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En 1992 España se emocionaba con la organización de los Juegos Olímpicos y celebraba la Exposición Universal de Sevilla. Mientras tanto, las protestas por los ... estragos de la reconversión industrial desembocaban en el incendio del Parlamento de Murcia por unos cócteles molotov. Las dolorosas historias que había detrás y el eco que se repite en crisis económicas posteriores, como la actual, se reflejan en el insólito y muy alabado documental 'El año del descubrimiento', que con sus 200 minutos de duración, su pantalla doble y las historias de personas muy reales, analiza sin estereotipos las estructuras que se repiten alrededor de la clase trabajadora.
– ¿La idea de la película partió de algún documento de la época o de conocer a algún protagonista de aquella historia?
– Antes de esta película hice otra que se llamó 'El futuro', y que trataba de poner en escena una fiesta de gente joven de principios de los 80, y una vez que terminé la película me interesó volver a esa época pero para tratarla desde una perspectiva completamente opuesta. En 'El futuro' no quería mitificar los primeros 80, pero de alguna manera estaba evocando ese momento como celebración, como fiesta o hedonismo. Empecé a documentarme y vi que la reconversión industrial podía ser un lugar desde el que hablar de los años 80 desde un punto de vista no de celebración, sino de una enorme conflictividad social, que la hubo, pero parece que no es un relato que haya prosperado. Recordé que de niño había visto en la tele cómo ardía el parlamento autonómico de la región de Murcia que está ubicado en Cartagena. Yo tenía un recuerdo muy borroso de aquello, y cuando empecé a preguntar a gente mayor que yo, de Murcia, nadie se acordaba de nada. Sí se acordaban en Cartagena, pero en Murcia, que es la capital, el olvido era total, me decían que eso no había sucedido. Ese fue el inicio de la película .
– ¿Cuándo empezó a ver paralelismos entre esos conflictos de 1992, la crisis de 2008 y la actual situación económica?
– Yo tenía muy claro que para intentar reconstruir ese pasado, las emociones y las angustias derivadas de la tensión por la posible pérdida de empleo, yo me iba a nutrir de la actualidad. Quería reanimar el pasado desde experiencias del presente y a través de las historias personales y vivencias de la gente de los barrios populares de La Unión y Cartagena, y conectar dos crisis, la de 2008, que en esos barrios siguen perdurando y era muy palpable en 2017 y 2018, cuando estuvimos allí, y a través de esas emociones reconectar con la crisis del 92. Y de ahí la idea de generar una cierta ambigüedad temporal en la primera parte del filme acerca de si lo que estamos viendo pertenece al 92 o a la actualidad, a través de decisiones de fotografía, de vestuario, de arte, etcétera.
– ¿Esto puede resultar desconcertante al principio para el espectador, que no sabe si está viendo imágenes documentales de la época o entrevistas realizadas ahora?
– Todo está grabado con cámaras de 1989. La idea era reflexionar sobre cómo hay un componente cíclico en las crisis económicas y considerar que suele ser la misma población la que las sufre en primera persona y puede haber paralelismos entre trabajadores de la misma clase social, la clase trabajadora, por la que el tiempo pasa, pero sus condiciones estructurales no cambian. Nos interesaba darnos cuenta de cómo las experiencias de incorporación al mercado laboral de una mujer en 1980 se parecían muchísimo a las de una chica en 2010 o 2012. La propia película está ambientada en un espacio cerrado, una especie de limbo del que no se puede escapar. Nos parecía que esto ayudaba a hilvanar esos aspectos estructurales más que desconcertar al espectador. Poco a poco la película va aterrizando en el presente de manera definitiva, porque nos interesaba ver cómo están las condiciones sociales de esa zona en la actualidad.
– ¿Quería dar importancia a la historia de cada persona? Deja que los testimonios sean largos, y todos se expresan muy bien sin necesidad de trocear sus intervenciones para pulirlas.
– Eso es mérito del casting, lo fuimos haciendo durante mucho tiempo, con cuidado, buscando rostros e historias, así como habilidades narrativas, y eso lo tenía muy presente por el estudio de la obra del director brasileño Eduardo Coutinho. En sus películas la gente se expresa de manera muy articulada. Queríamos que se pudiera ver en directo cómo se construye un pensamiento o un discurso concreto. Por eso queríamos que el set que construimos pareciera un bar real, y darles mucho tiempo para que las conversaciones tuvieran la mayor naturalidad posible.
Presentación Luis López Carrasco
Lugar Sala de cine 1 de Tabakalera, San Sebastián.
Fecha Este sábado, 9, a las 17.00 horas
Entrada 3,5 euros
Duración 3 horas y 20 minutos
– ¿Tuvieron dificultades para conseguir algunos testimonios?
– Muchas de las personas que participaron en los eventos del 92 no querían salir, les resultaba muy doloroso hablar de aquello. Hubo un momento en que no había financiación suficiente y parecía que no se iba a hacer la película y entonces de alguna manera se dieron cuenta de lo importante que era que participaran.
– Hay momentos cercanos al arrepentimiento por todo lo que ocurrió. ¿Preferían olvidar?
– Olvidar no, porque no hay día que no se acuerden de ello. Pero por ejemplo, queríamos tener más testimonios femeninos de las líderes de los movimientos de mujeres de la época, pero nos resultó imposible, muchas habían fallecido, o se habían ido a otro lugar, pero una de las mujeres con las que habíamos hablado nos canceló en el último momento, porque no podía siquiera hablar de ello, le resultaba terrible.
– ¿Cómo es posible que no se recuerde algo tan fuerte como el incendio del parlamento de Murcia? ¿Se intentó ocultar de algún modo o es que estábamos mirando para otro lado?
– Creo que son muchos factores, pero el principal es que la mayor parte de la población estaba en el 92 muy esperanzada y muy ilusionada, y esos son sentimientos bonitos, incluso había una cierta unidad para que los eventos del 92 saliesen bien y nos quitásemos definitivamente ese sambenito de país subdesarrollado o eternamente atrasado. Es lo que vivía en mi propia familia. Era la demostración al mundo de que España era capaz de hacer grandes cosas, y todo lo que no formara parte de ese relato no interesaba o podía entorpecerlo. Mi madre me decía que en el franquismo ya había tenido demasiadas malas noticias. La prensa y la televisión daban cuenta de sucesos como la quema de la Asamblea o de otras cosas que acontecían en los años 80, como la batalla de Euskalduna, los conflictos de Sagunto, de Gijón o de Reinosa. Si uno lee la prensa del momento ve que se cuentan todos estos hechos, pero se plantean de una manera muy lateral. Una de las cosas que ha pasado con la reconversión industrial es que está muy atomizada, no se percibe como un proceso global o colectivo. El barrio o la ciudad de al lado lo ven como algo que les está sucediendo a otros. Esa idea de que nos convertimos en clase media a mediados de los años 80 hace también como que las solidaridades de clase que podían haberse generado en la década anterior se van desvaneciendo. Lo que se está planteando siempre es que estos obreros son gente nostálgica, que no entiende de qué va el progreso y que se están manifestando por un tipo de trabajo que ya no tiene cabida. Pero nunca he percibido un debate profundo que plantee que algunas empresas estarán caducas, pero otras no. No se plantea cuál tiene que ser el modelo económico o productivo sino el pasado versus el futuro. Yo trataba en esta película de convertir en voces y en personas lo que muchas veces ha sido una fotografía en blanco y negro de una muchedumbre detrás de una pancarta.
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