Crítica de 'Turn Me On': No sentir, no sufrir

Probablemente no lo sea, pero 'Turn Me On' ('Enciéndeme') es de esas cintas resultonas con un planteamiento intrigante, los suficientes giros de guion para entretener y el suficiente poso como para dejar algunas cuestiones en el aire. Se enmarca en el subgénero de las distopías. En un futuro cercano, un grupo de jóvenes ingresa en una comunidad cerrada y tranquilísima que deja fuera los sufrimientos y preocupaciones; también las alegrías y afectos. Sus miembros toman voluntariamente una pastilla cada día, «la vitamina», que bloquea las emociones. Bienvenidos a un mundo de relaciones frías en el que se considera «inapropiado» tocar a otra persona.

La gracia (porque 'Turn Me On' tiene una capa de ligero, lento y absurdo humor) está en que una chica, y luego también su novio, y después dos parejas de amigos suyos, dejan de tomar «la vitamina», se salen de lo normal, empiezan a reírse, redescubren con asombro el sexo, vuelven a sentir el calor del amor y las punzadas del desamor.

Cierto es que Tyburski adopta una estética muy, demasiado al estilo del primer Yorgos Lanthimos, y que en su segunda mitad la película va cerrándose puertas conforme se va centrando en las relaciones románticas. Si no redonda, la propuesta tiene su interés y lanza un llamamiento a no esquivar un mundo que «es aterrador, un desastre, pero precioso y delicado también».