El realizador donostiarra Mikel Gurrea (San Sebastián, 1985) se encuentra ya en Venecia a la espera de que su cortometraje 'Heltzear' se proyecte este jueves en la sección Orizzonti de la Mostra. La cinta, que acompaña a una joven aficionada a la escalada en su ... pérdida de la inocencia a manos de su hermano en el contexto del conflicto vasco, se podrá ver posteriormente en el Zinemaldia.
– La película aborda con el máximo laconismo el tema del conflicto vasco, sobre el que se han vertido tantas palabras que quizás están ya desgastadas.
– Más que en laconismo, pensé en austeridad y en lo expresivo que puede ser el lenguaje físico de la escalada. He confiado en que esa expresividad rítmica, intensa o violenta incluso en pocos momentos, contrastara con pocas palabras y que cada espectador cargara la película de significados. La premisa era no ofrecerlos cerrados.
– Sí, porque suministra la información al espectador con cuentagotas.
– Sí. Tiene una narrativa muy fina. Es un pequeño viaje de ascensión. Me gustaba pensar que esto que dice el título de 'Heltzear' –a punto de llegar, a punto de madurar, a punto de agarrar– podría ser ese viaje que hace Sara desde una cierta oscuridad a algo más parecido a la luz, de lo opresivo a algo más pacífico.
– ¿Qué fue lo que desató la idea de hacer esta película?
– Son tres capas –la de la escalada, la de la adolescencia y la del conflicto– que son propias, pero las llevo a un territorio de ficción. En la Donostia del año 2000 yo tenía quince años y hasta los dieciocho no sólo la practicaba, sino que vivía en la escalada. Hace unos años coqueteé con la idea de hacer un largometraje exclusivamente autobiográfico de un chaval escalador, aunque la historia no se situaba en el año 2000. Luego me fui por otros derroteros, pero siempre quedó el germen de querer jugar con la adolescencia y la escalada en el cine porque me di cuenta de que había algo muy específico de mi vivencia en aquel contexto.
– O sea, que barajó la idea de que 'Heltzear' o algo parecido fuese un largometraje.
– En los inicios empezó así. Acabé en Londres el máster de dirección de cine y ahí me planteo qué hago. Luego he seguido un camino diferente, pero cuando empiezas a escribir tu primer largo te vas a momentos fundacionales de tu vida, como la pérdida de la inocencia que conlleva la adolescencia. Luego me di cuenta de que tampoco me apetecía tanto hacer ese largometraje, que al final se convirtió en el cortometraje que es y que sacia más lo que yo quería hacer en su origen.
– Esa pérdida de la inocencia propia de la adolescencia, ¿se acentuaba en Euskadi?
– No lo sé porque, por otro lado, tú reflexionas estas cosas a posteriori. Cuando fui a Barcelona con dieciocho años yo creo que era bastante adolescente. La realidad es que era un contexto muy específico y los adolescentes siempre están sometidos a muchas presiones, las propias de perder la infancia y las de navegar las aguas del adulto que seremos. Esas presiones universales en Euskadi eran específicas por el contexto que teníamos. No sé si se amplificaban, pero era un punto de presión muy específico.
«Pensé en hacer un largo, pero el cortometraje sacia más lo que yo quería hacer en origen»
– En una película tan mínima, ¿hasta qué punto era clave dar con la protagonista adecuada?
– Cuando preparaba el proyecto original, fuimos por todos los rocódromos y 'builders' de Euskadi y Navarra, y en el Centro de Tecnificación de Aretxabaleta encontramos a una chavala de doce años que ya tenía algo. Ya veías que la relación de Haizea (Oses) con la cámara era especial y no sólo fotogenia.
– ¿Y qué papel juegan el sonido y esos tonos sepia que dominan la cinta?
– Era muy importante que estuviera rodada en celuloide, en super 16. Tenía muy claro que iba a ser una película en primera persona, muy ligada a la vivencia, la respiración y lo físico de la protagonista, y había que buscar un lenguaje que estuviera con ella. Quería apartarme de cualquier idea de filmación con drones o espectacularizante porque me alejaba de la experiencia interna que yo buscaba. Más allá de la textura, la cámara de 16 milímetros nos obligaba a estar físicamente con la protagonista y cuando ella está colgada, nosotros también.
– Una carta de Sara a su hermano, no se especifica si preso, puntea la narración, aunque que la narración en primera persona está algo denostada en el cine.
– Sí, sí... Hay una serie de ideas por ahí, como que la voz en off es un recurso muy manido o la de trabajar con niños o con animales, pero al final es cómo y para qué lo utilices. Una de las películas que me sirvió de referencia o inspiración fue 'Beau travail', de Claire Denis, sobre la Legión francesa en Djibouti y que adapta una novela de Herman Melville. Ahí lo que la directora hacía era contrastar una carta diario del protagonista con los entrenamientos muy físicos en ese país. Ahí se generaba una dialéctica de qué era la Legión, qué podía ser la masculinidad en un lenguaje que, llevado al corto, podía funcionar. Como espectador, la voz en off bien utilizada la agradezco muchísimo.
– La protagonista se rebela contra el destino que le imponen los actos de su hermano, sea como familiar de preso o de una víctima del conflicto.
– Lo bonito es cómo lee cada espectador la carta de Sara. Algunos interpretan que Beñat, el hermano, está en la cárcel; otros, que ha muerto. Siempre hay una vinculación con el mundo de ETA, pero la película no te acaba de decir que ha pasado con el hermano. Lo que sí está claro es que Sara siente la ausencia de un hermano al que quiere y por otro lado, está algo conflictuada por ese hermano. Le quiere y le echa de menos, y a la vez tiene una sentimiento que le desliga. Ella mira las cosas con sus propios ojos. Era muy importante que no se supiera si esa carta que deja en el recibidor era para Beñat, para sí misma... Lo importante es salir de esa cueva y alcanzar esa punto de tranquilidad.
«Quise apartarme de la filmación con drones o espectacularizante, me alejaba de lo que buscaba»
– Habrá quien eche de menos que no haya sido más explícito en el mensaje o le reproche que no se haya 'mojado' más.
– Es que mi intención era exactamente ésta. Me imagino, claro que sí, que la gente puede decir eso y es legítimo que lo haga, pero lo que sí tiene la película es que te permite como espectador volcar cosas. En ese sentido, la película está haciendo lo que yo quería porque no tenía ninguna intención de dar significados cerrados. Es una película modesta, un cortometraje humilde porque cuenta algo muy cortito. Es escueto y deliberadamente no te da mucho más que a la protagonista escalando. Teníamos muy poco stock fílmico, así que nos centramos mucho en esos entrenamientos, en la voz y en el diálogo, con ella en la centralidad.
– De esta historia, ¿qué cree que al comité de selección de la Mostra, tan ajeno en principio al contexto vasco?
– Lo que nos han dicho desde este festival y desde algún otro, es que se apoya mucho en lo físico y que no carga las tintas en lo psicológico. Les gustó que la película transpirara sus posibles significados, más que forzarlos.
– En todo caso, quizás esa zozobra adolescente presenta rasgos universales...
– Exacto. Cuando la llevas a un contexto concreto tiene aspectos específicos, pero lo haces desde la creencia de que cuanto más particular es una historia más universal resulta porque nos parecemos todos bastante.