo tiempo, está tan bien matizada e insinuada y tiene tan medido su toque de angostura cinematográfica que al final, nos basta.
No nos sobra. Pero nos basta aunque puede que todos sepamos cómo podría haber sido una película más plena. Incluso hasta más mejor. Pero ahí están ellos, pobres hombres zarandeados por la vida, el trabajo y una terrible indefensión. Los cuatro nos hacen entender que ese lío tan actual, tan de siglo XXI, de las nuevas masculinidades viene de muy lejos. De los muchos esquinazos que les ha ido dando a unos cuantos el destino burlador. Y con eso (casi)
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